FERNANDO PALMERO FOTO ANTONIO HEREDIAEL MUNDO

Entrevista a MERCEDES MONMANY

 

Traductora, ensayista, crítica, editora y escritora lleva años rastreando la identidad cultural de Europa a través de los escritores que mejor representan la defensa de los valores democráticos en un continente que ha vivido dos guerras mundiales y el Holocausto judío. Su último libro, ‘Ya sabes que volveré’ (Galaxia Gutenberg), narra la historia de tres grandes escritoras que murieron asesinadas en Auschwitz.

En la Introducción a Por las fronteras de Europa (Galaxia Gutenberg), Claudio Magris, describe a Mercedes Monmany como un «halcón» que todo lo ve con «su agudísima vista», una cualidad que le ha permitido elaborar el riguroso y amplísimo «atlas espiritual» y la «geografía literaria» de Europa que es su obra. «Mercedes», escribe Magris, «busca en la literatura la desmitificación de la maldición de quienes afirman su identidad mediante el rechazo y el odio hacia el Otro, situando el mal en el Otro en lugar de reconocerse y redescubrirse en el encuentro con él».

Pregunta.– ¿Existe realmente una historia común europea que pueda actuar como sustrato de una posible cohesión identitaria del continente?

Respuesta.– La identidad europea son sus huellas culturales, la civilización grecolatina, de donde venimos todos, las catedrales góticas, las ruinas romanas, la música alemana que se escucha en todos nuestros teatros, un arte común y compartido, los escritores y todo aquello que reconocemos cada vez que viajamos sin la necesidad de saber checo o húngaro. Pero también, los valores compartidos de defensa de las libertades y del imperio de la ley y del Derecho, y no sólo las políticas de austeridad o las posibles sanciones a Grecia, que es lo que el ciudadano común sabe de la UE, sólo las riñas y las disputas. Quizá ahí hemos fallado todos los países, en no ensalzar lo que nos une, algo que se puede rastrear en lo mejor de nuestros escritores e intelectuales, y haberlo enseñado en las escuelas a los niños que serán en el futuro los que vayan a votar, para que lo hagan a favor de la unión, de la cohesión y del perfeccionamiento de nuestra transnacionalidad, ese ámbito que supera a todos lo países y que está amenazado por el monstruo del nacionalismo. Los adultos del futuro deben saber por qué somos europeos, por qué compartimos estos valores y no otros, como los de la xenofobia, el racismo, el antisemitismo o la intolerancia, y aprender a construir comunidades en paz y con una convivencia normalizada.

P.– ¿Se descuidó también la integración en Europa de los países que venían de la órbita soviética?

R.– En todos sus escritos, Tony Judt hacía esa autocrítica, utilizando incluso una feroz ironía y sarcasmo. Decía Judt que su generación se había enganchado a movimientos utópicos como Mayo del 68, mientras descuidó otros problemas, porque mientras estábamos levantando adoquines en las calles, nuestros compañeros de la misma edad estaban muriendo debajo de un carro de combate ruso en Praga. Él miraba siempre a una y a otra Europa (ese era el título que utilizó Czeslaw Milosz, Otra Europa), porque sabía que el imperio soviético en algún momento caería y volverían los hermanos a la casa común. Eso se subestimó y es la razón de que la Alemania del Este siga sin integrarse del todo y de que Hungría y Polonia tengan gobiernos que se permiten declararse euroescépticos.

P.– ¿Han fallado también nuestros intelectuales?

R.– El desprestigio de los intelectuales es paralelo al de la prensa, que es donde publicaban sus artículos los grandes escritores europeos como Ortega, Unamuno, Joseph Roth, Benjamin, Sándor Márai… en la Alemania de Weimar había 147 periódicos. Es cierto que eso no evitó que llegara Hitler, pero estoy convencida de que el auge de los populismos está relacionado con la caída de la prensa, con el hecho de que la gente no lee. La pérdida de influencia de la prensa de papel es paralelo a la aparición de Salvini, Le Pen o 5 Stelle. Cuando Trump ganó la elecciones, se comprobó que el 60% de los americanos ya se estaban informando a través de las redes sociales, donde es muy evidente la decadencia del lenguaje y el empobrecimiento del pensamiento, que se vuelve primario, obcecado y visceral. Como dice Savater, ahí es donde bucea y recoge votos el populismo y el nacionalismo. Dicho esto, el desprestigio de los intelectuales cae también cuando dejan de ser independientes y empiezan a ser funcionarios más o menos claros de ideologías y de partidos. Esa es la razón por la que Karl Kraus funda en Viena su propio periódico, porque no soportaba el conformismo y clientelismo. Acordémonos de los años del terrorismo en el País Vasco, ahí se podía ver quiénes eran independientes y se atrevían a alzar la voz, como ahora en Cataluña. En momentos como esos, la gente se juega mucho, y el papel del intelectual queda desdibujado si no se compromete. Pero aún hay pensadores que cumplen con su función. Bernard-Henry Lévy ha promovido una carta, que apoyo al cien por cien, que han firmado 30 intelectuales de la talla de Magris, Pamuk, Savater, Vargas Llosa… para advertir de que dentro de nada tenemos elecciones, que el cáncer del populismo y del nacionalismo avanza y que nuestros observadores exteriores, Putin en Rusia y Trump en América, estarían encantados de que Europa continuara fragmentándose como ha ocurrido ahora con el Brexit.

