Hacer tabla rasa con el pasado reciente, como quieren los nacionalistas que nunca apoyaron la vía policial, pretender que da igual matar que haber matado e instalar el espíritu navideño en lo que ha sido una orgía de sangre en Euskadi, no sólo es una temeridad para la pervivencia de las libertades, es un insulto a todas las víctimas, hayan perdido la vida o la conserven.
La Justicia austriaca acaba de condenar a tres años de cárcel a David Irving, el presunto historiador inglés que, en unas conferencias pronunciadas en Austria en 1989, negó la existencia del Holocausto. En Austria está penado hacer afirmaciones como ésa. Existe una Ley de Prevención de la Propaganda Nazi que impide, literalmente, decir que no hubo Holocausto, que la matanza de seis millones de judíos a manos de los nazis en los campos de exterminio es una patraña de los propios judíos, imbuidos de victimismo.
Afortunadamente existen aún supervivientes de los campos de exterminio nazi que pueden dar fe de su cautiverio y mostrar el número tatuado en su antebrazo, huella indeleble de la barbarie planificada en régimen industrial. En Italia, un grupo de esos judíos supervivientes le ha explicado al futbolista Di Canio, aficionado a levantar el brazo ante sus ‘hooligans’ como lo hacían los fascistas, qué significan esos símbolos, cuánto sufrimiento representan y los peligroso que resulta desempolvarlos otra vez.
Aquí tenemos un grupo siniestro, que tiene como símbolo una serpiente enroscada en un hacha, que ha asesinado a casi mil personas, que ha provocado tres mil heridos, que ha forzado a decenas de miles de vascos a irse de su tierra, que ha secuestrado, extorsionado y sembrado de miedo, sangre y tristeza las cuatro últimas décadas de nuestra historia. Este grupo terrorista ha intentado durante años doblegar a los que ha considerado enemigos desde su creación: los españoles. No es casual que para estos terroristas, como para otros nacionalistas, español sea sinónimo de insulto. Una supuesta invectiva que resulta tan xenófoba como reaccionaria y que parece salir gratis a quienes la emplean de forma regular.
ETA ha fracasado en su intento de crear un Estado vasco independiente y socialista, a horcajadas de España y de Francia. ETA ha sido derrotada en su proyecto delirante de crear, en esta esquina del Cantábrico, un Estado con lo peor del nacionalismo y lo peor del comunismo. Y ha sido derrotada gracias a que sus enemigos se han negado a entregarse a su delirio. Podía haber sido de otra forma. En ningún sitio está escrito que los episodios terroristas protagonizados por fanáticos se tengan que saldar con la derrota de los asesinos y la victoria de los demócratas. Lo cierto es que ETA ha perdido su guerra contra la democracia, lo cierto es que los demócratas hemos derrotado a ETA.
El fracaso de la banda terrorista se empieza a escribir el 29 de marzo de 1992, cuando la Policía francesa pone a limpio el golpe que la Policía española estaba trabajando desde hace años contra la cúpula de la banda. Desde entonces empieza el declive del grupo terrorista. Un declive embadurnado en sangre, pero irreversible. Luego vinieron otros golpes policiales, un endurecimiento de la leyes, movilizaciones ciudadanas, medidas políticas eficaces y la reacción, organizada y decidida, del Estado de Derecho. De la respuesta dispersa y sin estrategia de los años setenta y ochenta se pasó en los noventa a la reacción compacta y con las ideas claras del objetivo a conseguir, acabar con los terroristas, y, para ello, cercenar su impunidad, lograr que su matonismo y su arrogancia no les salieran gratis. Así se pasó de perseguidos y acobardados a perseguidores y resueltos. Este cambio de tendencia fue posible gracias a un puñado de ciudadanos vascos con talento y con más dignidad que miedo. En ese cambio fue decisiva la eficacia policial, el trabajo impagable para la democracia realizado en condiciones de extrema dureza por centenares de policías y guardias civiles. La vía policial llegó a tal nivel de eficacia que tuvo innegables consecuencias políticas: descabezar a la banda y decirle que estaba derrotada. ETA no volvió a ser la misma desde aquel golpe policial de 1992, un año en el que los estrategas de la banda pensaban que iban a derrotar al Estado.
Ahora, los nacionalistas que nunca apoyaron la vía policial, los terroristas que nunca reconocieron que eran vulnerables y algún que otro socialista en Belén con los pastores nos dicen que tenemos que quedar en empate. Que la derrota de los terroristas que querían destruir la democracia no la podemos poner a limpio y que mejor lo dejamos en empate sin goles. No sé si proponen tanda de penaltis o echarlo a cara o cruz. Pero de la misma forma que la pérdida de memoria es un error garrafal en tragedias de enorme e incomparable magnitud, el hacer tabla rasa en Euskadi con el pasado reciente, el pretender que da igual matar que haber matado y el pretender instalar el espíritu navideño en lo que ha sido una orgía de sangre contra la democracia no sólo es una temeridad para la pervivencia de las libertades, es un insulto a todos los que hemos hecho lo que ha estado en nuestra mano para derrotar a los que querían acabar con la democracia, a todas las víctimas, hayan perdido la vida o la conserven, que lo han sido y lo son por oponerse a un proyecto totalitario que iba contra la democracia.
La democracia ha derrotado a quienes querían acabar con ella. Se trata de que todos lo tengamos claro. Se trata de que no lo echemos a perder ahora, se trata de que el triunfo no se frustre por los errores de unos ni por los sectarismos de otros.
José María Calleja, EL DIARIO VASCO, 2/3/2006