- La corrupción merma la fe en el Estado de derecho cuando campa a sus anchas y no hay respuesta política acorde a la entidad del daño que se causa
Estamos asistiendo a hechos gravísimos –insisto, hechos gravísimos–, que de forma reiterada en el tiempo han ido sacudiendo a la opinión pública a golpe de imágenes que provocan bochorno, incredulidad e indignación. Imágenes de descrédito político e institucional que exigen una respuesta contundente si se pretende recuperar el valor y el sentido mismo de la política.
La corrupción actúa como un agente disolvente y profundamente nocivo para cualquier país. Disuelve la confianza de una sociedad en sus gobernantes y debilita en consecuencia a los poderes del Estado. Pero también ataca de raíz a la cohesión social, en la que se fundamenta la convivencia de nuestra democracia, si a la sensación de impunidad y a la lógica respuesta lenta de la Justicia se une la incapacidad de asumir las más mínimas responsabilidades políticas por los actores concernidos.
La corrupción merma la fe en la vigencia del Estado de derecho cuando campa a sus anchas o no hay una respuesta política acorde a la entidad del daño que se ocasiona. Y en último término, la corrupción destruye la fe en las instituciones, y más aún en la política, cuando no hay una reacción firme desde el terreno de la ejemplaridad.
Le voy a hacer una pregunta: ¿Está usted dispuesto a dimitir? Dimita y todo terminará. ¿Va a dimitir o va a continuar aferrado al cargo debilitando la democracia y debilitando y devaluando la calidad institucional de la presidencia del Gobierno? Su sola permanencia en el cargo debilita nuestra democracia. ¿Qué más tiene que pasar?
Hay que señalar también que este país tiene mucho que reconocer a la inmensa labor de quienes levantan el último dique de contención al servicio de la democracia, la fortaleza y la limpieza de las instituciones. Quiero invocar el auténtico patriotismo cívico de esos hombres y mujeres que se esfuerzan por luchar contra la corrupción, como son las fuerzas de seguridad y los jueces. En muchos casos, jugándose hasta sus propias carreras profesionales y asumiendo un coste personal y también profesional muy amargo.
En resumen, hoy estamos ante el epitafio de un tiempo político, el suyo, que ya se ha terminado, aunque usted se empeñe en vivir la ficción de una estabilidad en cartón piedra.
(PD: Me acojo a la bondadosa indulgencia de aquel que también plagió en su día y lo confieso: todo lo anterior, incluido el duro título y el contundente subtítulo, está copiado literalmente, párrafo a párrafo, del discurso de la moción de censura de Sánchez contra Rajoy, pronunciado el 31 de mayo de 2018. Le agradezco a su autor que me haya escrito mi artículo, y creo que no hay mucho más que añadir a lo que él señala en sus certeras palabras. En efecto, como él mismo decía, «su sola permanencia en el cargo debilita nuestra democracia». Trama de corrupción en el PSOE y sombras también en el ámbito familiar del presidente. Un Gobierno maniatado en el Parlamento, con los presupuestos en el alero y rehén de un fugitivo golpista. Descrédito partidista de las instituciones de todos, como el CIS o RTVE. Patochadas adolescentes como los cinco días de meditación amatoria, que suponen una burla a la inteligencia de los españoles, y una política exterior nerviosa y contraproducente. Así que le trasladamos su pregunta: «Señor Sánchez, ¿Qué más tiene que pasar?».