ARCADI ESPADA-EL MUNDO

Mi liberada:

Han cerrado donde vivía Franco. La exhumación de sus restos tiene poca importancia al lado de la decisión tomada por Patrimonio Nacional de cerrar al público las estancias familiares del Palacio de El Pardo. Las tumbas tienen poco interés. Donde mora la muerte ya no hay nadie. Las tumbas solo interesan al carbono 14. El lugar donde vivió Franco es el único donde todavía vive. Los escuadrones de la memoria han pateado tumbas, derrumbado estatuas, arrancado placas. Mal de piedra. Mientras vociferaban, Franco seguía haciendo tranquilamente su vida en El Pardo. La habitación con sus dos camitas. El baño, con la garantía Roca. La televisión en color. El teatrillo donde veía películas. El despacho, en la antigua sala de recibir de Carlos III, de la que mandó quitar los tapices mundanos para sustituirlos por otros de aire más severo. Todo tal cual, congelado. Sólo en la galería de uniformes y en las vitrinas de condecoraciones parece que había su poquito de reconstrucción y de fake. Un tirano en zapatillas es un cuadro difícilmente soportable. Por el cargado, y hasta cargante, concepto de humanidad. También hay otro problema, ciertamente singular. Cualquiera que haya recorrido alguna vez las sombrías estancias familiares de El Pardo sufre la misma impresión que se manifiesta en iglesias o edificios civiles mucho más antiguos. Todo es más pequeño. Los hombres, los espacios, la ambición. Proyectada esa impresión sobre un dictador, el resultado vuelve a ser difícil.

Hay una inmensa película por hacer. Se coge la mejor crónica que el franquismo escribió sobre sí mismo: Mis conversaciones privadas con Franco, obra del primo Francisco Franco Salgado-Araujo, Pacón. Lo venden en Amazon a 4,49 euros, usado, tapa dura. Mi deber es avisar a los muchachos de que se trata del libro que Kapúscinski quiso escribir sobre Haile Selassie y que no pudo ser. Sobre los diarios del primo Pacón corren leyendas variadas. La más difundida es que fueron expurgados por el entorno familiar de Franco. Su editor Rafael Borràs no sabe si el original que le llegó había sufrido alguna alteración, aunque lo duda. «Pero lo que sí puedo asegurar», me explica, «es que publiqué el manuscrito íntegramente, tal como me llegó». El libro se editó en la asombrosa colección Espejo de España: «Arrojar la cara importa, que el espejo no hay de qué». Las instrucciones son abrirlo por cualquiera de sus 565 páginas y que aparezca, por ejemplo, la página 241: «Franco me dice: ‘Me gustó mucho el entusiasmo del Bilbao por obtener la victoria. El Real Madrid –me dice– acusaba la falta de Gento y de Kopa; además se le notaba el cansancio después de una larga temporada de trabajo en la que ha tenido tantos triunfos’». Hay que buscar una voz, inevitablemente atiplada, húmeda de fosa, ¡una voz pecorina! que vaya diciendo eso. La cámara, mientras tanto, debe ir husmeando por las esquinas como un perro, cierto de que queda un olor y que puede traerse. Esto de Gento y Kopa pertenece al orden de lo fundamental, desde luego. Pero en la página de al lado, y el mismo 23 de junio de 1958, que era lunes, también se habla de asuntos marginales: «Es una contrariedad para mí que don Juan siga en plan liberal. Recientemente en Nueva York estaba dispuesto a visitar al separatista Casals; no lo hizo por consejo de nuestro embajador, Areilza. Si en su día Don Juan no interesa por su conducta política, se nombrará a su hijo el príncipe Don Juan Carlos, pues lo esencial es la doctrina o constitución de la nueva monarquía, siendo secundaria la persona que vaya a ser rey». Tal vez aquí la cámara podría permitirse un garbeo y salir en busca del viejo comedor de Carlos III donde se reunía el Consejo de Ministros. Por el momento esa parte del palacio sigue abierta.

Por toda explicación, Patrimonio Nacional ha dicho que vetan al público la intimidad de Franco a fin de realizar trabajos de conservación y mantenimiento. Creo que esto va a poner en graves e inmediatas dificultades el rodaje de mi película. Pero yo lo lamento sobre todo por ti. Ávida como has estado siempre de nuevas experiencias no vas a poder vivir ahora la de una dictadura en mesa camilla. Pero, por otra parte, me alegro. Dado vuestro considerable enloquecimiento, cualquier día de éstos habríais mandado desmantelar las habitaciones privadas con el pretexto de que los ácaros siguen allí desfilando cara al sol. No te faltaría razón. Insisto que en aquel lugar no está la memoria de Franco, sino milagrosamente Franco mismo. Ningún gobernante español vivió tantos años en El Pardo. La identificación del palacio con Franco es del tipo de la de Luis XIV con Versalles o de Felipe II con El Escorial. El primer deber de cualquier departamento de Patrimonio es proteger sus tesoros de la acción de los vándalos. Incluso el patrimonio inmaterial. Incluso si los vándalos gobiernan.

Franco no prescribe. Hay quien deduce de ello la necesidad de que los españoles se sometan a un tratamiento psicoanalítico. No me lo parece. No creo que Franco fuera padre hasta el extremo que necesita esa pseudociencia para explayarse. Franco fue una letal exigencia pragmática. No sólo en su alzamiento. No sólo hasta su muerte. Lo más extraordinario es que hoy sigue siéndolo por obra y gracia de sus enemigos, que lo utilizan para sus fines de una manera igualmente pragmática. Entre el viejo reformismo adscrito a lo que fue la Unión de Centro Democrático circula una tesis sofisticada e interesante. Si Franco sigue siendo un recurso eficaz de la izquierda es porque la derecha cometió el error de no asumir que, en efecto, ellos eran los herederos del franquismo. Buena parte de la falta de caducidad proviene de que nunca en democracia se levantó de su escaño un portavoz de la derecha y dijo: «Sí, nosotros somos los herederos de Franco». Al tiempo que señalando a las bancadas de la izquierda proseguiría: «Como ustedes lo son de Largo Caballero». Con su falta de reconocimiento de la obviedad, con sus balbuceos ante cada mención de Franco, la derecha convirtió la exigencia pragmática del franquismo en una suerte de pecado original. Es decir, selló su carácter imprescriptible. Y algo peor: permitió una continuidad. Porque lo que la izquierda le dice hoy a la derecha, constatado su vergonzante complejo, no es ya que sea una pura herencia del franquismo sino que es el franquismo.

Las últimas maniobras de la izquierda con la memoria alardean explícitamente de que quieren acabar con Franco, apartarlo de la vida pública. Es todo lo contrario. Persiguen la extensión de su sombra, de su influjo, el avivamiento de la brasa hasta que el tiempo acabe dictando su sentencia de polvo y de Franco ya no pueda obtenerse nada. Yo lo siento mucho por los que no podrán llegar ahora hasta el Finis Africae del Pardo, allí donde la luz aún ilumina a 125 voltios. Sin embargo, para que una mañana irrumpieras en la habitación y despatarraras en las camas tus piernas de miliciana, mientras vapeas y das lingotazos a tu cerveza artesanal de Lavapiés, ¡francamente! chica, mejor dejarlo todo a merced de los ácaros.

Sigue ciega tu camino

A.