TONIA ETXARRI – EL CORREO

El independentismo catalán no ha sabido esperar su momento, como el PNV

Ya estamos en la semana clave en la que la Generalitat certificará que se echa al monte después de haber ido dejando señales por el camino en estas últimas semanas en las que ha dado pruebas de su creciente nerviosismo. Encajando mal las críticas a su gestión de los atentados yihadistas y arremetiendo contra los ciudadanos que no piensan participar en el referéndum ilegal. Carles Puigdemont aún no ha comparecido en sede parlamentaria para hablar de estas cuestiones, entre otras cosas porque nadie, salvo Ciudadanos con una semana de retraso, se lo ha pedido. Está centrado en su desafío. En el golpe a la Constitución que pretende dar el próximo 1 de octubre. Creyendo, erróneamente, que quedará como víctima o ganador. Sin pensar en que puede resultar perdedor de esta apuesta ilegal. Con el 48% de apoyo electoral (72 de 135 escaños) quiere proclamar un Estado propio atribuyéndose el «mandato» del «pueblo» catalán para romper con el resto de España. Para ello necesita hacer trizas la Constitución del 78, que tuvo dos ponentes catalanes como Miguel Roca y Solé Tura, vulnerando, de paso, su propio Estatut, que establece que para cambiarlo se precisa una mayoría de dos tercios. Una mayoría que no tiene. Por eso se está dedicando a calentar el ambiente. Por miedo a una baja participación en el referéndum del que dice Rajoy que no se celebrará.

Pero no aparecerá el Ejército, ni los tanques, como fabulan en la Generalitat. Si eso no ocurre, los secesionistas habrán perdido según se desprende del silogismo aplastante utilizado por el portavoz Turull («si sacan los tanques a la calle es que ya hemos ganado»). En cuanto el Parlamento catalán apruebe la ley del referéndum y la Generalitat firme el decreto de la convocatoria, será el turno del Tribunal Constitucional. Se avecina la fecha y crece el pánico escénico incluso entre quienes prefieren repartir culpas al 50 por ciento para explicar en qué momento se fue todo al traste, cuándo y por qué se radicalizó Convergencia y en qué puesta de sol se cambió la ‘senyera’ por la ‘estelada’. Rajoy ha sido claro en su emplazamiento a Puigdemont –«en sus manos está lo que pueda pasar en las próximas fechas»–, sabiendo que el presidente catalán no está preparado para dialogar sobre otro guión que no sea el del referéndum. Por eso lanza su mensaje con dos conceptos estratégicos. La aplicación de la ley con proporcionalidad (para evitar el alimento del victimismo de los independentistas) y con firmeza (para tranquilizar a quienes critican su aparente parsimonia). Artur Mas y Francesc Homs ya han experimentado la inhabilitación. Vendrán más. Carme Forcadell está en la lista de espera. ¿Qué ocurrirá el 2 de octubre? ¿Quedarán inhabilitados los 15 consellers de la Generalitat? ¿Se aplicará el 155? ¿La ley de Seguridad Nacional? ¿El 544 del Código Penal? La ley al fin y al cabo.

De momento hay mucho ruido porque necesitan movilizar a la gente. Tanto es así que el portavoz Turull, aparte de esperar a los tanques, se ha permitido arremeter contra los ciudadanos que no quieran ir a votar llamándoles « súbditos» y resaltando su «carácter no democrático». Todo muy libre y tolerante. Han traspasado todos los límites de la presión. Incluso el del respeto a los ciudadanos que no piensan como ellos. Puigdemont envía un mensaje descodificado a través de una entrevista: «Si sale el ‘no’ convocaré elecciones». A ver si con este señuelo los ciudadanos no independentistas, previamente insultados por Turull, van a las urnas. Una jugada poco sutil. Tal como está el ambiente, el 1 de octubre se puede convertir en otro 9-N . Lo advirtió el conseller Jordi Baiget. Puigdemont no quiso escucharlo y, como hizo con otros colaboradores discordantes, lo cesó. Como al director de los Mossos d, Esquadra, Albert Batlle. Como el titular de interior, Jordi Jané.

El independentismo catalán no ha sabido esperar su momento para aprovechar la situación de debilidad parlamentaria del PP. O no ha querido. Porque los actuales gobernantes de la Generalitat hace años ya que abandonaron el pragmatismo y el ‘ seny’ del que tanta gala hacían en los 80. Han recorrido el camino inverso al del nacionalismo vasco. Que de la radicalidad, que tanto le gusta a Egibar, más identificado con Ibarretxe, han pasado al pragmatismo de Urkullu y Ortuzar. Y al PNV le va tan bien, pactando con el PP y gobernando con los socialistas, que sigue ganando.