IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO
La vicepresidenta segunda del Gobierno asegura que la patronal no está a la altura de las circunstancias. Supongo que considera que ella sí lo está, pues, de lo contrario, sería una desastre, dado lo adversas que son las circunstancias actuales. Yolanda Díaz destacó en sus primeras actuaciones por su gran capacidad para lograr acuerdos con sindicatos y patronal. ¿Qué ha cambiado desde entonces para abandonar la concordia, desenterrar el hacha y considerar que la mejor manera de encarar las importantes negociaciones laborales que tenemos en el horizonte cercano sea la de empezar las conversaciones desautorizando a quien debe cumplir sus deseos? Ni idea, pero me imagino que la necesidad de marcar perfil para sumar aliados a su proyecto de Sumar exige restar ciertos apoyos y renegar de algunos aliados pasados. Pues que pena. Tenemos escasez de empleo y penuria de acuerdos, (y de gas, de agua, de petróleo…), pero de enfrentamientos estamos sobrados. Ella lo sabe, claro, aunque no le importe.
Sin duda alguna, el Gobierno tiene razón en una cuestión capital: el salario mínimo actual es muy exiguo y la inflación rampante que padecemos agrava la situación y deja sin efectos las subidas anteriores. Los sindicatos hacen bien en pedir subidas. Pero ambos olvidan que el nivel de los salarios no depende solo, ni siquiera principalmente, de la mayor o menor bondad de la patronal, ni de la capacidad de presión de los sindicatos. Ambas circunstancias podrán modular los salarios en el corto plazo y siempre de manera parcial. Pero, en el largo plazo depende de cosas ‘desagradables y complejas’ como son la formación de los trabajadores, el nivel de las inversiones, la calidad del I+D, el tamaño de las empresas, su presencia en los mercados, etc. En resumen, depende de su productividad y del valor que añaden a sus productos.
¿Hemos dedicado la atención necesaria a estos temas a lo largo de la pandemia y de la guerra posterior? No. Hubo un momento, al principio de la enfermedad, en el que Yolanda Díaz se mostraba orgullosa de tener más de cinco millones de personas cobijadas en algún tipo de prestación social. Pues no. El objetivo central no puede ser dar una subvención a quien carece de salario por no tener empleo. El objetivo, absolutamente prioritario, debe de ser el de crear las condiciones para que encuentre un empleo. El dilema es eterno. Repartir peces es fácil, sobre todo cuando los pescan otros. Dar cañas y enseñar a pescar es más laborioso, aburrido y lento. Pero es mucho mejor, más duradero y más digno. Siempre lo ha sido.