Andreas Umland-El Español
  • El cambio de retórica de Donald Trump hacia Rusia significa, hasta ahora, muy poco.

Después de amenazar hace unos meses con poner fin a la ayuda militar a Ucrania, Donald Trump parece haber cambiado de opinión.

La hipótesis inicial de la nueva Administración estadounidense era que su retórica, sus señales y su diplomacia prorrusas provocarían reacciones recíprocas en Moscú y abrirían el camino para el fin de la guerra entre Rusia y Ucrania.

Ahora, Trump y sus asesores parecen haberse dado cuenta de que este enfoque no sólo es un callejón sin salida, sino que ha tenido el efecto contrario. Los ataques aéreos de Rusia contra ciudades, pueblos y aldeas ucranianas se han intensificado en lugar de remitir durante los últimos meses.

La mayoría de los estadounidenses (entre ellos muchos miembros del Partido Republicano, votantes republicanos e incluso seguidores de MAGA) siguen estando a favor de apoyar a Ucrania. Es posible que Trump esté reconociendo ahora que los costes políticos de su enfoque prorruso son cada vez más elevados.

Su reciente cambio de rumbo es una concesión al sentimiento antiputinista y proucraniano que prevalece en el país más que el resultado de un avance cognitivo en la evaluación de la política exterior rusa por parte de la Casa Blanca.

El 14 de julio, Trump amenazó públicamente a los socios comerciales de Moscú con sanciones secundarias si el Kremlin no aceptaba pronto un alto el fuego en Ucrania. ¿Podría esto constituir un giro de 180 grados en la política de Trump hacia Rusia?

Probablemente, no. Al menos, por ahora. O incluso, quizá nunca.

Hasta ahora, esta y otras declaraciones oficiales similares de Trump y su Administración siguen siendo meras palabras sobre medidas futuras inciertas. Por decirlo suavemente, la mayoría de las declaraciones verbales e incluso algunas escritas de Trump deben tomarse con cautela.

Las reacciones en Ucrania a la nueva retórica de Washington han sido, por tanto, mixtas. Los comentaristas ucranianos reconocen que Trump está adoptando ahora un tono diferente, tras meses de acercamiento público a Vladímir Putin. Sin embargo, la mayoría de los ucranianos siguen mostrándose escépticos sobre la sostenibilidad de este aparente cambio de actitud en Washington.

Dado que Trump ha dado por primera vez un ultimátum a Putin, es posible que la situación evolucione. Si el Kremlin no acepta un acuerdo de paz en un plazo de cincuenta días, Estados Unidos impondrá aranceles punitivos del 100% a los socios comerciales de Rusia.

Aunque se trata de un plan mucho más concreto que los anuncios anteriores, Washington ha iniciado con esta estrategia un juego complicado. La presión que Trump quiere ejercer sobre Moscú no debe provenir directamente de Estados Unidos, sino de terceros países como China, India y Brasil, que compran petróleo u otros productos a Rusia.

No está claro si estos y otros países cederán a la presión estadounidense ni en qué medida lo harán. ¿Será suficiente un arancel estadounidense del 100% para motivar, por ejemplo, a la India a dejar de comerciar con Rusia?

«Un enfoque más eficaz habría sido amenazar a los socios comerciales de Rusia con aranceles muy elevados, como el 500% propuesto por el Senado estadounidense»

Si el plan de Trump no conduce a recortes significativos en el comercio exterior no occidental con Rusia, y Washington impone efectivamente aranceles a los países que sigan haciendo negocios con Moscú, estos tomarán medidas de represalia contra las importaciones estadounidenses. ¿Están dispuestos los estadounidenses de a pie a sufrir por Ucrania?

El plan de Trump no parece estar bien pensado y es posible que nunca haya pensado ponerlo en práctica. Un enfoque más eficaz habría sido amenazar a los socios comerciales de Rusia con aranceles muy elevados, como el 500% propuesto por el Senado estadounidense. Eso habría enviado a esos Estados el mensaje de que es imperativo que rompan sus relaciones con Rusia.

Queda por ver cuál será el resultado final del enrevesado enfoque actual de Trump para detener la agresión rusa.

A corto plazo, los nuevos planes de sanciones de Estados Unidos pueden tener efectos contrarios a los deseados. Probablemente, el anuncio de Trump sólo provocará una intensificación de los ataques rusos contra Ucrania durante las próximas semanas.

Curiosamente, ahora se ha dado al Kremlin un plazo cuasi oficial durante el cual puede continuar con los bombardeos sin consecuencias económicas inmediatas. El plazo de cincuenta días fijado por Washington hace sospechar que se está dando conscientemente a Putin otra oportunidad para ocupar más territorio y lograr éxitos militares antes de que se reanuden las negociaciones.

Si, a pesar de todo, el plan de Trump funciona, la pérdida de socios comerciales no occidentales puede perjudicar a la maquinaria bélica de Putin. Si China, India y otros países, bajo la amenaza de las sanciones estadounidenses, dan la espalda a Rusia y siguen el ejemplo de Estados Unidos, eso supondrá un problema para el Kremlin.

Hasta la fecha, la mayor debilidad (aunque no la única) de las numerosas sanciones internacionales directas contra Rusia ha sido que Moscú ha podido y sigue pudiendo recurrir a mercados alternativos, compradores e intermediarios extranjeros, así como a rutas de transporte no occidentales, compensando así el impacto de las medidas punitivas de Occidente.

Si los aranceles de Trump entran en vigor, estos desvíos pueden complicarse para Moscú.

