IGNACIO CAMACHO-ABC
Los hechos iniciales desmienten la prevención del Gobierno, que temía encontrarse bajo cada mesa un comando guerrillero
ESTOS separatistas no eran tan fieros como los pintaban. En vez de resistir junto al pueblo cautivo han salido por patas. Puigdemont se ha creído de verdad Companys pero en punto de caricatura, de farsa; su fuga al exilio, si tal cosa es, habrá que apuntarla en el debe de una Fiscalía y de unos tribunales que al día siguiente de un golpe de Estado se fueron tan tranquilos de fin de semana. Lógico: hace un otoño estupendo y no era cosa de perderse el aperitivo al sol en una terraza. Todo resultaría cómico, incluso la estrafalaria declaración de independencia, si no fuese por la escisión profunda que esta absurda aventura ha abierto en la sociedad catalana. Lo dijo Valle por boca del ciego Max Estrella: el sentido trágico de la realidad española sólo puede expresarse mediante una estética sistemáticamente deformada.
A los soberanistas va a ser difícil tumbarlos en las urnas porque llevan décadas haciendo campaña, pero en el plano institucional no tenían media bofetada. Acaso porque no se sientan del todo incómodos ante una intervención deliberadamente acotada, al primer envite de requerimiento han entregado bagajes y armas. La presentida resistencia vietnamita por ahora no aparece aunque en la Administración autonómica puede haber política de tierra quemada. Y el independentismo feroche se va a presentar a las elecciones en vez de boicotearlas porque todavía entiende que puede conservar cierta posición de ventaja. Al fin y al cabo se trata de catalanes, gente de larga tradición pragmática. Carnaza para los partidarios de la conspiratoria teoría del pasteleo, que sospechan enjuague y gatuperio bajo esta destitución de mano blanda.
En todo caso, los hechos iniciales desmienten la encogida prevención del Gobierno, que temía encontrarse bajo cada mesa de la Generalitat un comando guerrillero. Acostumbrado a no ejercer la autoridad, el marianismo se vio ante las puertas del infierno y decidió llamar a ella con toques quedos y con la intención manifiesta de pasar el menos tiempo posible dentro. Ha sobrevalorado al adversario porque le escocía el fracaso en la evitación del referéndum. Y se ha puesto límites a sí mismo al establecer plazos y cortapisas en su propio empeño. Los hombres del presidente confunden gobernar con gestionar porque la esencia del poder, que consiste en mandar, les da miedo; más que políticos son técnicos. No han querido entender que la vuelta a la normalidad en Cataluña entraña un esfuerzo mucho más complejo que el de restablecer el Derecho. Ojalá no sea ésta una oportunidad perdida que dé lugar al arrepentimiento. Porque el cañón del calibre 155 no se puede volver a cargar en cualquier otro momento, y menos para acabar disparando munición de fogueo.
En cuanto a Puchimón, que va camino de convertirse en un personaje de esperpento, todavía no sabe lo aburrida y triste que puede ser Bélgica como lugar de destierro.