- Los asesinos de la democracia utilizan sus propias instituciones para liquidarla. Si el pueblo soberano no reacciona para salvarla
Josep Borrell, en defensa propia: “No soy un mentiroso, lo de Cataluña es un concierto”. Reaccionaba al intento de implicarle en la justificación de la elección de Salvador Illa a cambio de la independencia fiscal exigida por Esquerra. Otro escalón en la carrera antidemocrática de Sánchez, que cuando empezaron las preguntas sobre el pacto se escondió en el palacio de La Mareta, en Lanzarote. Antes ordenó a la vicepresidenta María Jesús Montero: sales y lo explicas. Y salió y lo explicó. Ella no habrá leído a Hanna Arendt, pero no ignora para qué sirve la técnica de lo que la filósofa alemana bautizó como la “gran mentira” política. Sabe que lo que dijo es manifiestamente falso, pero sería una falsificación activa al servicio de “la causa”.
Para la ministra de Hacienda, como para Sánchez, la verdad fáctica, los hechos, son opinables. Pueden decir una cosa y su contraria a conveniencia. ¿Concierto sí, concierto no? Lo que convenga en función de las circunstancias. Doctrina conocida: “hechos alternativos”. No importa si algo es verdadero o falso; mentir estaría justificado en función de un bien superior. Mentiras antifascistas, en su caso. Es cutre, pero es lo que hay. Me di cuenta de cómo se había degradado el PSOE cuando, al final de una discusión con un amigo con formación académica, cerró la conversación con un “votaré al Partido Socialista aunque pongan a una cabra”. ¡Lealtad tribal!
Ningún español ignora que Sánchez dijo esto y lo otro, para terminar haciendo lo contrario. Está asumido que sus palabras se convierten en ceniza en cuanto salen de su boca. Lo que importa no es tanto desenmascararle como advertir que renunciar a los hechos es renunciar a la libertad. Si nada es verdad, nadie podrá criticar al gobierno porque no hay ninguna base sobre la que hacerlo. Mentiras destinadas a polarizar, que, como tiene demostrado la ciencia política, facilita la predisposición autoritaria de los seguidores. Es la democracia lo que está en juego.
Los votantes sanchistas asumen y respaldan cada mentira activa de Sánchez por su utilidad, pero, en esta ocasión, el brebaje es cianuro
El problema para el sanchismo es que, en ocasiones, la “gran mentira” hace agua. Debe estar preguntándose Montero por qué funcionó con indultos, etcétera, y no con esto. El propio Borrell es la respuesta. Calló con las “embajadas” catalanas, la malversación, la amnistía, con todo, pero no con este pacto fiscal impuesto por el secesionismo, que él sabe estaba ya escrito al detalle por el independentista Instituto de Estudios del Autogobierno (IEA). Los votantes sanchistas asumen y respaldan cada mentira activa de Sánchez por su utilidad, pero, en esta ocasión, el brebaje es cianuro. Ya lo habrá comprendido Ignacio Escolar (El Diario), uno de los más forofos creadores de “hechos alternativos”, al intentar un relato increíble según el cual Aznar habría hecho algo similar a lo pactado para hacer presidente a Illa. Una patraña, como él y todo el mundo sabían. Mienten sin necesidad de fingir.
Los tres oráculos de La Mareta
Ahora bien, si te fijas en el buque insignia, El País, compruebas el grado de desconcierto provocado con el pacto fiscal con ERC. Claudi Pérez, otro guionista de relatos para la causa, se queja de la falta de indicaciones claras por parte de Sánchez. “Nadie ha entendido cómo durante semanas se le ha dado todo el espacio a Esquerra para fijar la narrativa del concierto”, escribe Pérez. ¿Nadie ha entendido? Todo el mundo ha entendido que lo del concierto corresponde explicarlo a los independentistas, como sabe, señor director adjunto. Lo que usted le pide al presidente es que abra una vía “gran mentira” para orientar al personal. Tranquilo, Claudi, que en eso están los tres oráculos de La Mareta -Sánchez, Illa y Zapatero-.
Saben que no hay “gran mentira” que pueda hacer digerible lo del concierto. Necesitan una historia alternativa que calme al electorado acérrimo sanchista, nuevas mentiras para reafirmar su identidad política de tribu. Es un error tratarlos como a votantes socialistas de siempre. Odian a Felipe González y Alfonso Guerra. El sanchismo necesita fans dotados de “credibilidad activa”, siempre dispuestos a ser engañados. Me hacen recordar la película del gran Nicholas Ray –Johnny Guitar-, en la que el chico le dice a la chica “miénteme, dime que me quieres”. En realidad, las mentiras del “doctor” ya no son ni mentiras, son solo recursos para la cohesión de la tribu.
Iñaki Gabilondo no ve, por el contrario, los homenajes a los asesinos etarras durante las fiestas patronales de Bilbao, ni el estalinismo y el castrismo confesos que tienen silla en el Consejo de Ministros
Esta falsificación masiva de hechos no sería posible sin la labor de una pléyade de clérigos modernos. Nadie los representa mejor que Iñaki Gabilondo. No hace mucho afirmaba que él ve la vuelta de Franco con Vox. Sabe lo que hace. El sanchismo en apuros necesita recurrir al buen relato. ¿De qué, si no, tendría que salvarnos Sánchez? El veterano comunicador no ve, por el contrario, los homenajes a los asesinos etarras durante las fiestas patronales de Bilbao, ni el estalinismo y el castrismo confesos que tienen silla en el Consejo de Ministros, ni los pactos con independentistas que están destruyendo la democracia española, ni el apoyo de su amigo Zapatero a Maduro. Sufre discordancia visual, pero por una “buena causa”, obviamente.
La democracia española está en peligro, sin duda. Que se hayan atrevido a dar el paso del concierto contrario a la Constitución, sin modificarla, lo evidencia. Como se advierte en el ya clásico “Cómo mueren las democracias”, los asesinos de la democracia utilizan sus propias instituciones para liquidarla. Si el pueblo soberano, el agraviado, no reacciona.