P.– ¿Los populismos han venido para quedarse?

R.– La ultraderecha y la ultraizquierda son modelos ya inventados, pero vamos a tener que convivir con las mentiras y con el pensamiento mágico que dice que es posible aplicar una solución fulminante a algo muy complejo y difícil. La mejor receta es intentar limitarlo al máximo, porque al final, los extremos terminan encontrándose ya que comparten la voluntad de bombardear las instituciones desde dentro y socavar la UE. En Italia gobiernan en coalición 5 Stelle y la Liga y en el Parlamento Europeo están votando juntos populistas de izquierda y derecha, como se ha visto ahora con el rechazo a Guaidó. El populismo es destructivo, no sólo en el aspecto de desgaste ético, sino que lleva también al desastre económico.

P.– ¿Le ha sorprendido el rápido crecimiento de Vox?

R.– Veo un poco hipócrita y cínico rasgarse las vestiduras con la subida de Vox. No creo que 400.000 personas se hayan convertido de pronto en franquistas, más bien creo que es un voto de hartazgo hacia la política tradicional, a que los beneficios no llegasen a los ciudadanos y hacia la arrogancia de unos políticos que se habían acostumbrado a que su puesto fuese eterno. Podemos también creció con este voto de protesta.

P.– ¿Es positiva la fragmentación del voto a pesar de ser más inestable que el bipartidismo?

R.– Yo lo prefiero, porque eso te obliga a sentarte a hablar y se rompe el monólogo entre un partido y otro. Además, no sé si soy muy ingenua y utópica, pero creo que esta situación ayuda a prevenir la corrupción, ya que en un bloque de tres o cuatro partidos que estén formando un gobierno municipal o autonómico, es más difícil que se pongan de acuerdo para corromperse todos a la vez. Sería más difícil.

P.– ¿Qué le ha parecido la actuación del Gobierno de Sánchez en Venezuela?

R.– No es que haya actuado ni mal ni bien, ha sido ridículo, ¿ponerle un plazo a un dictador para qué? En Venezuela hay niños que están enfermando por no tener medicinas, hay brotes de hambruna y una emigración de millones de personas que están ocasionando un caos importante en los países vecinos, y todo eso lo está provocando un Gobierno, a la cabeza del cual está un ser despreciable como Maduro. No se puede intentar contentar a un dictador dándole ocho días para que convoque elecciones. Es como intentar contentar a Bildu o a Torra, que ha escrito que 47 millones de españoles somos «bestias con forma humana», «carroñeros», «víboras», «hienas», algo tremendo, ni Salvini ha llegado a decir algo así. Es un lenguaje insólito desde la Segunda Guerra Mundial, digno de Hitler y de los propagandistas nacionalsocialistas, o de la guerra de los Balcanes, como Mladic, Milosevic, o anteriormente Ante Pavelic, racistas y feroces defensores de nacionalismos aniquiladores, como hicieron los nazis con los judíos en los campos de concentración, rebajarlos al nivel de una bestia, de una piedra, o de un árbol, como decía Robert Antelme. Pero no lo van a lograr, el ser humano tiene una gran resistencia y el deseo de libertad acaba estallando por algún lado.

P.– ¿Cómo valoras la entrevista de Évole a Maduro?

R.– Es como entrevistar a Beria o a Stalin. O como si durante el nazismo en Inglaterra una radio inglesa hubiese entrevistado a Goebbels. Si no lo haces para enumerarle todos los asesinatos y describir la auténtica situación actual, que hay que ser muy fanático para no verla, es más que una tomadura de pelo, es una falta total de ética y de dignidad.

