Rubén Amón-El Con fidencial
La llamada de Sánchez a Torra es un gesto degradante con el que aspira allanar el camino de la investidura, subestimando la venganza de Puigdemont
No sabremos nunca el contenido de la ‘llamada’. La versión oficial alude al prosaísmo de un clima cordial e institucional, pero la cortesía y los modales no contradicen el maximalismo de Torra. Que exigió a Sánchez la autodeterminación. Y que ha colocado al presidente del Gobierno en el marco mental y conceptual del ‘conflicto político’.
Regresa el líder socialista al escenario de Pedralbes. Y se recrea en el lenguaje eufemístico que prosperó entonces —“rebajar la tensión”, “diálogo”—, más o menos como si la dureza de la campaña electoral hacia el nacionalismo respondiera al ardid de atraerse el voto mesetario.
No parece verosímil que anteceda a la investidura, pero la iniciativa y la emergencia demuestran la sumisión de Sánchez al redil de la narrativa soberanista. Es el efecto ‘Zelig’. El presidente se mimetiza con la necesidad. Bien podía haber hablado en inglés con Torra. Y revestir la conferencia internacional de una perfecta bilateralidad, como si ya representaran a sus respectivas naciones. “¿Está el enemigo? Que se ponga”, diría Gila.
No parece verosímil que anteceda a la investidura, pero la iniciativa y la emergencia demuestran su sumisión al redil de la narrativa soberanista
Tan obscena es la llamada que Sánchez ha pretendido encubrirla en una especie de orgía telefónica. No venía a cuento comunicarse con todos los presidentes autonómicos, pero la iniciativa colectiva tanto reconocía la complicidad del PNV —Urkullu fue el primero del ‘casting’— como aspiraba a disimular el telefonazo específico a Torra. Era un requisito de ERC al que ha accedido el ‘president’ sin percatarse de que Fray Junqueras pretende involucrarlo en las negociaciones con la Moncloa.
Se trata de compartir el desgaste político y electoral que supone negociar con Madrid, aunque la reacción de Torra a la llamada de Sánchez —suave en las formas, dura en el fondo— expone la beligerancia que le impone Puigdemont desde el cuartel de Waterloo. El ‘president’ desterrado tanto necesita abjurar de los ‘carceleros’ del PSOE como desenmascarar la componenda entre los socialistas y los alfiles de ERC, no digamos si la Justicia europea le concede la inmunidad y regresa a la madre tierra para desquitarse del exilio con la magia de unos comicios providencialistas. Semejante redención le obliga a distanciarse de la Moncloa. Y explica que Torra expusiera a Sánchez su desengaño y su frustración. Porque no se le ponía al teléfono. Porque fue muy duro en la campaña del 10-N. Y porque no ha tenido corazón con los presidiarios.
Sánchez ha cedido. La llamada telefónica es el inicio de una capitulación que Fray Junqueras ha organizado desde la cárcel. Proliferan las opiniones filosocialistas que observan este siniestro pacto en los términos de una gran oportunidad del deshielo, la solución definitiva del ‘problema catalán’, pero la ingenuidad y el posibilismo subestiman la ferocidad del soberanismo.
Una buena prueba es la cama redonda que Adriana Lastra ha organizado en el Congreso. Ni cordones sanitarios ni escrúpulo institucional. La vicesecretaria general del PSOE se reúne con Bildu y la CUP. Lo que no sabemos es si la etiqueta exige o no el pasamontañas.