Españolito

Ignacio Camacho, ABC 02/01/13

El primer español del año, que es también el primer catalán, ha nacido en medio de un artificial conflicto de identidades.

AL primer español del año es catalán y se asomó en Tortosa al país que le ha de helar el corazón cuando muchos de sus conciudadanos aún se atragantaban con la uva de la última campanada. Los medios de su tierra le proclaman el primer catalán del año, sin faltar a la verdad pero achicándole de salida el campo identitario. El orden de los factores no altera el resultado aunque la frase tiene otra formulación tan irreprochable como obvia —el primer catalán del año es español— que la crecida hipersensibilidad del soberanismo podría considerar provocadora.

Lo incuestionable es que el primer catalán de 2013 es también el primer español de 2013, y viceversa. Para que el joven Gerard Vendrell Espinosa, que así se llama el bebé, se sienta cómodo en esa doble identidad integradora es por lo que han venido trabajando los españoles y sus instituciones democráticas desde el comienzo de la Transición, mientras el nacionalismo porfiaba con deslealtad en sentido contrario en busca de un artificial conflicto de legitimidades. A Gerard le espera una educación diseñada en el doctrinarismo rupturista que tiene como objetivo condicionar su criterio intelectual y su sentimentalidad emocional para que se encuentre inclinado a amputarse una parte de su personalidad histórica. Ya desde la misma cuna le están tironeando la filiación con un reduccionismo que la empobrece. Le van a presentar el privilegio de ser catalán y español como una forzosa limitación de su libertad y le querrán comer el coco para que elija entre una falsa opción contradictoria. Cuando tenga la edad de ir a la guardería lo van a situar como pasajero inadvertido de un tren a punto de colisión; los nacionalistas ignoran adrede que los trenes chocan porque uno de ellos avanza por la vía equivocada.

Aquellas dos Españas machadianas son ahora muchas más, para mal y para bien, por obra de la pluralidad constitucional. Nuestros demonios y obsesiones siguen siendo en gran parte los mismos pero hoy existe mucha gente decidida a circular por la calle de en medio sin arrimarse a ninguna de esas aceras inflamadas de sectarismo e intolerancia. La presión secesionista pretende disolver una parte de esa pacífica manifestación cotidiana que discurre por el cauce más ancho, empujando a una parte de los ciudadanos a someterse a una impostada dialéctica obligatoria: la de unas identidades que en sí mismas no son alternativas sino complementarias. El rupturismo es castrador porque limita el horizonte y lo empotra en un ámbito más estrecho donde resultan más fáciles las imposiciones coercitivas y los designios unívocos. Cuando el bueno de don Antonio escribió sus célebres versos del españolito que viene al mundo no imaginaba que habría también dos Cataluñas o dos Euskadis dispuestas no sólo a helarle el corazón sino a calentarle la cabeza al inocente recién nacido en esta nación enferma de prejuicios.

Ignacio Camacho, ABC 02/01/13