NACHO CARDERO-EL CONFIDENCIAL

Los extraños tiempos que vivimos por culpa del coronavirus, con una crisis sanitaria, social y económica todavía en ciernes, son campo abonado para el fanatismo

El adiós de Messi al Fútbol Club Barcelona va más allá del ámbito deportivo. Es, dice Javier Caraballo, la parábola del independentismo. “Se va la estrella argentina del Barça después de haber hecho el ridículo en Europa, igual que le ha ocurrido al ‘procés”.

La marcha de Messi es símbolo de la progresiva decadencia en la que un grupo de políticos, ahora desbordados por la masa social a la que azuzaron, ha embarcado a Cataluña. Primero se fueron las empresas y ahora lo hace Messi. Desde la Diada del 11 de septiembre de 2012, Cataluña ya no es lo misma. Quiso ser Silicon Valley y va camino de Ínsula Barataria.

Con todo y con eso, los que aventuraban que este serial de desencuentros, con el ‘affaire Leo’ como último capítulo, terminaría por rematar el ‘procés’ y ahogar el independentismo catalán en sus propias contradicciones están viendo caer su gozo en el más hondo de los pozos.

Queda demostrado que los extraños tiempos que vivimos por culpa del coronavirus, con una crisis sanitaria, social y económica todavía en ciernes, son campo abonado para el fanatismo.

Torra, que no es negacionista pero en ocasiones lo parece, se ha puesto de perfil a pesar de que el virus ha infectado al Govern

Están los negacionistas de las mascarillas y luego están los de la ANC de la Diada. Está Miguel Bosé, que reniega de una posible vacuna contra el coronavirus porque sospecha que hay algo oscuro detrás de la pandemia, algo dictatorial; y está la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, que confunde Cataluña con un Shangri-La o república utópica, donde las empresas apenas parecen haber sufrido embate alguno por el ‘procés’, y la pandemia del covid-19 es como si hubiera pasado de puntillas por el territorio.

Saltándose a la torera las recomendaciones sanitarias, las advertencias del ministro Illa y los dictados del sentido común, Paluzie insiste en hacer concentraciones para la Diada del 11 de septiembre. Asegura que la Generalitat, que prohíbe las reuniones de más de 10 personas, dará su plácet: “Necesitarían el estado de alarma para prohibir el derecho de manifestación”.

Manifestación de la última Diada, el pasado 11 de septiembre de 2019. (EFE)
Manifestación de la última Diada, el pasado 11 de septiembre de 2019. (EFE)

Torra, que no es negacionista pero en ocasiones lo parece, se ha puesto de perfil. No quiere enfrentarse a la ANC y a su potente entramado social, a pesar de que uno de sus ‘consellers’ (Damià Calvet) está contagiado por el virus y tiene a otro (Jordi Puigneró) en cuarentena, y a pesar de que Cataluña se erige en uno de los puntos calientes del covid en España.

Hay ya 128.396 casos confirmados acumulados, la cifra de fallecidos asciende a 13.004 y Grecia acaba de prohibir los vuelos a y desde Cataluña, incluyendo la ciudad de Barcelona. Hasta el presidente del Colegio de Médicos de Barcelona, Jaume Padrós, independentista de lazo amarillo en la solapa, insta a que se evite cualquier tipo de acto que pueda convertirse en multitudinario por la Diada del 11-S.

Una parte sustantiva del independentismo sigue viviendo en un mundo irreal, que se inventaron unos pocos y luego fue asumido por unos muchos. El negacionismo campa a sus anchas. Ni siquiera los muertos del covid han logrado pinchar la burbuja.

El secesionismo sigue gozando de una mala salud de hierro. Aunque parezca que va perdiendo, siempre gana. Recordaba Joan Tapia este fin de semana que todas las encuestas, incluso las más lesivas a sus intereses, dan una mayoría a las tres formaciones independentistas de un mínimo de 69 escaños cuando la mayoría absoluta es de 68.

La estrategia de Moncloa pasa por animar la guerra fratricida que actualmente ocupa a dos formaciones siamesas (JxCAT y PDeCAT) y por apoyarse en el PNC, el nuevo partido de Marta Pascal, escisión de los anteriores, para que abra una brecha en el independentismo e impida que se vuelve a repetir una mayoría absoluta como la actual, con un exiliado mandando desde Waterloo, un ‘president’ títere en plaza Sant Jaume y la ANC llevando la batuta.

Quien maneja los mandos de la Generalitat es Puigdemont, pero quien controla Cataluña, la que saca a los manifestantes el 11-S a pesar del covid-19, la que infunde respeto, por no decir temor, a los ‘consellers’, es la ANC. Fue la que llevó a Joan Canadell al frente de la Cámara de Comercio de Barcelona y la que ahora pretende hacerse con el control del Barça con candidatura propia una vez diga adiós Bartomeu.

De las muchas anécdotas que se cuentan ahora para glosar la figura de Leo Messi, merece la pena destacar la de Diego Armario sobre el día en que le homenajearon en Barcelona por sus éxitos deportivos.

Al final del acto, recordaba el periodista, los socios del club empezaron a gritar consignas en favor de los líderes políticos catalanes en prisión, víctimas de la supuesta represión del Estado español. Aplaudió la mayoría, excepto el astro argentino, que permaneció de pie, con las manos entrelazadas, inmóviles, como si la cosa no fuera con él, sabedor de que, con hueco reservado en el Olimpo del fútbol, nadie jamás se atrevería a reprocharle su actitud.

Ni siquiera los más próximos se arriesgan a intentar descifrar las inclinaciones ideológicas de Messi, ni su valoración sobre el proceso independentista catalán. Posiblemente, no tenga una opinión formada o sea lo suficientemente ambigua, como sucede con un porcentaje relevante de la población catalana, que impide que se le pueda encasillar políticamente.

De ahí la necesidad de Paluzie de sacar a sus fieles a la calle este 11 de septiembre. La ANC le tiene más miedo a Leo Messi, a todos los Leo Messi de Cataluña, que al covid.