Miquel Giménez-Vozpópuli
Así nos sentimos la mayoría de catalanes según el CEO de la Generalitat. Gracias, separatistas.
Que las encuestas las carga el diablo es tan sabido como que dan los resultados que más agradan a quien las paga. Atendiendo estas dos cuestiones, el Govern de Torra debería incluir en esos pactos con Sánchez de los que no se nos está explicando nada, por cierto, contar con los buenos oficios de José Félix Tezanos, alquimista del CIS y en otros tiempos intelectual orgánico de la cosa socialista, sea lo que sea eso. Al menos, al PSOE las encuestas le dan unos éxitos que para sí los hubiera querido Napoleón mientras que, en cambio, el CEO catalán deja al Govern hecho unos zorros.
El último ha sido como para hacérselo mirar. Solo un 22’5 por ciento de los encuestados afirma sentirse catalán y nada más. De ochenta por ciento, mayoría social abrumadora, tot un país, nada de nada. Por el contrario, un setenta por ciento dice sentirse, en mayor o menor medida, español. Repetimos: español. Dentro de ese mayoritario grupo reina la sensatez, ya que un 41’2 se siente tan español como catalán. Uno se pregunta que habría pasado si los gobiernos neo convergentes se hubieran centrado en gastar la catarata de millones que destinaron al adoctrinamiento de las masas en cosas como sanidad o educación. ¿Serían tan españoles los catalanes, más, menos? Pues igual, porque aquí la gente lo único que se plantea es si va a poder pagar los plazos de la hipoteca y no si le emociona más una sardana que unas bulerías o la escudella es mejor que el caldo gallego. La gente no está por gilipolleces, porque el día a día es algo más que pasarse el día babeando ante una bandera. El catalán, según Pla, es un perfecto español al que le han dicho toda la vida que tenía que ser otra cosa. Y así nos ha ido, remataba el genio de Palafrugell. Aquí ha existido siempre esa pulsión y lo único que ha querido el catalán de a pie es que le dejasen ser español en su lengua, y poco más. O sea, que somos unos españolazos y quien lo dude que se acuerde del general Prim y sus voluntarios catalanes en la guerra de Marruecos.
Ahora la gente se muestra española sin complejos como, por otra parte, debería haber sido siempre
La nota que el CEO otorga al Govern separatista es paradigmática. Si tanta mayoría social en pro de la independencia hubiera, el resultado no sería ese parco 4’6, que no llega ni al aprobado. El cero pelotero es bastante común entre los entrevistados, el quince por ciento, ojo. Más de la mitad de catalanes, un 53’1 cree que el gobierno de Torra no tiene ni idea acerca de como resolver los problemas del país, y solo un mísero 3’8 está convencido de que sí que los está resolviendo. Desconocemos si este porcentaje guarda relación alguna con las ventas de Ratafía, pero no sería nada extraño. Vamos, que ni los suyos, jartos de vino, bueno, de licor, se creen que lo que vivimos en Cataluña tenga el menor sentido ni propósito.
Todas las mentiras acaban por caer desplomadas por el peso de la realidad
En una empresa privada, todos esos genios de guardarropía estarían ya de patitas en la calle porque sus resultados son desastrosos. Incluso para esos fines que dicen perseguir, aunque la trampa vaya descubriéndose incluso ante la mirada de sus acólitos que comprueban como pasan los días y aquí lo único que sucede es que los dirigentes viven espléndidamente a costa de fingir una lucha que jamás pensaron llevar hasta el final. No cabe aquí el tópico de quien se desengaña con su pareja diciéndole “Como has cambiado”, con tristeza irreprimible, porque estos siguen igual que siempre, instalados en sus torres de marfil de los barrios altos, atrincherados detrás de barricadas de legalismos y estupidez por parte del Estado y convencidos de ser infinitamente superiores a la plebe. Todas las mentiras acaban por caer desplomadas por el peso de la realidad, un peso mucho más grave y fatal que cualquier otro.
Y aunque todos tengamos presente que hay tres tipos de mentiras, a saber, las pequeñas, las grandes y las estadísticas, lo cierto es que sí marcan tendencias, indican por donde va la cosa y, a poco que uno sepa leer entre líneas, dan aviso acerca de lo inminente, lo posible, lo que va a suceder. Habida cuenta de todo esto, quizá Torra debería aprender flamenco, como ha aconsejado el abogado Cuevillas al fugadísimo de Bruselas. Quién sabe. A lo mejor en Bruselas están esperando a un abogado ex editor y ex cargo público fracasado. Cosas más raras se han visto.