Jesús Cacho-Vozpópuli

«Un caso curioso el de este hombre al que conozco bien. Si estás con él y su mujer, Ana, una señora inteligentísima, en un acto público, António se comporta como un tipo normal, educado y encantador, pero como al grupo se acerque un tercero de cierto nivel, entonces se transforma y se convierte en un actor, entonces estamos perdidos, porque de António Horta-Osório se apodera una especie de frenesí que lo transforma en un tipo fanfarrón y ególatra, con ese aire de suficiencia suyo que al final ha terminado por dar con sus huesos en tierra». Es la historia del esplendor y caída de uno de los más altos ejecutivos de banca del mundo, el «samurái de la City», el «banquero bonito», el financiero más brillante que ha dado Portugal en su historia, que estuvo cerca de convertirse en consejero delegado del Santander, que después fue responsable del exitoso rescate del británico Lloyds Banking Group, que en abril del pasado año fue fichado con gran pompa como presidente de Credit Suisse con la misión, también, de reflotarlo, y que, finalmente, el pasado lunes 17 de enero fue despedido de la afamada entidad suiza apenas ocho meses después de haber tomado posesión y seis meses después de que la reina Isabel II le nombrara en Windsor caballero de la Orden del Imperio Británico.     

Un suceso que ha conmocionado las finanzas europeas esta semana. Titulado en Empresariales por la Universidad Católica de Lisboa, con un MBA por Insead y un AMP en Harvard, Horta-Osório se enroló pronto en Goldman Sachs Nueva York, el banco de inversión que acompañó los grandes pelotazos de Emilio Botín a lo largo y ancho del planeta. Ocurrió lo que tenía que ocurrir: que don Emilio lo invitara a unirse a Santander, donde el listísimo portugués hizo larga y fructífera carrera entre 1993 y 2011 al frente de los negocios del grupo español en Portugal (CEO de Banco Santander Totta), como responsable de la expansión en Brasil (CEO y presidente de Santander Brasil), uno de los grandes caladeros de beneficios de la entidad, y como ariete en el desembarco del grupo en Gran Bretaña con la compra de Abbey National. Convertido en vicepresidente de Santander España y en estrecha relación con Ana Botín, al lisboeta solo le faltaba el apellido para llegar a lo más alto en la cúpula directiva del banco. Por él no iba a quedar. Lo intentó con la arrogancia de esos ejecutivos de largo aliento que no se paran en mientes a la hora de repartir codazos e imponer jerarquía. Lo suyo, o tal creyó, era suceder a Alfredo Sáenz como consejero delegado. Pero algo se torció, algo que solo él podría explicar. «Está claro que enseñó demasiado la patita, cuidó mucho a la prensa especializada, y hubo un momento en que las alarmas empezaron a sonar en el clan Botín».

El caso Horta-Osório, en fin, ha venido a confirmar la conducta poco ejemplar de ciertas elites, y no solo financieras, mundiales, convencidas de que las reglas que obligan al resto de los mortales no rigen para sus señorías

Del punto muerto vino a rescatarlo David Cameron y su ministro de Economía, George Osborne, para ofrecerle la presidencia del Lloyds, un banco nacionalizado que rozaba la quiebra y que pronto volvió a los beneficios gracias al conocimiento del portugués de la banca retail. En el historial del portugués apareció, sin embargo, una primera vía de agua que pocos hubieran sospechado: el abandono del cargo durante semanas a cuenta de un «estrés insoportable», asunto que provocó ríos de tinta en la prensa británica y, algo bastante más peligroso: una escapada, que pretendió secreta, con una buena moza aprovechando un viaje de negocios por Tokio y Singapur. La aventura terminó en las páginas de los diarios sensacionalistas, de modo que António, pillado con las manos en la braga, no tuvo más remedio que reconocer su error y pedir perdón a su mujer que, comprensiva, se lo otorgó. Bastante peor le fue al responsable de comunicación de Lloyds, a quien el jefe echó la culpa de la filtración, que acabó perdiendo su empleo. Pelillos a la mar. El éxito de su gestión al frente de la entidad fue tan notorio que Horta-Osório, a punto de cumplir 58, varias veces «banquero del año» por Euromoney, acabó convertido en una auténtica celebrity de las finanzas, con varias universidades británicas compitiendo por otorgarle doctorados honoris causa.

El cénit de su carrera llegó con su fichaje, abril de 2021, como presidente ejecutivo de Credit Suisse (CS), una de las marcas de banca de inversión más prestigiosas del mundo, que desde hace tiempo atraviesa por serios problemas de solvencia después de algunos tropiezos clamorosos (caso de la financiera Greensill Capital y del family office Archegos, entre otros). Su antecesor en el cargo, Urs Rohner, se manifestó «extremadamente feliz» con el fichaje. Todo parecía ir sobre ruedas cuando, de repente, y menos de un año después de su incorporación, el Consejo de Administración, reunido de urgencia en Zúrich en la tarde del domingo 16 de enero, anunció su destitución como resultado de una investigación interna que lo encontró culpable de haber violado las normas anti Covid impuestas por las autoridades suizas (una escapada a Londres en pleno verano para asistir a la final del torneo de Wimbledon, y una más reciente a Madrid para entrevistarse con Florentino Pérez y desayunar, 3 de diciembre, con el gobernador del BdE, Pablo Hernández de Cos), por un lado, y haber utilizado a discreción el avión corporativo de la entidad en vuelos privados (incluido uno a las Maldivas para unas vacaciones familiares).

