- Trump ha recuperado el viejo proteccionismo arancelario y el imperialismo invasor, cuando ambos se creían ya superados. Lo más novedoso e inquietante es que no los emplea contra los enemigos de su país sino contra sus aliados
El terremoto financiero y la inestabilidad que están sacudiendo las bolsas ocultan la otra cara de la ruptura de Donald Trump con lo que hasta ahora hemos llamado Occidente. El presidente americano ha amenazado la independencia de Canadá y la de Dinamarca tratando de arrebatarle Groenlandia. El embate es especialmente grave porque se trata de dos naciones soberanas, ambas miembros de la OTAN.
Estamos oyendo que Trump quiere retroceder cien años para recuperar el proteccionismo arancelario de entonces. Pero la amenaza de Trump a dos naciones aliadas va mucho más lejos y lo devuelve al imperialismo invasor que marcó a Estados Unidos en el siglo XIX.
Hay varios ejemplos. Aprovechando la debilidad de México tras la guerra de independencia de España, el Gobierno norteamericano lanzó una ofensiva militar tras la que acabó arrebatándole lo que hoy son los estados de Arizona, Nuevo México, Texas, Nevada, California y Utah, y parte de Colorado, Wyoming, Oklahoma y Kansas. Esas conquistas se plasmaron en el tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848, y desde entonces más de la mitad de lo que había sido México pasó a formar parte de Estados Unidos.
La fuerza militar americana impuso a España la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam en el tratado de París de 1898, cuando pasaron a depender de Estados Unidos.
A finales del siglo XIX la tecnología de la época permitió hacer realidad el sueño de Carlos V: construir un canal en Centroamérica que evitara el inmenso rodeo que entonces tenían que dar los barcos para pasar del Atlántico al Pacífico, atravesando el Estrecho de Magallanes y recorriendo miles de kilómetros a lo largo de las costas de Hispanoamérica. Como parte del ismo centroamericano era territorio de Colombia, el gobierno americano apoyó con la fuerza militar la secesión de esa zona y propició la creación de Panamá como Estado independiente en noviembre de 1903. Sólo seis meses después, el Gobierno panameño, controlado por Estados Unidos, permitió que comenzaran las obras de construcción del canal, que quedó bajo control americano.
Tras la II Guerra Mundial, Estados Unidos cambió su estrategia y utilizó su ejército para ayudar a los países amenazados por el comunismo y luego por el radicalismo islámico. Lo hicieron con fortuna desigual pero nunca amenazaron a sus vecinos con la invasión y la desaparición como naciones soberanas.
Pero desde que Trump llegó al poder el 20 de enero, el cambio ha sido radical. Estados Unidos está volviendo a encerrarse económicamente mientras amenaza con expandirse territorialmente sin descartar la agresión militar.
La mayor humillación de las muchas a las que Trump ha sometido a sus antiguos aliados ha sido la que el vicepresidente Vance infligió a Dinamarca, miembro de la OTAN, cuando el 28 de marzo visitó Groenlandia y, en la base militar americana de Pituffik, rodeado de soldados, atacó la gestión de Dinamarca en la isla y no descartó el uso de la fuerza para incorporarla a los Estados Unidos. Y a Canadá la ha amenazado con su desaparición como nación soberana para incorporarla como el estado número 51 de la Unión.
Lo más desconcertante de la nueva política de Trump es que ejerce la presión y la amenaza no contra los enemigos de Estados Unidos, sino contra muchos de sus aliados. El ejemplo más evidente es que ha librado de los aranceles a enemigos frontales de su país como Rusia, Bielorrusia, Cuba y Corea del Norte con el pretexto de que ya tienen otras sanciones, aunque a otros países también sancionados sí les ha impuesto aranceles. Planea repartirse con la Rusia de Putin los minerales estratégicos de Ucrania, califica a la OTAN de organización «obsoleta» porque no ve a Rusia como enemigo, y renuncia a seguir aportando ayuda a los países del Tercer Mundo en los que China está cada vez más presente.
Trump ha puesto en marcha una dinámica de enfrentamiento con los que han sido los aliados históricos de su país que está empezando a calar en la ciudadanía. La semana pasada The Economist se hacía eco de un sondeo que refleja el deterioro de la imagen que los ciudadanos americanos tienen de Europa y Canadá, y la que las gentes de estos países tienen de Estados Unidos. Divide y enfrenta, que algo queda.
El balance es que Estados Unidos se aísla en una coraza proteccionista con aranceles a más de cien países, que Trump ha dejado en suspenso durante 90 días, lo que prolonga la incertidumbre; se entiende con Putin; amenaza a sus vecinos y se enfrenta a sus aliados de las democracias occidentales. Con el agravante de que los aranceles pueden dañar a su país tanto o más que a sus rivales, como vimos el miércoles con la venta masiva de bonos de la deuda pública de Estados Unidos. Por encima de todos los análisis y predicciones sobre las consecuencias de su política proteccionista, están las palabras de Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, la semana pasada: «Los efectos de los aranceles serán significativamente mayores de lo esperado, y se traducirán en menor crecimiento y mayor inflación».
Salvo que Trump se corrija a sí mismo, pronto veremos el impacto de esta vieja estrategia convertida ahora en un arma de destrucción masiva.