DAVID GISTAU, ABC 02/05/14
· Pepe Navarro acaba de publicar el libro en el que cuenta las maniobras políticas que lo atraparon y sacaron del oficio.
GarciI se ha referido muchas veces a la fascinación que ejercían sobre los españoles de los años cuarenta las películas sofisticadas que transcurrían en Manhattan. Los bares de cócteles. El vestuario para montar a caballo de Katherine Hepburn. Los automóviles. La música. Los apartamentos. Hasta las neveras y los teléfonos blancos. Esbozos de un mundo distinto, sin los destrozos de las guerras, sin una sola ruina, que aquí se ensayaba en Chicote antes incluso de que las grandes producciones cinematográficas –la estela de un avión en un fotograma de «El Cid»– trajeran, para mezclarlos con toreros, a Ava Gardner, a Sinatra y a Tyrone Power, que murió en Madrid vestido de rey Salomón. Un monarca bíblico en la morgue de la Ruber.
Si pienso en mi generación, esa fascinación se prolongó incluso en el modo en que permanecíamos despiertos para ver los partidos de la NBA que enfrentaron a Bird y «Magic» Johnson. En el patio del colegio, la gente discutía por los Celtics y los Lakers como por el Madrid y el Atleti. Años más tarde, el inmenso éxito de Pepe Navarro con el Mississippi algo tuvo que ver con esa querencia: Navarro nos metió Nueva York en el salón de casa, ocupó con el desenfado urbano de presentadores como Letterman y con el ritmo de los gags y los personajes de paso una franja horaria que de repente se convirtió en una zona pirata, engolfada, abierta a todas las posibilidades, en la que apenas se tardaba un instante en hacer la transición desde un criminal a un «sketch» o un travesti.
Un tiovivo que giraba alrededor del único punto fijo, que era el presentador, con su quijada socarrona como de autor de noches de neón con las que fantaseaba el obligado a madrugar. La taza y el perfil de la ciudad –un «skyline» mejor y más incendiado que el que Madrid podía procurar– eran lo que el automóvil y la nevera en los cuarenta. Después de aquello, y de los presentadores que siguieron el camino abierto, la televisión cambió para siempre. Es significativo que esa franja horaria sea la que Ana Mato –el Estado– pretende vaciar para que el obligado a madrugar no pierda horas de sueño en compañía de golfos.
Pepe Navarro acaba de publicar el libro en el que cuenta esos años vertiginosos, así como las maniobras políticas que lo atraparon y sacaron del oficio. En la presentación del libro, en la que lo acompañaron y fabricaron carcajadas humoristas como Santiago Segura y Florentino Fernández, que son de los muchos que empezaron con él, se notó que, tantos años después, Navarro conserva ese instinto, esa cualidad natural, por la que ante una cámara le cambia hasta la voz.
Como decía Wilde de sí mismo, lo único que necesita es un público. El que le escamotearon cuando en el metro solo se oía hablar de lo que había ocurrido, la noche antes, en el programa de Pepe Navarro.
DAVID GISTAU, ABC 02/05/14