EL MUNDO – 03/01/16 – LUCÍA MÉNDEZ
· Tras el 20-D, la política española ha devenido en una representación teatral, y las entradas y salidas de los personajes y el guión que interpretan llevan a pensar que la obra durará al menos hasta primavera.
«El principio según el cual vivimos en una obra de teatro total ha dejado de ser, ahora mismo, una mera figura del activismo situacionista para convertirse en una constatación tangible. La política se pone en escena a sí misma sin que parezca que así sea. El poder elabora una teatralización constante. Hay una confusión deliberada entre el ejercicio de la política y su autopublicidad». Esta tesis figura en el libro El mundo, un escenario. Shakespeare: el guionista invisible, de los profesores de la Universidad Pompeu Fabra Jordi Balló y Xavier Pérez. El ensayo quiere ser un homenaje a la vigencia del dramaturgo –de cuya muerte se cumplirán 400 años el 3 de mayo– en todos los campos de la creación humana. Por expresarlo en palabras del propio Shakespeare en su comedia Como gustéis: «El mundo es un escenario y todos los hombres y mujeres son actores, tienen sus entradas y sus salidas, y pueden representar muchos papeles».
La universalidad y contemporaneidad del dramaturgo tiene su reflejo en esta España de los primeros días de 2016. La política española ha devenido en una representación teatral después del 20-D y las entradas y salidas del escenario de los actores, así como el guión que interpretan, permiten pensar que la obra durará al menos hasta la primavera. El desenlace que todos pronostican es una segunda vuelta de las generales en la que todos repetirán papel, quizá menos uno. Pedro Sánchez será sustituido con toda probabilidad por una nueva actriz: Susana Díaz. Sólo un milagro podría alumbrar la investidura de un presidente y la formación de un Gobierno, de coalición, en minoría, provisional, estable o inestable. Que eso ya serían «detalles», como dijo Mariano Rajoy.
Hasta que se cierre el telón con una nueva llamada a las urnas, cada uno de los actores representará su papel, habrá momentos de tensión –como la constitución del Congreso en la que quedará patente que el PP no es tan poderoso como cree–, habrá convulsiones –a ver qué pasa en Cataluña–, momentos de calma o tiempos vacíos, el público se hartará de la incapacidad de consenso de su clase política y los españoles constatarán que cada partido tiene sus razones particulares para comportarse así, como cualquier personaje del teatro. Los actores políticos simularán que no quieren elecciones porque nadie quiere cargar con la responsabilidad de provocar la segunda vuelta. La responsabilidad será la palabra clave del guión, pero los antecedentes apuntan a que no se traducirá en hechos. Ni en presidente, ni en Gobierno.
El público –es decir, el electorado– dio a los actores políticos el 20-D un mandato de diálogo y consenso para el que los protagonistas aún no están preparados. Todos los cambios en la vida –personales, políticos, sociales y económicos– llevan su tiempo. La sociedad no se ha recuperado del shock de la crisis económica y ha trasladado ese shock a sus instituciones. Nadie ganó el 20-D. El bipartidismo quedó tocado, pero los emergentes no alcanzaron el papel que buscaban de actores decisivos.
El acto central de la dramaturgia que nos espera será la primera investidura fallida de un presidente del Gobierno desde la Transición. El protagonista será Rajoy, un auténtico héroe de la resistencia y la obstinación, que desde el 20-D permanece sentado en un trono más propio de monarca que de líder que busca votos para ser jefe de Gobierno. El único movimiento visible después de las elecciones han sido sus entrevistas con el resto de los líderes. Sánchez, Iglesias y Rivera han pasado por La Moncloa como quien va a consultas con el Rey para cambiar impresiones. Todos han aceptado la dramaturgia y el escenario del líder de la mayoría minoritaria. Podían haber quedado en otro sitio, pero han preferido La Moncloa para sentirse poderosos por unas horas. El presidente en funciones se reviste de hombre de Estado apelando a un diálogo que está en boca de todos, pero en el que nadie cree. Rajoy aspira a ser investido con la abstención del PSOE. O más bien simula a la vez que presiona porque él –que no es ningún pardillo– sabe que si los socialistas permiten la investidura, en el mismo momento firmarán su sentencia de muerte. Y en esto no hay división que valga. Hasta Felipe González, último mohicano del bipartidismo, es consciente de que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.
La escena más trágica tiene al PSOE como protagonista. Los socialistas –quién lo hubiera dicho– han pasado a ocupar el centro de las tablas. Un lugar incómodo porque tienen cortadas todas las salidas. Su líder, muy tocado por un resultado objetivamente adverso, ha puesto el bólido a 300 por hora para que no le alcance Susana Díaz. Aunque es joven y casi nuevo, hay indicios de que el sillón de Ferraz ya le ha confundido. Actúa como si tuviera con él a la mayoría del PSOE. Aunque aritméticamente sería posible llegar a un acuerdo con Podemos, nacionalistas e independentistas para ser presidente, políticamente no lo es. Los históricos y muchos barones presionan a Susana para que dé el salto a Madrid en tiempo y forma, es decir, en un congreso en marzo, pensando que la presidenta andaluza es la última posibilidad para reflotar al PSOE. Creen que una mujer con personalidad arrolladora y liderazgo claro tirará de la candidatura en unas nuevas elecciones. Se ha activado el sueño de que los socialistas pueden llevar a una mujer a La Moncloa. Esperando a Susana, se titula la obra.
Cabe aquí la interpretación de que el bipartidismo está tocado por la debilidad de sus liderazgos; la tesis de que el partido –PP y PSOE– que acierte con el liderazgo será quien reflote el averiado sistema político.
Tras el revolcón que los españoles le dieron al tablero político el 20-D, los emergentes siguen siéndolo. Han emergido, sí, pero sin consecuencias tangibles para el cambio político. Los dos han pasado al papel de secundarios. Pablo Iglesias, el líder rebelde que con su discurso en favor de los débiles encandiló a millones de votantes, ha cambiado de repente su relato. El plan de emergencia social ha dejado paso al derecho a decidir, dejando estupefactos, seguramente, a muchos de sus votantes. Y sin apenas haber comenzado su actividad en las instituciones nacionales, Podemos ya tiene baronesas. Desde la noche electoral, el incuestionado liderazgo de Iglesias es preso de Ada Colau. Las palabras y los ojos del líder de Podemos tras el 20-D apenas pueden disimular su intención de comerse a un PSOE en horas bajas en unas nuevas elecciones.
El cuarto protagonista, Albert Rivera, tiene por delante la definición clara de su relato. El resultado le ha situado en una esquina del escenario, clamando en el desierto por que empiece una legislatura que nadie ve en el horizonte. El acuerdo PP-PSOE-Ciudadanos por el que suspiran el Ibex y la mayoría de los medios de comunicación sólo está en el guión de los actores políticos, frente a un público que, poco a poco, está asumiendo la probabilidad cierta de una segunda vuelta del 20-D.
EL MUNDO – 03/01/16 – LUCÍA MÉNDEZ