CARLOS HERRERA, ABC – 12/06/15
· La consigna es: con el PP ni a recoger una herencia. Cordón sanitario. Lo cual es legítimo, pero arriesgado.
Este Carmona ¿no era el que decía que nunca pactaría con populares o populistas? Este Carmona ¿no era el que decía que había que bajar los impuestos? Este Carmona ¿no era el que aseguraba que si no era mayoritariamente elegido por los madrileños no entraría en cambalache alguno de votos y nombramientos? Puede que sí. Es el mismo Carmona que ayer mismo llegaba a un acuerdo con la izquierda de la izquierda, populista de por sí, para aupar a la alcaldía de Madrid a una individua de la que, en primera providencia, habría que ponerse a resguardo.
Carmona, que tanto había asegurado ser infranqueable a los que querían perpetuar la situación anterior y asaltar los poderes mediante las técnicas de asalto a los cielos, es el mismo que se abraza a Carmena, la justiciera infatigable, y le garantiza la alcaldía para que llene Madrid de huertos en los que sembrar nabos y en los que decir a los policías municipales cómo tienen que comportarse en situaciones de crisis.
No nos engañemos: puede que eso no vaya mucho con Carmona, pero es el PSOE de Sánchez, y es con el que hay que tragar, te guste más o menos. Cualquier cosa que no sea el PP. Cosa que se puede entender: los populares han gozado de un poder exagerado durante cuatro años tremebundos y no han sido capaces de restituir el bienestar. Es justo decir que cualquiera que hubiera estado en tal poltrona no habría sido capaz de mucho más, pero valga que los muchachos genoveses no han hecho de este erial una fuente perpetua de leche y miel.
Difícilmente lo habría hecho cualquiera. La izquierda supone que con la simple proposición progresista del devenir las cosas serían muy distintas, pero todos sabemos que eso no es tan sencillo. Zapatero, la avellana de todos los males (lo cual no es justo, por cierto), adelantó las elecciones sabiendo lo que venía y sabiendo que eso le caería a un Rajoy que parecía imparable. Llegó Rajoy, efectivamente, y se las vio y se las deseó para poner el país a salvo de la intervención, cosa de la que estoy seguro que Zapatero habría hecho de forma inevitablemente parecida. Después de ello, el camino quedaba abonado para la demagogia insufrible de la izquierda y para las alianzas de gente que debería evitarse como los apestados de la Edad Media. No importa todo ello porque lo trascendental es el poder: quitárselo al enemigo aunque se lo entreguemos a un amiguito incómodo, llámese Carmena, llámese el que va a darle el cargo a Emiliano Page en Castilla-La Mancha, que no tengo ni idea de cómo se llama.
La consigna es: con el PP ni a recoger una herencia. Cordón sanitario. Lo cual es legítimo, pero arriesgado, ya que puede que exciten la narcolepsia tradicional de la derecha española y hagan que los que se quedaron en casa o votaron a ese conglomerado de buenas intenciones y frases de Miss Mundo que es Ciudadanos se lo piensen y vuelvan a casa por Navidad. Los votantes de Madrid, que eligieron mayoritariamente a Esperanza Aguirre, aunque no de forma absoluta, tendrán un motivo de reflexión ante el delicioso espectáculo de la entrega por capítulos de Antonio Miguel Carmona a las proclamas de Podemos, esos muchachos que quieren legislar sobre lo que no pueden y dedicar todo su tiempo a la única política de gestos que se puede esperar de una algarabía asamblearia. Es el mismo Carmona, sí, que tan equilibrado y racional se proclamaba, el que iba a darle a Madrid un programa sensato (lo he leído y es de lo más razonable que se despacha) sin extravagancias ni infantilismos, el que va a aplaudir bobaliconamente a una caterva de iluminados que ya veremos en qué convierten la capital de España.
CARLOS HERRERA, ABC – 12/06/15