Juan Carlos Girauta-ABC
- La única duda relevante ahora es si Putin es un jugador racional. La estrategia a la que juega consiste precisamente en no parecerlo
Si está usted leyéndome es que Putin aún no ha destruido el mundo. La última vez que un desastre nuclear de verdad -no el metafórico que aquí me permití recientemente-, se planteó como posibilidad real fue a principios de los sesenta del siglo pasado, cuando la crisis de los misiles de Cuba. Quien se haya interesado en el lado estratégico de aquella partida de póquer sabrá dos cosas: que la disuasión nuclear se basaba en la efectiva capacidad de destruirlo todo, y que ningún jugador racional estaría dispuesto a pulsar el botón primero. Muchos años después, como diría Gabo, se supo que en modo alguno la destrucción total estuvo tan cerca como se creyó cuando Kennedy anunció el cerco naval
a Cuba y Jrushchov respondió que no desviaría sus barcos. Contamos con la inequívoca confesión de Robert McNamara, secretario de Defensa de Kennedy.
La única duda relevante ahora es si Putin es un jugador racional. La estrategia a la que juega consiste precisamente en no parecerlo. O parecerlo hasta cierto punto, a partir del cual se vuelve imprevisible por la razón que sea: que está loco, que es imbécil, que cuando pierde los papeles no conoce ni a su padre, etcétera. En una de esas categorías han encajado, qué casualidad, varios presidentes estadounidenses particularmente eficaces. No Biden, que transmite más bien la impresión de estar tan dormido que ni siquiera pulsaría su botón con los misiles rusos encima. Pero en la categoría del que está dispuesto a todo sí encaja Putin.
Esa es la novedad. La estructura de poder de la Unión Soviética hacía inverosímil la amenaza de iniciar la destrucción mutua asegurada: Mutual Assured Destruction, o MAD, que no en balde significa loco. Alguien eligió bien el acrónimo. Del gran Ronald Reagan, principal artífice con Juan Pablo II de la derrota del comunismo, hablan hoy maravillas republicanos y demócratas. Pero quienes vivimos sus mandatos, que cubren la década de los ochenta, recordamos muy bien el concepto que de él tenían sus adversarios domésticos, una buena parte de sus correligionarios y la práctica totalidad de la opinión pública europea: un payaso, un estúpido. Por eso la URSS se tragó el grandioso farol de que el exactor iba a desplegar el SDI, Sistema de Defensa Estratégica, popularmente conocido como Guerra de las Galaxias.
Reforzó el farol el hecho de que el mismísimo vicepresidente de Reagan, George H. W. Bush, criticara el proyecto: ¡La SDI se iba a comer el 10% del presupuesto! La barbaridad solo coló por la universal convicción de que Reagan no se enteraba de nada, pero que, como era el presidente y estaba decidido, incurriría en ella. Todo lo que sucedió a partir de ahí con Gorbachov fue fruto del triunfo del farol. La URSS no podía mantener la carrera armamentística a un nivel semejante… y planteó el desarme unilateral, la Perestroika y la Glásnost. Volvamos al presente: ¿está loco Putin?