JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS-EL CONFIDENCIAL
- La eclosión populista de nuestro país va a ser la herencia, no solo de la pandemia, sino también de la gestión, anterior, constante y posterior a ella, de este Gobierno descoyuntado
Estas informaciones, y otras del mismo tenor, alertan de la creación en España de las condiciones sociales para que prenda y se desarrolle un fuerte populismo de derechas que ya cuenta en el Congreso con 52 escaños. Porque a la desigualdad y a la desconfianza en el modelo de democracia representativa, se han de sumar otros fenómenos que provocan irritación e incertidumbre y, además, una creciente aversión a la clase política.
Añadamos algunos fenómenos sociales que auguran el crecimiento populista de Vox. El primero es, sin duda, la respuesta del mismo cariz político —populista— de Unidas Podemos y de los independentismos vasco y catalán, que reúnen parecidas características de desafección a la democracia representativa y aplican respuestas subversivas como esas de “tumbar el régimen” o “la gobernabilidad de España me importa un comino”. Vox no se está apartando de la ortodoxia democrática más de lo que lo están Unidas Podemos, ERC o Bildu, que suman, con otros grupos, al menos 60 escaños en la Cámara legislativa.
El presidente del Gobierno colabora con su discurso a que nuestro país camine hacia un futuro populista. Porque al calificar injustamente de trumpista a la oposición del PP, no solo trata de deteriorar la marca del partido de Casado, sino que también parece perseguir que se cumpla su pronóstico: si llamas al trumpismo, terminará por instalarse aquí, porque en España comienzan a ser multitudinarias las bolsas sociales de nuestros locales ‘rednecks’ (nucas rojas), que en Estados Unidos dieron la victoria a Donald Trump en 2016 y que le han aportado una parte de los más de 70 millones de votos que obtuvo en las presidenciales del pasado 3 de noviembre.
Los ‘rednecks’ son los ciudadanos blancos, con escasos recursos económicos, que viven en las zonas interiores del país y que se han visto especialmente concernidos por la deslocalización industrial, la inmigración y las medidas contrarias a su identidad. Aspiran a una renacionalización, a una reindustrialización proteccionista, al cierre de fronteras a la inmigración y a la restauración y vigencia de los signos de reconocimiento tradicionales de sus comunidades. En nuestro país, son ya legión.
Correspondería a la derecha liberal-conservadora y a la izquierda socialdemócrata trabajar al alimón para conjurar el peligro populista que podría señorear en España. Retirar de la normativa educativa el carácter vehicular del castellano a través de un pacto con un partido separatista como ERC; mostrar una incapacidad inquietante en la gestión de la crisis causada en Canarias por la avalancha inmigratoria; incorporar Bildu a la “mayoría de la dirección del Estado”, y minar desde el propio Gobierno —sector morado— los valores constitucionales más estructurales del sistema, como la integridad territorial del Estado o la monarquía parlamentaria, son circunstancias, entre otras, que agravan el pronóstico de la situación nacional.
La pandemia nos retrotrae en términos económicos, sociales y laborales a muchos años atrás, pero, sobre todo, provoca un vuelco en el presente del bienestar de los ciudadanos y perfila un horizonte de agudizada desigualdad y proletarización, todo ello en medio de una política de confrontación irresponsable. Y Sánchez, reiterando el “cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste” de Zapatero en 2010, ha abierto una peligrosa temporada de rebajas en la depredación del Estado, consintiendo, entre otros errores, que desde dentro de su Gabinete se haya enquistado un núcleo antisistema al que este domingo, lejos de recriminar, volvió a respaldar: “Todos los ministros tienen mi plena confianza”.
El presidente quiere, al precio que sea, sacar adelante los Presupuestos. Es lógico, pero podría conseguirlo por un precio más módico, en línea con los criterios de mayor templanza y moderación de algunos de sus ministros. A él mismo le está costando asumir determinadas cercanías tóxicas (es el caso de Bildu, cuya colaboración ha calificado de forma torpe como un ‘fake’) y la deslealtad de sus socios de coalición, que asume hasta tanto las cuentas públicas estén aprobadas.
Pero mientras esto ocurre, se está desvencijando la estructura social, arrasándose sectores productivos de nuestra economía, estableciéndose relaciones cualificadas con los adversarios jurados del Estado democrático y, así, sentando las bases de un futuro de pobres y cabreados —nuestros ‘rednecks’— que van a sacar enérgicamente la cabeza en las elecciones catalanas del 14 de febrero, si se celebran, y que luego emprenderán una batalla sin cuartel contra los otros populistas, los de extrema izquierda, componiendo un previsible escenario de insufrible tensión y regresión democrática.
Está muy bien que el Ejecutivo —y el propio presidente— trate de situar, con un pronóstico un tanto atrevido, la vacuna contra el covid-19 en las primeras líneas de su relato para diluir la trascendencia de los demás temas que nos aquejan. Pero la eclosión populista de nuestro país va a ser la herencia, no solo de la pandemia, sino de la gestión, anterior, constante y posterior a ella, de este Gobierno descoyuntado.