Las elecciones de medio mandato que se celebran hoy martes en los Estados Unidos no son unos comicios cualesquiera. Con la herida todavía supurante por el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 por parte de los seguidores de Donald Trump tras sus acusaciones jamás demostradas de fraude electoral, los americanos llegan a las midterms en medio de una atmósfera enrarecida que ha llevado a las autoridades a prepararse para posibles brotes de violencia y acusaciones de amaño en las urnas.
En las elecciones de hoy martes están en liza los 435 escaños del Congreso, 35 de los 100 del Senado y 36 gobernadores, además de cientos de alcaldías y cargos locales. En algunos Estados se votan también leyes sobre el aborto.
Los sondeos vaticinan una relativamente amplia victoria de los candidatos republicanos, algo que complicaría la presidencia de Joe Biden durante los dos próximos años y que pondría en duda su liderazgo y el de Kamala Harris. Lo haría en un momento delicado, con la amenaza de una amplia recesión económica, una guerra abierta en el corazón de Europa entre Rusia e Ucrania con el apoyo de la OTAN, y con China aspirando al sorpaso a los Estados Unidos como potencia hegemónica mundial.
Las dudas en el Partido Demócrata son muchas. Algunos medios tradicionalmente afines a los demócratas han publicado ya artículos que recomiendan tanto a Biden como a Harris renunciar a su candidatura en 2024. El primero, por sus evidentes lapsus de lucidez, cada vez más frecuentes, y sus bajos índices de aprobación. La segunda, por sus chocantes meteduras de pata, que han demostrado su falta de capacidad para asumir la presidencia en caso de que Biden se viera incapacitado para seguir liderando el país.
Si no hay sorpresas hoy, los republicanos controlarán el Congreso y quizá también el Senado en un momento en que la crisis económica, el aumento del crimen y la inmigración ilegal son las principales preocupaciones de los ciudadanos estadounidenses. Asuntos muy distintos de aquellos en los que el Partido Demócrata ha decidido poner el foco durante los últimos años: el aborto (tras la derogación de Roe vs. Wade), la reforma de la policía, el derecho al voto y la lucha por la llamada «justicia social».
Pero el remedio a las dificultades del Partido Demócrata para diferenciar las causas de sectores muy minoritarios, pero muy ruidosos, de las verdaderas preocupaciones de la mayoría silenciosa podría llegar a ser peor que la propia enfermedad si los candidatos afines al trumpismo consiguen un buen resultado y eso es interpretado por Donald Trump como un espaldarazo a su candidatura en 2024.
Porque si Estados Unidos está dividido en dos mitades prácticamente iguales, también lo está el Partido Republicano, donde se enfrentan el sector trumpista (haciendo bandera del negacionismo electoral, de su desconfianza hacia las instituciones liberales, y de unos candidatos de línea dura y tono bronco contra los candidatos demócratas) y un sector liderado extraoficialmente por el gobernador de Florida Ron DeSantis. Un Donald Trump sin el trumpismo. Es decir, un populista sin la toxicidad del expresidente y que hoy vivirá su primer enfrentamiento indirecto con este por el liderazgo republicano en 2024.
Si el Partido Demócrata pierde hoy el Congreso y el Senado, Biden perderá también mucho margen de maniobra en sus planes contra la inflación. También perderá legitimidad para aplicar sus ambiciosos planes de gasto público, podría ver fracasar sus propósitos de eliminar el techo de gasto de la Administración, y se vería imposibilitado para aumentar los impuestos a las clases medias y a los americanos más ricos.
Pero quizá el dato más preocupante de estas elecciones sea el de que ocho senadores y 139 representantes republicanos de los que se presentan a la reelección en las urnas son abiertamente negacionistas de los resultados electorales de 2020. A ellos se suman muchos otros candidatos republicanos, también negacionistas, que aspiran a un primer cargo político.
Como explica el diario Washington Post, la responsabilidad recae en parte en el Partido Demócrata por haber «apoyado» cínicamente a esos candidatos en la creencia de que estos serían a medio plazo más fáciles de derrotar que los candidatos republicanos más moderados.
Pero la mayor parte de esa responsabilidad recae en última instancia en unos electores que escogerán en muchos casos entre el menor de dos males. Porque el Partido Demócrata, sí, se ha equivocado dándole legitimidad a las reivindicaciones identitarias más excéntricas de la extrema izquierda americana representada por líderes como Alexandria Ocasio-Cortez, Bernie Sanders o Elizabeth Warren.
Pero el remedio a eso no puede consistir en entregarle a los candidatos del trumpismo parte del control del Congreso y del Senado. Un control del que Trump no disfrutó durante su mandato y que sería irónico concederle ahora. Porque lo que se juega hoy en las elecciones americanas no es simplemente la mayoría en el Congreso y en el Senado, sino la calidad y la fortaleza de la democracia americana de los próximos años.