El día que los dirigentes más radicales del PNV entiendan que la Justicia está para garantizar los derechos de los ciudadanos, quizás se haya producido el milagro que espera el alcalde Azkuna.
Desde que la presencia de Marijaia, grande y oronda, bonachona y silenciosa, se apodera de las calles de Bilbao en Semana Grande, la fiesta parece querer ofrecer su rostro más amable. Para compensar. Roto ya el hechizo en el que tantos creyeron cuando ETA volvió a tender la trampa de su negociación, el lastre de la persistencia de la violencia terrorista pesa mucho más, por viejo y enrocado, que la reciente crisis económica que el presidente Zapatero no termina de asimilar.
Al obispo Blázquez le resulta cada vez más insoportable el terrorismo hasta el punto que su mensaje sobre ETA, el pasado viernes, fue mucho más contundente que el pronunciado por monseñor Uriarte en San Sebastián. Matices que, por otra parte, a los terroristas les traen sin cuidado. Desprecian lo que piense la ciudadanía en general y la Iglesia en particular, mientras siga existiendo un núcleo de resistencia dispuesto a votar a sus candidatos, tomar su testigo, justificar, cobijar y promocionar la causa de la violencia.
Al alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, que tanta simpatía provoca más allá de la frontera de su partido por su actitud liberal y democrática, le ha dado este año por recurrir a la Virgen para pedir. Todo un síntoma. Será que confía tan poco en el presidente Zapatero como en el Gobierno de Ajuria Enea para resolver la crisis, en un caso, y garantizar la libertad de opinión en otro, que quizás sólo espere que se produzca un milagro para que este país salga de su ensimismamiento. El alcalde de Bilbao, como el popular Basagoiti, se teme lo peor desde que sabe que el departamento de Interior del consejero Balza ha autorizado la manifestación que los dirigentes abertzales relacionados con Batasuna piensan realizar en Bilbao el próximo viernes día 22. No por lo que pueda ocurrir sino por el grado de permisividad que se practica tan a menudo con el entorno de ETA. «Están envalentonados», se lamentaba la nacionalista Maria Esther Solabarrieta, que ha llevado el peso de la gestora de Ondárroa. Ella se refería al municipio vizcaino pero el caso es que ésa es la sensación generalizada que tienen muchos cargos públicos vascos en relación al conglomerado de Batasuna mientras la concejal del PP Marisa Arrúe pide al juez mano dura con el individuo que la amenazó de muerte.
En San Sebastián, apenas unos centenares salieron a la calle para homenajear a la ikurriña (la bandera más exhibida en general y en la mayor parte de los edificios y despachos oficiales, la única expuesta) cuando en realidad se querían manifestar contra la bandera española. Egibar sigue enrocado en lo suyo. Y si hablaba de «déficit democrático» cuando funcionaba el Pacto de Ajuria Enea, ahora le aplica la expresión al presidente Zapatero y se queda tan tranquilo. Sigue sin aceptar que el Gobierno tiene todo su derecho a presentar recursos al Tribunal Constitucional. El día que los dirigentes más radicales del PNV entiendan que la Justicia está para garantizar los derechos de los ciudadanos, quizás se haya producido el milagro que espera el alcalde Azkuna.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 17/8/2007