ABC 03/11/16
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· El azote de corruptos, miembro de Juventud Sin Futuro, se estaba haciendo la hucha
EN diciembre de 2012 Ramón Espinar, hoy miembro del Senado en representación de Podemos, escribía el siguiente tuit: «No basta con la huelga de #telemadrid Exigimos una campaña de bulling indefinido a Isabel San Sebastián y Hermann Tertsch» (sic). Por aquel entonces, el actual aspirante a controlar la formación de los círculos en Madrid cobraba de la Universidad Autónoma en calidad de becario en el departamento de Ciencia Política de la Facultad de Derecho, desarrollando «líneas de investigación en las áreas de Estudios Urbanos, Movimientos Sociales y Teoría de la Democracia y Ciudadanía». Democracia y Ciudadanía concebidas de manera ciertamente peculiar, toda vez que tanto Hermann como yo padecimos durante semanas el acoso auspiciado por el citado personaje en nuestro centro de trabajo, sufriendo insultos, carteles injuriosos, pitadas en la cafetería y otras muestras de disciplinada obediencia a la consigna recibida del insigne doctorando.
No es que nos sorprendiera. El respeto que la libertad de expresión infundía a Espinar y sus correligionarios ya se había manifestado en episodios como el escrache infligido a Rosa Díez dos años antes, precisamente en la misma Universidad en la que estaba trabajando. Lo que no podíamos imaginar era que en ese momento, mientras se urdía y consumaba el silenciamiento de la dirigente de UPyD, el señor Espinar estuviese poniendo en práctica lo aprendido en sus «estudios urbanos» mediante una operación de especulación altamente lucrativa. Un 20 por ciento de beneficio en un tiempo récord, sin arriesgar un solo euro ni mucho menos dar palo al agua. El perfecto pelotazo inmobiliario: una vivienda de protección social promovida por Comisiones Obreras y obtenida por concesión digital, un préstamo de la abuela, mamá y papá (dirigente socialista imputado en el caso de las «tarjetas black» de Cajamadrid) para pagar la entrada, pese a la imposibilidad evidente de hacer frente a la hipoteca, y puerta al piso unos meses después, con treinta mil euros de beneficio bruto que se quedaron en veinte mil después de gastos e impuestos. ¿Alguien da más?
Ramón Espinar, azote de corruptos en la Asamblea de Madrid, martillo de herejes «fachas» dentro y fuera de la Cámara Alta, gran inquisidor de la inmoralidad consustancial al liberalismo defensor de la iniciativa privada, enemigo de la virtud inherente a la izquierda abanderada de lo público, se estaba haciendo la hucha. Tenía veintitrés añitos y militaba en «Juventud Sin Futuro», pero el suyo estaba labrándose a resguardo de la luz, taquígrafos y tormentos predicados a los cuatro vientos. En otras palabras; consejos vendía y para él no tenía, a semejanza de Juan Carlos Monedero, avisado por una filtración de Hacienda cinco minutos antes de incurrir en fraude fiscal, Íñigo Errejón, el de la beca ficticia en Málaga, o Pablo Echenique, que no pagaba la seguridad social a su cuidador pese a bramar contra los sinvergüenzas capaces de perpetrar tal vileza.
El piso «black» de Espinar es el penúltimo capítulo de una larga saga. Una prueba más, entre muchas, de la incoherencia que habita en los salvapatrias venidos a redimir al sistema de una corrupción que les salpica en cuanto se presenta la ocasión. Porque no tiene mérito alguno abstenerse de robar cuando nada se pone a tu alcance. Lo meritorio, lo extraordinario, es mantenerse limpio ante la tentación aliada a la impunidad. Y ahí, señores de Podemos, los síntomas que manifiestan llevan a temer lo peor.