FERNANDO SAVATER-EL PAÍS

  • La prensa regional cultiva esa sección que nos retrotrae a una vida social de tamaño más humano y con ínfulas menos cosmopolitas

Entre mis vicios retro, el más inocente es leer varios periódicos en papel al día. Por supuesto los principales diarios nacionales, porque no hay nada más divertido que comparar como encabezan las mismas noticias de alcance. Pero también la prensa regional, con sus localismos que nos retrotraen a una vida social de tamaño más humano, llena de topetazos y glorificaciones con menos ínfulas cosmopolitas. Sobre todo esos diarios de proximidad cultivan una sección que en otros más arrogantes ha caído casi en desuso: las esquelas. Seamos sinceros: teniendo un buen repertorio de esquelas, ¿quién va a preferir entretenerse con columnistas? Pero para disfrutar plenamente de las esquelas hay que tener vecinos, es decir gente desconocida a la que sin embargo conocemos por vía indirecta, tipos familiares que no son de la familia. Las esquelas de verdad no se refieren a gente célebre ni llevan como complemento documentadas necrológicas (el mundo se divide entre los que tienen derecho a necrológica y los que no pueden aspirar más que a esquela). Las necrológicas cuentan hazañas, aventuras, creaciones aunque sean banales y no rebasen el nivel de jefe de negociado. Las esquelas se despiden con una frase estereotipada como “no te olvidaremos” o “fuiste buen padre y amigo”, quizá más sentida que cualquier narración necrológica pero que deja una impresión de formulismo rácano: “que pase buena muerte” o algo así. En otras se consigna si el fallecido era viudo de fulana o mengano, que le precedieron muchos años en el óbito: la pareja se reúne.

Lo característico de esas esquelas es la foto del fallecido que las ilustra. En unas tienen cara de susto, como viendo venir lo irremediable, en otras de simpática sorpresa o de aburrimiento. Rostros muy vivos porque ya han dejado de serlo.