Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
  • Quienes elevan la condición animal a la humana en realidad animalizan la nuestra

La agenda nacional y mundial de esperpentos llega tan cargada en esta época que es fácil perderse algunos que mereciendo cierta atención pasan casi desapercibidos. Uno de estos es el premio de la Fundación BBVA “Fronteras del conocimiento” a Peter Singer, ex aequo con Steven Pinker, por «sus innovadoras contribuciones académicas en el ámbito de la racionalidad y el progreso moral que han logrado un alto impacto en el espacio público».

Steven Pinker es un candidato adecuado a ese premio porque, en efecto, tiene una larga trayectoria de compromiso con la racionalidad y el progreso moral; sólo se le podría reprochar la exagerada ingenuidad de su fe en la bondad natural humana, y la precipitación teórica de algunas de sus teorías lingüísticas (como la del lenguaje mental universal o mentalés).

Pero Peter Singer es harina de otro costal: llamarle “filósofo”, como hizo tanto medio dando noticia del suceso, es tan adecuado como llamar a Jack el Destripador “investigador anatómico”. Respecto a la racionalidad, nada es más ajeno al premiado, pues considera iguales la conciencia animal y la conciencia racional humana. Si las ideas de moralidad y progreso ocupan la actividad de Singer, tienen un sentido tan salvajemente antihumanista y reaccionario que le alinean con la larga estirpe de enemigos de la humanidad que han afligido la historia. Les dejo un resumen de sus opiniones en la Wikipedia bastante partidario, y por lo mismo más ilustrativo de su infamia.

Se hizo popular con el “proyecto Gran Simio”, que postula considerar sujetos similares a los humanos, a efectos morales y jurídicos, a los grandes simios

Singer es considerado, con razón, el padre del animalismo, la teoría antiética que considera equivalentes la consciencia y los derechos humanos y los presuntos derechos y consciencia de los animales. Los animales tienen instintos y algunas especies –cetáceos, córvidos, cefalópodos, primates- costumbres y lenguajes elementales ligados a cierta consciencia básica, pero no conciencia ética, es decir, teorías y dudas sobre el bien y el mal: negarlo es una animalada. Singer se hizo popular con el “proyecto Gran Simio”, que postula considerar sujetos similares a los humanos, a efectos morales y jurídicos, a los grandes simios (gorilas, chimpancés, bonobos y orangutanes, de momento). Algunas de sus ocurrencias se están en la Ley de Bienestar Animal, último intento de ingeniería social de la paleoizquierda monclovita. Convertir a un chimpancé en ciudadano equivale a convertir a los ciudadanos en chimpancés, proceso con firmes partidarios en ciertos entes políticos y al parecer también en grandes bancos. Incluso evocando el recuerdo sentimental de la entrañable mona Chita, remite mucho más a las distopías de El planeta de los simios o La isla del doctor Moreau que a cualquier paraíso animalista.

Como suele ser usual, quienes elevan la condición animal a la humana en realidad animalizan la nuestra, regla que se cumple exactamente con Peter Singer. Por eso también ha defendido el infanticidio y la eutanasia obligatoria como medios legítimos y legales de regulación social utilitaria, es decir, la vieja pesadilla de la eugenesia que el nazismo llevó a sus últimas consecuencias.

Las opiniones de Singer no son un secreto; le han valido muchos reconocimientos de los mismos estúpidos o criminales culturales que impulsan la cultura de la cancelación, la dictadura woke, las sectas queer y animalista, y practican la destrucción universitaria del concepto clásico de humanidades. Por tanto, la Fundación BBVA sabía que premiaba a un tipo sedicentemente filósofo y, en realidad, un activista distópico y antihumanista. Este nuevo profeta de la roca Tarpeya merecería ser arrojado por alguna si no estuviera protegido, precisamente, por los valores que impugna o desprecia: libertad de expresión, de conciencia y de iniciativa, y derechos humanos basados en el derecho incondicional a la vida. Es la vieja paradoja de la tolerancia del fanatismo intolerante que tantos problemas ha creado a la democracia y tantas facilidades regalado a los totalitarismos de izquierda y derecha.

Los mayores enemigos de la libertad económica y la democracia liberal no suelen ser, como tiende a creerse, los revolucionarios y comunistas de distinto pelaje

Como otros grandes bancos –el Santander ha financiado cursos de formación de Podemos metidos en los de verano de la Complutense-, el BBVA muestra una frívola indiferencia por el sistema de valores al que deben la existencia y protege sus negocios: los derechos a la propiedad, a la libertad económica y resto de reglas y garantías del sistema que llamamos capitalismo con democracia liberal. Los mayores enemigos de la libertad económica y la democracia liberal no suelen ser, como tiende a creerse, los revolucionarios y comunistas de distinto pelaje. No, los peores enemigos del sistema de doble libertad económica y política surgen entre los más privilegiados y mimados, que frivolizan con la tolerancia y protección de quienes quieren destruirlo. La mezcla de ignorancia arrogante, irresponsabilidad moral y miedo a la opinión demagógica llevó a muchos industriales y financieros alemanes a financiar a Hitler como insensato, criminal y destructivo medio de combatir el comunismo, pero también de protegerse del odio y la demagogia fascista, desviado contra los judíos, la izquierda y las minorías.

Alguien parece creer ingenioso y equilibrado premiar juntos a un ilustrado liberal como Steven Pinker y a un iliberal por ilustrar como Peter Singer. Hace un siglo algunos capitostes del gran capital pensaron eso mismo de los totalitarismos emergentes; antes de Hitler, el dinero alemán también financió el viaje de Lenin a Rusia que acabó con el zarismo e instauró la distopía soviética. Si releemos críticamente a los centenares de pensadores e intelectuales de aquella época, descubriremos que la mayoría apoyaban el derribo de la democracia y del capitalismo, seducidos –como Carl Schmitt o Nikolái Bujarin– por ser los consejeros áulicos de las nuevas dictaduras comunistas y fascistas. Y también muchos ingredientes presentes en las actuales ideologías posmodernistas que tan bien encarna Peter Singer. Hicieron falta dos guerras mundiales, varias civiles, revoluciones y golpes de Estado con centenares de millones de muertos por todo el planeta para que algunos cráneos privilegiados descubrieran, finalmente, que la democracia y la libertad económica no estaban tan mal comparados con los campos nazis de exterminio y el Gulag soviético o la Revolución Cultural de Mao. Pero parece que a muchos se les ha vuelto a olvidar y les gusta intercambiar simios y ciudadanos.