Ignacio Camacho-ABC

  • Prescindir del legislativo es algo más que un tic autoritario. Es el signo más claro de la rutina cesarista de este mandato

En el vídeo de la intervención de Sánchez ante el Comité Federal de su partido se le ve y oye hacer una pausa, como de titubeo, antes de soltar la ya famosa y terrible frase sobre seguir gobernando «con o sin el concurso del poder legislativo». Parece como si diese cuenta de la repercusión que iba a tener lo que le habían escrito. Y vaya si la ha tenido: el jefe de un Gobierno democrático anunciando que piensa pasarse por el forro lo que diga o haga la institución que lo ha elegido y que además tiene la función expresa de controlar su ejercicio. Ayer mandó a la portavoz Alegría a tratar de quitarle hierro a lo dicho y la pobre ministra apenas si pudo hacer otra cosa que ratificar con eufemismos algo que ya estaba clarísimo: que el Ejecutivo pretende estirar la legislatura –ya veremos por cuánto tiempo– aunque pierda el apoyo del Parlamento y tenga que volver a prorrogar los presupuestos y conformarse con las pocas medidas que pueda aprobar por decreto.

El ruido generado por la declaración ha logrado que la oposición y los socios gubernamentales de Sumar coincidan al fin en algo: el presidente tiene tics autoritarios. A buena hora lo descubren al cabo de seis años, durante buena parte de los cuales el Congreso estuvo semiclausurado bajo un estado de excepción fáctico, tan irregular que el Tribunal Constitucional tuvo que revocarlo. Ojalá fuese sólo un tic, una suerte de espasmo esporádico como el que agita un músculo facial o un brazo; en realidad se trata de un hábito, una rutina, un estilo cesarista que envuelve todo el mandato en un método arbitrario de desactivar cualquier contrapeso institucional que le salga al paso. Lo que define al sanchismo es precisamente la voluntad de saltarse reglas y convenciones que le planteen obstáculos, incluidos sus propios compromisos si lo considera necesario. El diagnóstico real sería el de un permanente síndrome de Tourette autocrático.

España no es un régimen presidencialista de sufragio directo, sino un sistema parlamentario. Y cuando el Gobierno pierde la mayoría que lo respalda sólo tiene dos opciones válidas: presentar una moción de confianza y ganarla o disolver las Cortes y convocar elecciones anticipadas. Permanecer en el poder sin legislar ni tomar decisiones relevantes, estar por estar, constituye una anomalía democrática cuyo único objetivo es el bloqueo de la posibilidad de alternancia. Queda por ver que la alianza que sostiene a Sánchez se haya deshecho del todo, aunque lleva esa traza, pero declararse de entrada al margen de ese mecanismo elemental es propio de una satrapía latinoamericana. El grueso de su electorado no se lo va a tener en cuenta porque comparte la pretensión esencial de bloquear a la derecha al precio que sea. Sin embargo, para combatir las hiperbólicas comparaciones con derivas como la de Venezuela convendría empezar por no parecerse demasiado a ellas.