Nicolás Redondo Terreros
- Los europeos deberíamos aceptar que hemos iniciado un periodo histórico con cambios radicales de los marcos políticos a los que nos debemos adaptar si no queremos que los regímenes autoritarios nos ganen la batalla durante largo tiempo
Ya estamos en el segundo mandato de Donald Trump. Después de suceder a Barack Obama, los europeos nos echamos las manos a la cabeza y nos comprometimos a prepararnos, no ya para defendernos de las políticas de Trump, en aquel tiempo de marcado tinte aislacionista, sino para que no nos volviéramos a sentir tan indefensos como nos sentimos con un presidente de características parecidas. Al republicano le sucedió Joe Biden y pareció durante su mandato que el agua volvía a su cauce. Con la invasión de Rusia a Ucrania tuvimos la impresión de que la Unión Europea iba por el camino de emancipación política que exige su responsabilidad. Tuvo la brillantez, la intensidad y la brevedad de un relámpago. Aquel momento tuvo menos que ver con una estrategia meditada que con los discursos y la retórica; sobresaliendo el español Josep Borrell, con una imitación de la épica ‘churchiliana’, pronto contradicha en conflictos tan trascendentes como el provocado por el gravísimo acto terrorista de Hamás contra ciudadanos israelíes y, posteriormente, por los trampantojos políticos y diplomáticos desplegados por él mismo, acompañado por España y la Unión, a la hora de enfrentar el golpe de Estado en Venezuela. A las palabras les faltaron voluntad, estrategia, determinación y sobre todo principios en los que apoyarse.
Hubo un momento en que se pudo hacer, sin duda, cuando la agresión rusa a Ucrania hizo vibrar el corazón de los europeos como nunca lo había hecho antes, pero la mayoría de los miembros de la Unión seguían con las luces cortas, ensimismados en sus problemas domésticos y los dirigentes de la Unión, raptados por una burocracia todopoderosa y satisfecha, claramente eran incapaces siquiera de intuir las consecuencias de todo lo que estaba sucediendo alrededor del nuevo capítulo de la Revolución Tecnológica. Ni se hicieron los esfuerzos suficientes para situarnos entre los líderes de los nuevos tiempos ni supieron comprender las consecuencias que todo ello iba a tener en la política y en el espacio público. Mentes arraigadas en el pasado sin flexibilidad, acartonadas, no fueron capaces de entender esos nuevos tiempos, en los que los marcos políticos, culturales, económicos, sociales y aún morales están siendo sustituidos por otros que desconocemos cómo se definirán cuando se afiancen, pero ya sabemos que vienen a sustituir los que creímos imperecederos.
Después de cuatro años, Trump ha vuelto a ser elegido presidente, pero en esta ocasión ganando en votos y controlando las dos cámaras legislativas de EE UU. Vuelve con más fuerza, con experiencia y sabiendo que este mandato será su legado para la historia. Vuelve con el apoyo de los protagonistas de la Revolución Tecnológica y con el compromiso de reindustrializar su país, a costa de los que por precios, por ausencia de derechos laborales, se habían transformado en la fábrica molesta y contaminante del Primer Mundo. Es un raro y complejo pacto entre lo que fue y lo que será el que mantenga las políticas de Trump.
Trump vuelve con más experiencia y sabiendo que este mandato será su legado para la historia
Y, mientras tanto, Europa no solo no ha hecho los deberes que le correspondían para afianzar una orgullosa autonomía estratégica sino que está objetivamente en peor situación. Efectivamente, la Unión hoy se encuentra paralizada por el fortalecimiento de las formaciones nacionalistas locales, casi todas con poco apego a las reglas que inspiran los principios democráticos de las democracias social-liberales, y con los nuevos dirigentes de la Unión Europea, elegidos después de las elecciones europeas, adheridos a las mismas inercias, mostrando aún mayor incapacidad para entender lo que sucede hoy en el mundo. Ayuda a esa parálisis, que convierte a la Unión en simple espectador, el panorama de los cuatro grandes países europeos. Francia tiene gobierno gracias a las renuncias y, aunque se han dado pasos para que los socialistas se liberen del yugo del neocomunismo de Mélenchon, todavía es solo una esperanza lejana la posibilidad de una alianza, sólida, fuerte, de las formaciones políticas social-liberales, secuestradas por unos clichés ideológicos que se están difuminando vertiginosamente. En esa situación las posibilidades de Le Pen aumentan considerablemente, más si tenemos en cuenta los errores de Macron y el miedo comprensible que provoca un extremista de izquierdas de los de antaño como Mélenchon, prisionero de su verbo incendiario, de su antisemitismo y de su demagogia antioccidental. En esa situación, Francia se hace valer más por su retórica que por su realidad.
Alemania está a la espera de unas elecciones después de una legislatura en la que paradójicamente se han producido grandes cambios en su política, sobre todo la exterior, pero no han sido suficiente y siempre ha trasladado una imagen de debilidad. Veremos el resultado electoral; pero si en épocas de estabilidad y bonanza Alemania estuvo prisionera por su pasado durante el siglo XX, lastrada para ejercer en Europa un liderazgo efectivo y en todos los ámbitos, debemos tener serias dudas sobre su papel en un futuro desordenado y oscuro.
Italia, que ha conseguido una estabilidad milagrosa con Meloni, hoy está muy cerca de la posición política de Trump y todos deseamos que siga apostando por la Unión como ha hecho hasta ahora, bien alejada de personajes peligrosos para la democracia social-liberal como el húngaro Orban y otros extremistas nacionalistas europeos. Y en España tenemos formalmente un Gobierno, pero no gobierna si no es con el visto bueno de un fugado de la justicia española y el presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, se entretiene erigiéndose en némesis de Trump, dando la espalda a nuestros intereses y al sentido común.
Sánchez se entretiene erigiéndose en némesis de Trump, dando la espalda a nuestros intereses
En estas circunstancias, los europeos deberíamos aceptar que hemos iniciado un nuevo periodo histórico con cambios radicales de los marcos políticos a los que nos debemos adaptar si no queremos que los regímenes autoritarios nos ganen la batalla durante largo tiempo. ¿Y hay alternativa en este panorama desolador? Sí, no estoy prisionero de un pesimismo paralizante. La solución pasa por volver a los principios sustanciales de las democracias occidentales, desprendiéndonos de toda la literatura adherida que confunde y es fruto de espíritus colmados y decadentes. Hay que apostar seriamente por una defensa europea y la incentivación de verdaderos líderes tecnológicos mundiales… más integración europea, más Unión y menos mezquindades de viejo aristócrata arruinado. Dicen que la Unión Europea siempre ha mejorado en tiempos de crisis, es hora de confirmarlo en la mayor desde su nacimiento.