Editorial-El Correo

  • Las reñidas elecciones en las que Harris y Trump se disputan hoy la Casa Blanca son trascendentales para todo el planeta

Fracturado en dos mitades aparentemente irreconciliables, Estados Unidos elige hoy un nuevo presidente en el pulso en las urnas más accidentado de su historia -con atentados fallidos contra Donald Trump- y uno de los más reñidos. Una confrontación en la que la aversión al rival, cuando no el alimentado odio a lo que simbólicamente representa, constituye una baza tan influyente o incluso más para decantar el voto que las propuestas programáticas. Era lo previsible con un candidato tan atípico como el republicano, que promete comportarse como «un dictador» si regresa a la Casa Blanca, repite consignas xenófobas y racistas, lanza gruesos insultos a su contrincante y advierte que considerará un fraude cualquier resultado que no le atribuya la victoria pese a la extrema igualdad que dibujan las encuestas. Kamala Harris, que se presenta como abanderada del diálogo en medio de una divisiva polarización, le ha llamado «fascista» -un calificativo casi tabú en la política norteamericana- y peligro para la democracia.

Trump tensionó hasta al máximo las cuadernas de las instituciones durante su primer mandato, con el insólito asalto al Capitolio como estrambote. La amenaza que su reelección supondría para el sistema es un factor movilizador favorable a la vicepresidenta, pero compite con otros tan determinantes al menos como la situación económica -la percepción ciudadana es mucho peor que la que reflejan los indicadores-, la inmigración o la seguridad, terrenos abonados para el populismo radical. Harris ha endurecido su discurso sobre ellos dentro de un difícil equilibrio al querer encarnar a la vez un cambio prudente ante los desencantados con Joe Biden y el continuismo ante los indecisos que desconfían de las pulsiones autoritarias del líder republicano.

EE UU se juega mucho en un envite trascendental también para el resto del mundo. En un contexto en el que está en disputa la hegemonía global, el protagonismo de la primera potencia será muy distinto según gane la visión multilateralista de la candidata demócrata, dispuesta a mantener un firme apoyo a Ucrania, fortalecer la OTAN y plantar cara a China y Rusia en su propósito de cambiar las reglas del juego, o el aislacionismo que propugna Trump, contrario al papel de Estados Unidos como guardián del planeta, y su sintonía con las principales autocracias. Está claro por quién apuestan Xi Jinping y Vladímir Putin. Pero la última palabra la tienen los norteamericanos.