Cuando pocos esperaban un cambio en la actitud de ETA, se produce un punto de inflexión. Su llamado a la negociación y el diálogo es una buena noticia. Bien es cierto que no lo es tanto para quienes están obsesionados en conseguir lo imposible, su derrota militar y policial.
Cuando pocos esperaban un cambio en la actitud de ETA, se produce un punto de inflexión. Su llamado a la negociación y el diálogo es una buena noticia. Bien es cierto que no lo es tanto para quienes están obsesionados en conseguir lo imposible, su derrota militar y policial. Desde hace décadas esta estrategia se practica sin ningún éxito, pese a quien le pese. Son muchas las veces que se ha decretado el fin de ETA. Asimismo se ha perseguido, hasta el cansancio, y se sigue haciendo, a las organizaciones de la izquierda abertzale. En esta dinámica se ha declarado su ilegalidad, detenido a sus militantes y encarcelado a sus dirigentes bajo el argumento de no condenar la violencia de ETA y guardar complicidad con “banda armada”.
Hoy, cuando pocos esperaban un cambio, salta la sorpresa. El llamado de ETA, en medio de una crisis económica y social profunda, desencaja la agenda y descoloca a propios y extraños. Desde el gobierno, su portavoz autorizado, el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, subraya que no hay lugar para el diálogo. Igualmente, el lehendakari, Ptaxi López, del Partido Socialista Obrero Español, se posesiona en la misma dirección. Por su parte, el Partido Popular no quiere oír hablar de negociación e insta al gobierno a mostrar su inquebrantable voluntad de no ceder un palmo en la “lucha contra el terrorismo”. Todo debe seguir igual. Más todavía, cuando “terrorismo” no figura entre las principales preocupaciones de la población española. El ranking lo encabeza el desempleo, la crisis económica, la inmigración, el aumento de la violencia, la delincuencia y la inseguridad ciudadana. Desde luego es un mal momento para ponerlo a la orden del día, cuando todo el debate comienza a estar centrado en las próximas elecciones. Sin embargo, lo sensato es abordarlo y no dejar caer en saco roto la propuesta de ETA. El conflicto es político y como tal debe ser tratado, nunca es bueno cerrar espacios de diálogo si con ello se logra dirimir y cerrar el conflicto. Las palabras grandilocuentes deben ceder lugar a un proceso donde no se niegue la existencia del problema. De lo contrario, estaremos, como de costumbre, en un callejón sin salida. Seguramente, y es normal, el escepticismo esté presente en la mente de todos, unos y otros. La desconfianza permea el entorno. Con o sin razón, ambas partes, se pueden acusar de traición y haber sido los causantes del fracaso de diálogos anteriores. Pero es hora de ponerse en marcha. No caben reproches, aunque haya motivos para ello. Si estamos diciendo que el problema es político debemos asumir dicho postulado. Lo político, y en eso consiste su grandeza, se fundamenta en la división amigo/enemigo. Quienes negocian lo saben. Como lo define Carl Schmitt: “El enemigo es simplemente el otro, el extranjero, y basta a su esencia que sea existencialmente, en un sentido particularmente intensivo algo otro o extranjero, de modo que, en el caso extremo sean posibles con él conflictos que no puedan ser decididos ni a través de un sistema de normas prestablecidas ni mediante la intervención de un tercero ‘descomprometido’ y por eso ‘imparcial’.”
Esta percepción conlleva, querámoslo o no, su reconocimiento y aceptación. No se trata de claudicar a principios, más bien supone fortalecerlos. No es conveniente ridiculizar o minimizar a la contraparte, menos aún ridiculizarla. Por el contrario, es obligado hacer gala de generosidad y mantener los ojos bien abiertos. No se trata de ser pusilánime y ceder hasta el infinitum. Existe una línea divisoria. Buscar la derrota del enemigo es algo lógico y saludable. En eso consiste hacer política. En el campo del enemigo hay interlocutores. No es cuestión de tener espías o infiltrados para conocer cuáles serán sus pasos, menos pensar en traidores y conversos. El problema es otro. Cuando no se actúa de esta manera se comenten errores de bulto, donde lo más normal es recurrir a la razón de Estado para implementar políticas al margen de la legalidad. En este caso los ejemplos sobran. Desde los batallones vasco-españoles y los GAL para el terrorismo de Estado, hasta decisiones judiciales prevaricadoras. En este último enunciado, las más sonadas han sido implementadas por el juez Baltasar Garzón. La primera, que ordena, en 1998, el cese de actividades de Orain S A, empresa editora de Egin. Su auto fue revocado por la Audiencia Nacional, pero significó la bancarrota de la empresa. Años más tarde decretó el cierre de Zabaltzen, empresa editora de Egunkaría, con los mismos resultados.
Es cierto que en ocasiones las tensiones rompen los vasos comunicantes hasta eliminar diálogo del horizonte. Debemos saber que esta opción forma parte de una estrategia diseñada por los más inmovilistas, quienes desean mantener sus políticas partidarias y sacar rentabilidad electoral de las mismas. Por ello, siempre y en las condiciones más adversas, es aconsejable sentarse en una mesa de negociaciones. Entender estos matices es la línea divisoria que separa los buenos de los malos políticos. En estas circunstancias, no se trata de saber en qué tejado está el balón. Sabemos que está en juego y es obligado jugarlo. Por este motivo, el llamamiento de ETA es relevante, saber leerlo y tender la mano sería dar un paso de gigante para lograr la paz en Euskadi y, por añadidura, en el Estado español. Ojalá la decisión del gobierno se inscriba en estas reflexiones, habría motivo de sobra para estar contentos.
Marcos Roitman Rosenmann (Chile, 1955) fue analista en los periódicos Clarín y La Jornada. Doctor en Sociología. Profesor Titular de Estructura social de América latina, Universidad Complutense de Madrid
Marcos Roitman, La Jornada (México), 12/9/2010