P.– Durante el nazismo hubo también periodistas e intelectuales que apoyaron el nazismo…

R.– Es cierto que hay una lista de indignos como Céline, Brasillach, Drieu La Rochelle, Knut Hamsun… a los que seguimos leyendo porque eran buenos literatos pero ciudadanos despreciables, de una gran indignidad. Sin embargo, la lista de escritores demócratas de esa época es muchísimo mayor: Romain Rolland, Thomas Mann, Stefan Zweig… A Maduro sólo lo defienden Évole, Monedero, Puigdemont y Torra, Los de la declaración unilateral sólo tienen a Chomsky.

P.– Hamas parece que tiene aliados en los Goya…

R.– El discurso del director de Gaza, premio al mejor cortometraje documental, fue auténticamente antisemita, pidiendo el boicot a Israel, por más que lo intentara disfrazar de antisionismo. Fue un acto de propaganda bastante lamentable, no sé si el cine español se puede permitir esto. Dudo que en los premios César o en la Berlinale, se permitieran espectáculos de este tipo. Israel es la única democracia de todo Oriente Próximo, en la que se protegen los derechos LGTBI y que manda un transexual a Eurovisión, donde los partidos políticos, la justicia y los medios funcionan perfectamente. Si llamas Estado terrorista a Israel, ¿cómo calificas a Qatar, a Arabia Saudí, a Al Qaeda o a los talibanes de Afganistán? En muchos de esos países a las mujeres se las castiga echándoles ácido y son estremecedores los relatos de las chicas violadas por el Estado islámico. Es triste que después del asesinato de seis millones de judíos, pervivan esos prejuicios medievales.

P.– Pero el discurso fue aplaudido por toda la sala.

R.– No creo que todos los que aplaudieron fueran antisemitas, pero sí que están intoxicados por la propaganda de la extrema izquierda, que es donde está localizado el antisemitismo. Es letal cuando la desinformación se combina con el pensamiento mayoritario, muy progre y muy de izquierdas.

P.– En su libro Por las fronteras de Europa incluye a Israel como parte de esa tradición cultural, ¿por qué?

R.– Porque es una rama de esa tradición. Cuando lees las memorias de Amos Oz, cuyos padres emigraron desde Ucrania y Lituania, se ve que los fundadores del Estado de Israel venían del sustrato cultural europeo y de la injusticia que supuso haber masacrado a quienes contribuyeron al progreso y la identidad de Europa. Además, Israel defiende los mismos valores de libertad, de respeto al diferente, a la libertad de prensa y de pensamiento en el corazón de una zona castigada precisamente por la intolerancia, donde la mujer no está integrada en el mercado laboral y es considerada un apéndice del padre o del hermano.

P.– ¿Por qué en España se sigue reabriendo la herida guerracivilista con la memoria histórica?

R.– No es por disculpar a los españoles, pero una guerra civil es devastadora y deja una huella muy dolorosa e insuperable, pasan las generaciones y siempre alguien te habla de su tío, de su abuelo, de cualquier familia implicada, hay siempre como un eco. Por eso me molesta el adjetivo guerracivilista, es una forma de insistir en el pasado que no sé si es sana. Hay muchos países en Europa que están muy polarizados, como Italia, Alemania, Polonia o la Hungría de Orbán, y no utilizan ese término. Creo que hay un deber moral de mantener viva la memoria y le doy toda la razón a quienes buscan a sus familiares, es algo que me emociona y me imagino que yo misma haría. Pero por otra parte, la utilización partidista que se hace del pasado me parece el colmo de la inmoralidad, encuentro criminal el caso de políticos que intentan aprovecharse de la memoria, que debería pertenecer a todos. Es como intentar aprovecharse de las víctimas del terrorismo, unas víctimas a las que nos fuimos acostumbrado, estaba normalizada la violencia y cuando mataban a Yoyes, a Fernando Múgica o Gregorio Ordóñez, no se levantaba la ciudad, ni ardía indignado el País Vasco.

P.– ¿Se debe mantener la manifestación de mañana pese a la aparente rectificación del Gobierno?

R.– Sí, ¿por qué no tendría que manifestarse la gente? Lamentablemente, en este país se ha salido a la calle para apoyar a terroristas de ETA y a los que se saltan la ley y la Constitución, cómo no van a salir los que simplemente desean mostrar su apoyo inquebrantable a la democracia y a la Constitución, para escapar de una vez por todas a la diabólica espiral de desatino y destrucción en la que estamos instalados. Destrucción no sólo de la convivencia sino de España como nación y de nuestros principios y valores democráticos hoy amenazados y acosados sin piedad por los nacionalpopulismos o populismos a secas.

Periodista de formación, es especialista en literatura europea contemporánea Ha sido condecorada como Chevalier des Arts et des Lettres de Francia, Cavaliere dell’Ordine della Stella d’Italia y Medalla de Oro al Mérito de Serbia Actualmente es crítica literaria del diario ABC