¿Un banco en situación desesperada que despide al hombre llamado a salvarlo por culpa de lo que no pocos considerarían una fruslería? ¿No conocía el afectado las reglas, ni había en su staff nadie dispuesto a recordárselas? Raro. Lo cierto y verdad es que Horta-Osório entró en CS dispuesto a cortar cabezas a diestra y siniestra, convencido de que, con su brillante currículum y su inexpugnable condición de hombre último recurso, todo le estaba permitido. Entre algunos ejecutivos de CS el lisboeta era conocido como «Torquemada», en referencia al fraile dominico primer inquisidor general de Castilla y Aragón en el XV, por su celo a la hora de exigir cuentas a su alrededor. Sabía que necesitaba apoyos, pero nunca creyó necesitarlos y, desde luego, nunca tan pronto. Fue así como, en pocos meses, consiguió labrarse una buena cartera de enemigos, entre ellos muchos consejeros a los que declaró no aptos para el cargo, pero básicamente entre esos cargos intermedios que son los que, al final, definen el destino de las organizaciones. A la hora de la verdad se encontró solo y abandonado, sin el menor apoyo, presto a arder en la hoguera que él mismo había alimentado, como la mayoría de los Torquemadas que en el mundo han sido.

Es el destino que suele aguardar a cierto tipo de altos ejecutivos que, sintiéndose invulnerables, terminan haciendo de la prepotencia su norma de conducta. Gente como Horta-Osório o como Andrea Orcel, también llamado a ser consejero delegado de Santander, cargo del que fue descabalgado antes incluso de haber tomado posesión y después de que, sin haber sido presentado, empezara a impartir órdenes que pusieron en guardia a no poca gente, incluida la propia presidenta. Curioso paralelismo entre el portugués y el italiano, mecidos ambos en la cuna de Ana Botín. Ejecutivos que quieren mandarlo todo y con los que no resulta fácil la convivencia. Gente acostumbrada a impartir órdenes con un cierto deje brutal, que desembarca en los sitios rodeada de una pequeña corte personal (Antonio Lorenzo y Miguel Braganza, en el caso del portugués), obsesionada por los resultados a corto (Orcel era partidario de, como ha hecho BBVA, vender Santander US), dispuesta a todo cuando las cosas se tuercen, incluso a grabar conversaciones privadas con el jefe. Sensación en la Ciudad Financiera de que Ana Botín ha salvado dos match ball ciertamente peligrosos.

En todo caso, el portugués ha violado las normas y se ha ido, cosa difícil de imaginar entre banqueros y empresarios españoles de postín, acostumbrados a utilizar medios societarios con fines privados sin que se les mueva una ceja

Entre sus defensores, que son legión, existe la creencia de que el lisboeta ha sido víctima de una trampa tendida por una cúpula, la de CS, refractaria al cambio incluso en las condiciones más difíciles. Ocurrió en 2004 con John Mack, apenas tres años como CEO, y con el franco-marfileño Tidjane Thiam tan cerca como 2020. Parece que el uso del jet corporativo estaba en línea con el de su antecesor en el cargo y con el de otros colegas senior de la entidad. ¿Estamos ante algún tipo de racismo subliminal? Suiza es un territorio muy difícil para un alto ejecutivo extranjero. «It seems the elitist Suiss like Portuguese to clean their beds or serving at tables, not to give them orders», podía leerse días atrás en las cartas de los lectores de FT. En todo caso, el portugués ha violado las normas y se ha ido (3,8 millones de francos por ocho meses de trabajo), cosa difícil de imaginar entre banqueros y empresarios españoles de postín, acostumbrados a utilizar medios societarios con fines privados sin que se les mueva una ceja, listos para sufragar su vida privada, incluso a financiar sus fincas, con cargo a los recursos de las empresas que dirigen, en medio del silencio de unos Consejos de Administración dispuestos a hacer la vista gorda con cualquier tropelía del jefe.

El caso Horta-Osório, en fin, ha venido a confirmar la conducta poco ejemplar de ciertas elites, y no solo financieras, mundiales, convencidas de que las reglas que obligan al resto de los mortales no rigen para sus señorías. Es el clamoroso caso del tenista Novak Djokovic en Australia o el no menos sonado del primer ministro británico y sus fiestas privadas en el 10 de Downing Street mientras el inglés de a pie penaba recluido en su casa. Constatación también de que muy a menudo funciona la disciplina del mercado allí donde embarrancan los niveles éticos de Parlamentos supuestamente democráticos. Djokovic se apresta a perder ingentes sumas de dinero en patrocinadores, y António Horta-Osório ha perdido su empleo en Credit Suisse, pero Boris Johnson sigue impertérrito como primer ministro británico. Nada digamos de un tal Pedro Sánchez, uno de los políticos que más acostumbran a utilizar medios públicos con fines privados. «Sánchez lo vuelve hacer: visita un centro tecnológico de Gijón para ir en Falcon a un mitin del PSOE» podía leerse anoche mismo en Vozpópuli. Con un par. Y siempre con total opacidad. Y con la sensación de impunidad propia del sátrapa.