ABC 24/03/16
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· Dejemos de tolerar la intolerancia y respetar lo que no resulta respetable. Nos va en ello la supervivencia
EL presidente francés, François Hollande, y su primer ministro, Manuel Valls, son los únicos dirigentes europeos que osan llamar a la situación por su nombre: Guerra. Es exactamente lo que es. Una guerra sucia, cobarde, despiadada, librada contra civiles desarmados por fanáticos religiosos cuyo único credo es el odio. Una guerra declarada por el islamismo radical en auge a un Occidente apocado, roído de relativismo, que se debilita a ojos vista.
Estamos en guerra y tenemos al enemigo en casa. Viven entre nosotros, al amparo de nuestras libertades, gozando del Estado del bienestar levantado con nuestro esfuerzo, protegidos por las garantías que brinda una Justicia democrática, al abrigo de una tolerancia que nosotros abrazamos como auténtico dogma de fe y ellos desprecian. Esgrimen nuestros principios para volverlos contra nosotros y golpearnos donde más nos duele. Se mueven sin restricción alguna por nuestros barrios, hasta el punto de transformarlos, como sucede en Molenbeek, en guetos más sujetos a sus normas que a las nuestras. Disfrutan de todos los derechos inherentes a la ciudadanía europea, gracias al trabajo de unos padres que abandonaron sus países de origen para darles una vida mejor, pero se consideran frustrados, estafados, violentados por esta sociedad del capricho insatisfecho, hasta el extremo de hacerla saltar por los aires con un cinturón de explosivos adosado al cuerpo. Son la versión yihadista, monstruosa, aterradora, de nuestros «indignados de chaiselongue ». Y ya es hora de decir ¡basta!
Hace falta unidad política en la lucha contra estas bestias, desde luego, pero la unidad no es suficiente. Tampoco las declaraciones grandilocuentes y mucho menos los llamamientos a la calma que alertan contra el riesgo de una islamofobia inexistente en lugar de apuntar al verdadero problema: La facilidad con la que nos matan. Para impedírselo, es indispensable firmeza, eficacia, valentía y dinero; mucho dinero, hoy destinado a otras partidas. Hay que multiplicar la inversión en Defensa y Seguridad, con el fin de dotar a los servicios de Inteligencia y también a las Fuerzas Armadas y a los cuerpos policiales de medios suficientes para llevar a cabo su tarea. Infiltrar sus células, aun a costa de pagar altas sumas en sobornos. Controlar las mezquitas en las que se difunden mensajes radicales y cerrarlas, expulsando a esos clérigos o metiéndoles entre rejas. Organizar las cárceles de manera a impedir que vulgares delincuentes comunes salgan de allí convertidos en terroristas. Vigilar estrechamente las redes sociales y exigir la colaboración de plataformas como twitter o Facebook en la detección de estos individuos. Intercambiar información en tiempo real entre todos los organismos implicados en esta lucha. Desplegar tropas sobre el terreno en la región que controla el ISIS, hasta destruir ese califato de terror en el que se adiestran los bárbaros que luego regresan aquí ávidos de sangre occidental. Encarcelar o bien enviar de vuelta a todos los yihadistas que retornen de Irak, Afganistán, Siria, o cualquier otro lugar de entrenamiento para la masacre.
Es mucho lo que se puede y debe hacer en términos operativos, pero igualmente apremiante es el combate ideológico. Tengamos el coraje de afirmar que ciertos valores son irrenunciables y exigir que quien viva entre nosotros los acate o bien se vaya: Libertad, igualdad, pluralismo, separación entre los asuntos de Dios y los del César, reciprocidad. Dejemos de tolerar la intolerancia y respetar lo que no resulta respetable. Nos va en ello la supervivencia.