Luis Ventoso-El Debate
  • La izquierda gobernante, rehén del separatismo, adopta una mirada despectiva hacia su país que nada tiene que ver con el sentimiento natural del pueblo

Hoy es el Día de la Fiesta Nacional de España. Curioso país el nuestro. El ministro de Cultura, un insufrible pedantuelo llamado Ernesto Urtasun, nieto de un falangista navarro que hizo la guerra con Franco, es un barcelonés que siente aversión hacia España y todo su legado. El director del Instituto Cervantes es un izquierdista obsesivo e intolerante, al que preocupan más sus causas sectarias que la promoción universal de nuestro idioma y que contempla con asquito la gran historia de la nación española. Casi todos los novelistas que escriben sobre España, empezando por el gran Alatriste, siempre salpican sus historias de amarguras, como si un país que en realidad ha sido excepcional constituyese una empresa perennemente fallida.

El presidente del Gobierno, pues qué vamos a decir… se encuentra maniatado por unos xenófobos que se ciscan en España y aspiran a destruirla. En lugar de defender la unidad nacional, Sánchez viene a decir que realmente no somos un Estado ni una nación, sino una confederación plurinacional, la famosa «nación de naciones plural y diversa». Este débil autócrata ha llegado al extremo de imponer por ley y so pena de sanción una lectura única y obligatoria de la historia del siglo XX español, donde los suyos miccionan siempre agua de colonia y los otros son la encarnación de un Mordor sangriento.

El PSOE, partido que con sarcasmo todavía se apellida «español», se avergüenza de España y de sus logros. Al tiempo, hace el gañán babeando ante los «hechos diferenciales» del nacionalismo disgregador y ante unas lenguas que ni siquiera son las más habladas en sus regiones (donde impera el español pese a una ingeniería social apodada «inmersión» en la que se han dilapidado millones y millones).

Las banderas regionales ondean por todas partes, pero en algunas comunidades colocar la española es «de fachas». La izquierda española, a diferencia de la británica o la francesa, es antipatriota y cree que esto de España lo inventó Franco. Los gigantes de la literatura española ya no son enseñados en muchas regiones, donde han sido sustituidos por escribientes y escribientas locales de medio pelo, que no han empatado con nadie. Los artistas más populares y la fauna de la televisión se resisten a hablar bien de España. Y no digamos ya a defenderla (era penoso ver cómo agachaban la cabeza y callaban durante la embestida separatista de 2017).

Y sin embargo, nada de eso se corresponde con la España real, donde existe un aprecio evidente por la nación, que por desgracia solo encuentra una expresión pública notoria con el deporte, porque el resto de las manifestaciones de afecto patriótico están mal vistas por el poder que hoy nos manda, el de una izquierda resentida y antiespañola.

Me lo habían recomendado calurosamente varias personas, algunas de cuyo criterio me fío mucho. Y al final acudí a Puy du Fou, el parque temático sobre la historia de España que se abrió en 2019 en un secarral de las afueras de Toledo y que hoy recibe un millón y medio de visitantes al año. Y sí, yo también salí flipado con lo que allí vi, en especial con el espectáculo nocturno, que con un despliegue de imaginación, poesía y efectos especiales asombroso cuenta la historia de España desde los avatares de la ciudad de Toledo. Al salir comenté, por supuesto, lo mismo que han repetido tantos otros: es significativo que hayan tenido que ser unos empresarios franceses los que nos cuenten nuestro pasado de una manera luminosa y estimulante.

Y es que lo que allí se ofrecía era una historia de España ¡en positivo!, sin echarnos encima una palada de mierda en cada episodio de nuestra andadura. Emanaba de los espectáculos un claro orgullo español, que sin resultar empalagoso ni xenófobo, ahí estaba, como un abrazo afectuoso a nuestro pasado. De propina, se hablaba de España tal cual es, como una nación católica, cuya historia no se puede entender sin la fe. En las gradas había más de 7.000 personas y salían fascinadas y felices, porque –¡oh sorpresa!– resulta que la verdad prohibida es que la inmensa mayoría de los españoles, voten a quien voten, quieren a su país y se sienten bastante orgullosos de él, aun conociendo sus defectos y limitaciones.

Es una lástima, y un cansino coñazo, que las autoridades que hoy gobiernan, y los artistas y seudo intelectuales que los secundan, estén más cerca de la cantinela indigenista, de la leyenda negra y de los enemigos de España que del afecto por uno de los países más extraordinarios del mundo. Una nación estupenda por su pasado y por su presente (o acaso alguien cree que recibimos 94 millones de turistas cada año porque son todos masoquistas).

En resumen: feliz Día de la Fiesta Nacional de España, y en cuanto a esos de los que hemos hablado, pues como diría mi compañero y amigo Ramón Pérez-Maura, «que les vayan dando».