Las jornadas de reafirmación del Secretario General del PSOE para permanecer al frente del Gobierno se han confirmado. Las anémicas manifestaciones “populares” y el respaldo a su continuidad por parte del Partido-Movimiento son las precarias y grotescas justificaciones para vestir una decisión predeterminada. Ni siquiera ha habido suspense. Sólo quedaba esperar cómo se organizaría la puesta en escena de la farsa. En ella, como es típico de los autócratas, el Líder Supremo ha mezclado lo privado-personal con la público-político para realizar una síntesis poco brillante y bastante vulgar de un victimismo patético acompañado de un tono amenazante. Sánchez ha lanzado una catilinaria contra las derechas en el amplio sentido del término acusándoles de todo lo que él ha hecho desde su llegada al poder.
Los días de reflexión no han llevado al Jefe del Gobierno a lanzar un mensaje pacificador sino a profundizar en la brecha entre las Dos Españas. La representada por la izquierda es la del respeto a las reglas del juego y a la confrontación civilizada de las ideas; la derecha simboliza el odio, la insidia y la discordia. Esto no es una novedad. El discurso sanchista es el tradicional, con distintos grados de intensidad, empleado por el socialismo y sus compañeros de viaje desde tiempos inmemoriales: la negación a sus adversarios de legitimidad democrática aunque tengan el soporte de medio país. La oposición sólo es tolerable dentro de los parámetros establecidos por la izquierda. En este esquema, quien no acepta esos criterios es un “fascista” y ese termino incluye a todos los opositores.
La indignada denuncia de un acoso-persecución a su figura y a su familia durante diez años no sólo parece olvidar cual ha sido su actitud hacia sus adversarios a lo largo de su trayectoria pública, sino algo más grave; a saber, la suposición de que ni sus actos ni los de las gentes cercanas a él están sujetos al imperio de la Ley. Considerar exentos del control y censura los comportamientos del Gobierno y de quienes se benefician de su cercanía a él constituye una verdadera aberración en cualquier Estado Democrático de Derecho. Acusar a los jueces de perseguir a su familia por motivos ideológicos supone atribuirles la comisión de un delito e intentar intimidarlos en el desarrollo de su actuación. Y eso sí constituye una insidia destinada a enfangar una institución esencial de una democracia liberal.
Atribuir a la oposición política y social un comportamiento anti democrático por resistirse a la deriva autocrática de la coalición gubernamental resulta de una extraordinaria obscenidad
El Jefe del Gobierno ha anunciado que la campaña de descrédito no parará y tiene razón. Es inimaginable y sería letal para la democracia española asistir como D. Tancredo al proyecto de cambio de régimen impulsado por el Secretario General del PSOE y por sus socios sin plantear resistencia alguna a ese proceso. Atribuir a la oposición política y social un comportamiento anti democrático por resistirse a la deriva autocrática de la coalición gubernamental resulta de una extraordinaria obscenidad. Sorprenderse por la creciente firmeza de la oposición ante esa deriva es un ejercicio de cinismo ante el progresivo abuso de poder ejercido por la coalición gubernamental. La creencia según la cual una mayoría coyuntural puede de manera unilateral cambiar de régimen es el paso hacia una dictadura plebiscitaria.
En su discurso de auto ratificación, el Presidente del Gobierno ha anunciado la necesidad de sacar adelante la “regeneración democrática pendiente:. ¿Qué significa eso? Parece claro que tras su poco pacificador mensaje, su lenguaje de exclusión y su atribución a la oposición de practicar el juego sucio, las intenciones presidenciales no son una llamada a la reconciliación, sino a la guerra político-ideológica y un velado anuncio de acciones contra la intensificación sobre los sectores de la sociedad española opuestos a su política. Esto tiene serias probabilidades de convertirse en una caza de brujas contra los focos críticos del poder existentes en la sociedad española. Y un Estado moderno tienen los instrumentos necesarios para ajustar esa estrategia silenciadora como considere oportuno.
La izquierda española considera que su actuación hasta la fecha ha sido muy blanda. Esto ha permitido a la derecha social y política venirse arriba. Y esta situación ha de acabar. Esto es lo que, sin duda, ha querido reflejar el Presidente en su mensaje y ese es el significado del “punto y aparte” al referirse al período que se inicia ahora. España se va a adentrar en una dinámica imprevisible definida por una agudización de la “guerra civil fría” iniciada por la coalición social comunista. Eso supone un aumento del binomio polarización-crispación. Y, esa hipótesis, se refuerza por la declaración sanchista de la existencia de un movimiento reaccionario universal para acabar con la democracia. Ese enfoque es el mismo de la izquierda española en los años 30 del siglo pasado.
En España están en peligro los valores democráticos, liberales y pluralistas recuperados hace casi medio siglo. No hay que caer en el pesimismo pero es preciso reivindicar y luchar por su supervivencia. En ningún otro período de la historia democrática de España ha existido mayor riesgo para la preservación de la libertad, del Estado de Derecho, de la convivencia; esto es de todo aquello que hace posible una sociedad abierta.