Además del ultimátum arancelario, Washington también anunció entregas «masivas» de armas estadounidenses a Ucrania. Se trata principalmente (aunque no exclusivamente) de los famosos sistemas móviles de misiles tierra-aire Patriot. Se supone que varios países europeos, entre ellos Alemania, los comprarán en Estados Unidos y luego los entregarán a Ucrania.

Se trata, también, de un plan complicado, pero más realista que las sanciones secundarias previstas por Washington. En este caso, los terceros son los socios occidentales de Estados Unidos, más que gobiernos no occidentales menos cooperativos o incluso adversarios.

Los sistemas Patriot han demostrado ser unas de las armas de interceptación más eficaces contra los diversos misiles de mayor tamaño de Rusia. Por lo tanto, hay una gran demanda en Kiev y se espera que la defensa aérea de Ucrania disponga pronto de más sistemas Patriot.

Cuántas de estas y qué otras armas estadounidenses se enviarán ahora a Ucrania parece depender en gran medida de sus compradores, principalmente europeos occidentales.

Por el momento, es difícil determinar qué armas llegarán exactamente a Ucrania, en qué cantidad y en qué plazo. Además, el Gobierno alemán ha decidido no facilitar más información detallada por adelantado sobre las entregas de armas.

El carácter poco ortodoxo de las sanciones y los planes de apoyo de Trump se deben en su origen a la preocupación de Trump por los asuntos internos más que por los internacionales. En particular, su aprobación de las entregas de armas pagadas a Ucrania es principalmente una política de «América primero» y no una nueva estrategia geopolítica.

Peor aún, su transaccionalismo en materia de seguridad socava la credibilidad y la confianza en Estados Unidos como socio internacional.

«Hoy, Washington intenta sacar provecho de la triste situación de Kiev y de los crecientes temores de Europa»

La prehistoria de la actual paralización de la ayuda militar estadounidense a Ucrania es instructiva. Tras el colapso de la Unión Soviética a principios de la década de 1990, Estados Unidos se implicó profundamente en el desarme estratégico de Ucrania. Siguiendo intereses de seguridad estrictamente nacionales, Washington no solo presionó a Kiev para que entregara las ojivas nucleares que el nuevo Estado independiente había heredado de la URSS.

El acuerdo promovido por Estados Unidos en aquel momento, asociado principalmente al ahora famoso Memorándum de Budapest sobre Garantías de Seguridad de 1994, también se refería a los sistemas de lanzamiento de estas ojivas. Ucrania tuvo que deshacerse también de sus aviones bombarderos de la era soviética, misiles de crucero y diversos cohetes, es decir, armamento convencional que hoy en día le sería muy útil.

Estos y otros acuerdos internacionales de anteriores administraciones estadounidenses son ahora agua pasada para Trump y compañía. Hoy, Washington intenta sacar provecho de la triste situación de Kiev y de los crecientes temores de Europa. Que Trump insista ahora en que la ayuda militar estadounidense a Ucrania en su lucha por la supervivencia debe pagarse es más que una traición de Estados Unidos a los ucranianos, que en 1994 se tomaron en serio las garantías de seguridad de Washington a cambio del desarme de Ucrania.

La nueva estrategia de la administración Trump también va en contra de la lógica del régimen mundial de no proliferación nuclear.

En particular, contradice la responsabilidad especial que tienen los cinco Estados oficiales poseedores de armas nucleares (Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia) en la preservación del orden internacional. El enfoque transaccional de Trump para proteger las normas fundamentales de las relaciones interestatales posteriores a 1945, como la inmovilidad de las fronteras y la inadmisibilidad del genocidio, está debilitando un sistema internacional que los propios Estados Unidos crearon y del que se han beneficiado durante ochenta años.

A primera vista, puede parecer inteligente hacer que otros paguen por el debilitamiento diario de Ucrania, enemigo acérrimo de Estados Unidos desde hace décadas.

Sin embargo, en relación con el presupuesto total de defensa de Estados Unidos, el coste del reciente apoyo militar gratuito a Ucrania ha sido bajo. En cambio, los efectos destructivos de las armas estadounidenses en manos ucranianas sobre el ejército y la economía rusos han sido elevados. Han reducido continuamente la capacidad de Moscú para atacar a un Estado miembro de la OTAN al que Estados Unidos estaría obligado a apoyar, en virtud del artículo 5 del Tratado de Washington de 1949.

La Administración Trump está ahora retirándose voluntariamente de este acuerdo estratégico e ignorando extrañamente sus repercusiones beneficiosas para la seguridad nacional estadounidense.

En cualquier caso, el reciente giro retórico de Trump contra Putin sigue siendo bienvenido.

La pregunta es si Washington realmente tiene la intención y, en caso afirmativo, estará dispuesto a cumplir sus nuevas promesas. Hasta ahora, la administración Trump no ha abandonado su visión generalmente miope de los intereses nacionales estadounidenses, ni su disposición a definirlos con la ayuda de eslóganes populistas, por no decir demagógicos.

La nueva Administración sigue ignorando las profundas implicaciones que tiene la postura de Estados Unidos hacia la guerra entre Rusia y Ucrania para el orden mundial, cuya estabilidad y legitimidad deberían preocupar a los estadounidenses tanto como a la mayoría de las demás naciones.

*** Andreas Umland es analista del Centro de Estudios sobre Europa Oriental de Estocolmo (SCEEUS) del Instituto Sueco de Asuntos Internacionales (UI).