José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Más allá de lo que tenía y ha retenido, el presidente no ha ganado nada. Incluso ha alejado al PNV y la reunión con Aragonès no le garantiza el apoyo de ERC porque Sánchez todavía no manda sobre los jueces
No era progresista ayudar a Ucrania enviando allí material ofensivo, ni unirse al ‘ardor guerrero’ de la OTAN; no era progresista entregar el Sáhara Occidental al autócrata Mohamed VI en una operación diplomática chapucera al margen del Congreso y de las Naciones Unidas; no era progresista espiar a los socios independentistas utilizando el CNI; no era progresista perder clamorosamente las elecciones autonómicas en Andalucía.
Tampoco era progresista ampliar el número de destructores y de efectivos militares en la base de Rota a petición del presidente de los Estados Unidos; no era progresista mostrarse tan gratificado por la celebración de la cumbre de la OTAN en Madrid para asumir el compromiso de incrementar los gastos de Defensa hasta el 2% del PIB. Y no era progresista dar por «bien resuelta» la operación policial para evitar el asalto a la valla de Melilla, que costó entre 23 y 37 muertos, y mucho menos lo era que el Consejo Nacional de los Derechos Humanos marroquí haya echado la culpa de la matanza a las autoridades españolas por no abrir la frontera en la ciudad autónoma. Y, en fin, no era progresista un «Gobierno sin alma» según diagnóstico de Yolanda Díaz.
Pedro Sánchez había, así, abandonado la «casa común» del progresismo. Pero al presidente le entró el vértigo: sus socios en el Consejo de Ministros se amotinaban y sus aliados parlamentarios amenazaban con dejarle suspendido en el aire. Era precisa esa «reorientación del rumbo» que pedía Podemos, esa empatía que lucía la vicepresidenta y ministra de Trabajo y era imprescindible conectar con el malestar social. Y para hacerlo nada mejor que un debate sobre el estado de la nación, una novedad tras siete años sin celebrarlo y sin que el líder del PP pudiera dar réplica al presidente.
Dicho y hecho. Pero antes había que calentar el ambiente con gestos progresistas. El primero, la memoria democrática pactada con EH Bildu con un recado inequívoco al PSOE histórico: disposición adicional n.º 16 en la que se extiende el tiempo de escrutinio del franquismo hasta más allá del primer año del Gobierno de Felipe González (diciembre de 1983), lo que permite a la ínclita portavoz de Sortu afirmar que así su coalición «pone en jaque la transición» (*).
El acuerdo con EH Bildu, para que nada falte, en coincidencia, además, con el XXV aniversario del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco que los ex de HB lamentan, pero no condenan. Gesto adicional en Ermua: Euskadi y España «dos países libres» según el presidente del Gobierno de España dicho ante el presidente del Gobierno de Euskadi y bajo la atenta mirada de la esfinge del Rey.
Vamos bien. Antes, corrección de sus declaraciones sobre la operación policial en la valla de Melilla, aunque la semana pasada Grande-Marlaska se llenó de balón en su visita a Marruecos: todo fueron alabanzas al socio recobrado, aunque parece que definitivamente perdido el otro, Argelia, que ha enviado al que fuera su embajador en Madrid a París. Un recado inequívoco. Mientras, el Parlamento Europeo reclama explicaciones al complaciente ministro del Interior.
El acto de presentación de Sumar, la semana pasada, iluminó al escribidor del discurso de Sánchez en el debate de esta semana. Había que poner música a las palabras. O sea, alma. Y el presidente se la puso. Populista y sobreactuada, pero se la puso. Tanta que en las filas de la izquierda produjo una descarga de adrenalina que llegó a provocar la euforia de sus señorías progresistas cuando anunció, sin previo aviso a la entrañable Díaz y sin cálculo de consecuencias, impuestos a los beneficios extraordinarios de las eléctricas y otro temporal a las entidades bancarias. Exactamente lo que pedía Unidas Podemos, después de dos decretos leyes convalidados con medidas anticrisis que no han sujetado la inflación que está en el 10,2% (la subyacente en el 5,5%).
Luego, unas gotas de antifranquismo; un teatral abrazo a Patxi López porque él fue con Zapatero los que se cargaron a ETA (¡qué fantasía!); un pequeño enfado con Rufián por sus excentricidades en la tribuna y a aguantar marea: república vasca, independencia de Cataluña, impuestos a los supermercados… y más y más. Ayer, encuentro imposible con Aragonès —otro gesto progresista— dos días después de que el abogado general del Tribunal de Justicia de la Unión Europea pusiera en valor la Justicia española y recriminase su parcialidad a la belga. Puigdemont, a las puertas, y Laura Borràs, en el banquillo. Nada que ofrecer con seguridad al presidente de la Generalitat porque Sánchez todavía no puede garantizar decisiones judiciales favorables.
«Todos los progresistas le reconocieron a Sánchez que había dado un giro a la izquierda como si pudiese dar otro diferente a estas alturas»
Todos los progresistas le reconocieron a Sánchez que había dado un giro a la izquierda como si pudiese dar otro diferente a estas alturas de la legislatura. Pero le advirtieron de que es insuficiente. Queremos más, le han dicho. Más progresismo, porque con progresismo la inflación decae, a Putin se le encoge la camiseta y a los andaluces les entrará la duda acerca de la bondad de su voto mayoritario al Partido Popular.
Si lo que pretendía Sánchez era apretar las filas, lo ha conseguido. Otra cosa es que sea un efecto fugaz, porque muy poco de lo que prometió —como siempre— podrá cumplir y no atajará los males que se dice combatirá. Pero lo importante en el cortoplacismo de la política española es que Sánchez ha vuelto al progresismo, aunque sea de visita. Ya está, otra vez, en manos de sus captores políticos. Ya ha vuelto a su condición de rehén. El rescate se ha convertido en impagable.
El Evangelio según San Lucas (capítulo 15, versículos 11 a 32) pone en boca del padre del hijo pródigo que regresa a casa una reconvención al otro vástago austero que siempre vivió bajo su techo: tu hermano, le dice,»estaba perdido y ha sido hallado». La izquierda es como ese progenitor regocijado de la parábola evangélica con el regreso del hijo descarriado, Pedro Sánchez. El socialista ha conseguido los arrumacos de la izquierda —ojo con el PNV, al que el debate no le gustó ni tanto así— aunque el nuevo idilio durará hasta septiembre a mucho tirar.
Pero, más allá de lo que tenía y ha retenido, el presidente no ha ganado nada. Aplausos de los que siempre le aplaudieron, salvo cuando simuló militar en la socialdemocracia. Lo ha detectado la encuesta exprés elaborada por Metroscopia sobre el debate: al 66% de los consultados les resultó de nulo o escaso interés.
(*) Texto de la disposición adicional de la Ley de Memoria Histórica pactada con EH Bildu: «El Gobierno, en el plazo de un año, designará una comisión técnica que elabore un estudio sobre los supuestos de vulneración de derechos humanos a personas por su lucha por la consolidación de la democracia, los derechos fundamentales y los valores democráticos, entre la entrada en vigor de la Constitución de 1978 y el 31 de diciembre de 1983, que señale posibles vías de reconocimiento y reparación a las mismas».