IGNACIO CAMACHO-ABC
- La defensa del español en Cataluña hay que hacerla sobre el terreno. A esos efectos Toledo queda demasiado lejos
Entre el deber moral y el tacticismo, Feijóo escogió ayer la opción que cree que le dará más rédito político. Su presencia en Barcelona no era obligatoria sino necesaria por una cuestión de índole simbólica, más allá de si a la manifestación acudían muchas o pocas personas. Que fueron bastantes y constataron que el líder de la alternativa, probable futuro presidente de la nación, las había dejado solas. Sí, estuvo Cuca Gamarra, pero en ocasiones como ésta no basta con delegar en una representación secundaria. Cuando un hombre aspira a dirigir un país no puede dar la impresión de que el cumplimiento de la ley en todo el territorio, el objetivo que reclamaban los asistentes a la marcha, le parece un asunto de menor importancia que una de esas convenciones partidistas típicas de los fines de semana. Esa preterición deliberada envió a los catalanes constitucionalistas un mensaje de desesperanza.
Evitar una foto con Abascal no es razón de suficiente peso cuando se trata de defender el idioma español en una parte de España. Que ni siquiera era eso, sino algo aún más elemental como el derecho a recibir en castellano una cuarta parte de la enseñanza. El presidente del PP tendrá, por pura lógica, que coincidir con Vox en esta reivindicación y en algunas otras sin que ello implique seguidismo ni dependencia deshonrosa. El cálculo electoralista, suponiendo que sea acertado, menosprecia una demanda de ciudadanía plena y, lo que es peor, la envuelve en la aureola de una cierta insensibilidad deslegitimadora. Los manifestantes no olvidarán que ese desapego no obedece tanto a la distancia ideológica como a una pragmática evaluación de la conveniencia propia.
No es fácil salir a la calle en Cataluña para oponerse al proyecto excluyente de imposición de una lengua única. No es grato salir del gueto, romper el silencio y el miedo de una sociedad donde la disidencia del pensamiento dominante está en busca y captura. No es cómodo enfrentarse a la hegemonía asfixiante del nacionalismo identitario. No hay ninguna ventaja en ser clasificado como meteco y sufrir el rechazo de un aparato de poder sobredimensionado. Y eso es lo que hicieron ayer miles de ciudadanos que a falta de apoyo del Estado merecían del aspirante al Gobierno una expresión de solidaridad y amparo.
La tuvieron, sí, pero desde lejos. La promesa de respaldo llegó desde Toledo, en un contexto voluntarista de ‘bilingüismo cordial’ que el separatismo ha vuelto imposible hace mucho tiempo al burlarse de las sentencias judiciales y dejarlas sin efecto. Feijóo ha contado votos que aún no tiene y ha especulado con los rendimientos cuando las circunstancias exigían un compromiso sobre el terreno. Si llega a gobernar tendrá que enfrentarse a una segura crecida soberanista ante la que no le van a valer actitudes contemplativas. Y la timidez de ayer se revelará como una oportunidad perdida.