ABC 19/12/13
DAVID GISTAU
En el patio del Parlamento había ayer una decoración sencilla, apenas unas bombillitas que en la neblina del melancólico día invernal parecían luciérnagas. En principio, este cronista no tiene nada contra la Navidad, que es el momento en el que familias habitualmente disueltas llenan los silencios de la conversación jugando al Trivial en la sobremesa de Nochebuena. Otra cuestión, que sí se antoja empobrecedora para el ideal parlamentario, es elevar el espíritu navideño a razón política. Por estar en Navidad, hasta Montoro pidió perdón por ser Montoro, eso sí, incluso cuando pide perdón, lo hace con el tono de una discusión de tráfico.
Ante el matiz dickensiano de la realidad social, fueron varios los oradores que, convocando el espíritu de la Navidad, trataron de hacer pasar a Rajoy y su gabinete por un remedo de Mr. Scrooge, implacable incluso en la época de la ebriedad fraterna, que por pura maldad pretendería dedicarse a dejar sin futuro a los estudiantes y sin calefacción a las familias metidas en apuros. A poco que dejara volar la imaginación, uno terminaría creyendo que el camión con manguera con el que van a ser dotados los antidisturbios servirá para dispersar a los niños y a los Reyes Magos de la cabalgata. En este sentido, tenemos razones para sospechar que la vicepresidenta del Gobierno considera que tanto el suministro de calefacción como el camión con manguera son recursos demagógicos del PSOE, puesto que recriminó a Soraya Rodríguez que, cuando gobernaron, ni condonaron las deudas ni dejaron de comprar partidas de gases lacrimógenos.
Rajoy introdujo un argumento que podría percibirse como una osadía: la declaración oficial del estado de optimismo. El presidente describió un punto de inflexión según el cual habría terminado la destrucción de empleo y estaríamos en la inminencia de la remontada definitiva. Cuando acusó a sus adversarios de sabotear el futuro con diagnósticos apocalípticos, no pudo uno dejar de recordar que lo mismo le reprochaba a él Zapatero, cuando la emergencia nacional servía, como ahora, para considerar una irresponsabilidad el contrapeso de la oposición. Rajoy siempre fió al repunte económico en un país amenazado por el rescate que se le aceptaran como justificados los incumplimientos de las promesas electorales, que ayer le fueron recordados por Cayo Lara y por Rosa Díez. La portavoz de UPyD, cuya sola existencia ya desquicia al presidente como si llevara pegado al cobrador del frac o un marcaje al hombre de Gentile, abundó en el arreglo del CGPJ: «Sea más modesta», le espetó mientras intentaba aplastarla con un consentimiento del 93% parlamentario que en realidad es un pacto endogámico para mantener el cotarro político/judicial. No fue posible eludir la tabarra independentista. Es una gangrena argumental. El diputado Bosch preguntó por la exclusión de Cataluña de la UE, haciendo como que no sabe que es una autoexclusión. Equiparó con los «hooligans» a quienes se proponen hacer cumplir la Constitución, lo cual da fe de cuán deprimentes son estos tiempos en los que personajes que se atribuyen un derecho mágico a quebrantar la ley dan lecciones de legitimidad.