EL CORREO 13/10/14
TONIA ETXARRI
· El presidente Rajoy reaccionó tarde. Artur Mas tiene dudas. Y el lehendakari Urkullu despista
El presidente Rajoy entendió, al fin, que la alarma y el miedo generado por el caso de la infectada por ébola se combatía con información. Y poniendo expertos, claro está, en la cúspide del edificio gubernamental coordinados por la vicepresidenta ‘Soraya-para-todo’. Porque la información es la vía más eficaz para desmontar el castillo de naipes de los agoreros que parecen disfrutar cada vez que algo va mal en nuestro país, como si ellos estuvieran inmunizados del mal general. La Generalitat todavía no lo ha entendido. Porque en el caso de su referéndum, Artur Mas sigue confundiendo propaganda con información. De ahí que tantos ciudadanos catalanes estén todavía hechos un lío entre consultas, referéndums, si serán más o menos ricos si se independizan y, llegado el caso, si seguirían siendo europeos.
Lo ocurrido la pasada semana con la tardanza del gobierno del PP en tomar decisiones con la primera infectada por ébola y los gestos dubitativos de los gobernantes de la Generalitat ante las dificultades legales para convocar su referéndum, ha vuelto a poner en el escaparate una de las tendencias más acusadas en nuestro país: los especialistas en nada. Que no suelen tener soluciones pero manejan con destreza ilimitada una capacidad persistente para poner el dedo en la llaga (de curaciones que se encarguen otros) para ejercer presión sobre los dirigentes políticos desnortados y, si tienen interés partidario, pedir dimisiones; muchas dimisiones. Todo depende, claro, del caso que se trate.
Sorprende el contraste del ruido, justificado, a raíz de la infección de la técnica sanitaria Teresa Romero con el clamoroso silencio mantenido en torno a los diez muertos por legionela en Cataluña, en donde el responsable de Sanidad tardó lo suyo en dar la cara. Cuando hay desinformación ante una situación nueva, cunde el miedo a lo desconocido. La legionela no lo es. El ébola en África, desgraciadamente, tampoco, pero en el resto del mundo, sí. Nos ha tocado este infortunio y la gente sigue desorientada. Una crisis tan grave como la que estamos viviendo ahora suele sacar, en situaciones extremas, lo peor del ser humano. Tanto como esas reacciones insolidarias de quienes se arrepienten ahora de haber repatriado a los dos misioneros que fallecieron en Madrid, sin darse cuenta de que todavía falta mucho para que se pueda erradicar la enfermedad en África.
Pero de esta catarsis colectiva y pública hay que extraer, al menos, una conclusión positiva: que la presión, de vez en cuando, sirve para que los gobernantes reaccionen. Y no me refiero a la presión de quienes prefieren la bulla en la calle como contrapoder de las instituciones democráticas. No. Me refiero a la creación de estados de opinión vivos y rebeldes, de quienes no están dispuestos a vivir sometidos al primer iluminado que se cruce en su camino o a dirigentes que les viene grande el cargo.
La presión sobre la pésima gestión de los responsables políticos en el caso de la infectada por ébola le ha puesto las pilas al presidente Rajoy. Y la presión legal sobre el desafío de Artur Mas está provocando fisuras entre los nacionalistas.
Con el desafío independentista catalán, del que Iniciativa ha dado ya un paso atrás, quienes más han ejercido de «expertos en nada» han sido los defensores del diálogo como un fin en sí mismo y no como vía para llegar a un acuerdo. Suelen ser quienes pretenden ubicarse en la vía de enmedio (antes se llamaba «equidistancia») después de haber forzado una escena de extremos. Un experimento de ‘Cheminova’ algo forzado cuando se trata de definirse entre quienes defienden la legalidad democrática y quienes pretenden quebrantarla.
Los socialistas intentan dar un hervor a su mantra sobre el federalismo que falla por su base en Las diferencias con Cataluña no debería ser excusa para que el lehendakari concretara cuál es su proyecto cuanto se les pide concreciones. Y los catalanes no nacionalistas empiezan a manifestarse todavía con muchos complejos. Ayer en Barcelona, en el acto organizado por la Sociedad Civil Catalana, participó el PP, Ciudadanos, UPyD y los del Manifiesto Libres e Iguales. El PSC, no.
En Euskadi, el lehendakari Urkullu se va de rondas. Habla con los partidos. Escucha a los portavoces de EH Bildu y les transmite que está a favor de un proceso constituyente en Euskadi. Pero su ritmo es más lento que el de la Generalitat. Más pausado de lo que le gustaría a su compañero de partido, el guipuzcoano Egibar. Tiene tres razones poderosas para echar el freno. Que la presión independentista en las calles de Euskadi es notablemente inferior que en Cataluña; que el último Euskobarómetro había registrado tan solo un 20% de ciudadanos consultados a favor de la independencia. Y que el plan Ibarretxe que tanto le gusta a Egibar dividió, en su día, a los ciudadanos vascos. Son poderosas razones, desde luego.
Por eso desde Ajuria Enea se insiste en trasmitir la idea de que «no estamos en esa fase», en referencia a la situación catalana. Pero no debería ser excusa para que el lehendakari ejerciera, de una vez, el liderazgo en esta cuestión, dijera cuál es su proyecto y lo concretara. La oposición en el Parlamento vasco le emplaza constantemente a que lo haga.
A la socialista Idoia Mendia le parece impresentable que el lehendakari se limite a escuchar a los demás partidos en la ponencia de autogobierno en la Cámara de Vitoria de donde deberá salir una propuesta de nuevo Estatuto de autonomía. Nada menos. «No estamos en tiempo de subastas políticas», protesta la secretaria general de los socialistas vascos. Que sea el lehendakari quien presente su proyecto. ¿O es que no lo tiene?.