EL CONFIDENCIAL 20/09/16
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· Ese comportamiento callejero no era propio de unos burgueses nacionalistas que ahora son independentistas y que han entregado la continuidad del proceso soberanista a la izquierda catalana
Vergüenza ajena. Porque hay modos de comportamiento colectivo que deben guardar una mínima coherencia con la identidad política y social de aquellos que los mantienen. Observar ayer las fotografías y ver las imágenes de Francesc Homs, acompañado, como en formación, por líderes exconvergentes (Mas, Munté, Turull, entre otros) en su particular paseíllo para declarar ante el Supremo —es aforado como diputado en el Congreso—, remite a una épica que roza el ridículo.
Estas sobreactuaciones son propias, casi definitorias, de otro tipo de partidos y de dirigentes (o de algunos tradicionales cuando pierden el oremus). De aquellos que buscan en la calle lo que no obtienen en la urna; de aquellos cuyos códigos de comunicación nada tienen que ver ni con el poder ni con los despachos; de aquellos cuya indumentaria es la enunciación de un rasgo ideológico —la rebelión a través de la ruptura de las convenciones—, de aquellos, en fin que aspiran a lograr la revolución siempre pendiente, entre otras razones porque no han tenido oportunidad de ocupar el poder.
Lo que vimos ayer en Madrid —y ya en su momento en Barcelona— era tan excéntrico y componía una estética tan deplorable que se producía una remisión mental irremediable: ese comportamiento callejero, presuntamente decidido y a la vez tan desleído e inocuo, no era propio de unos burgueses nacionalistas que ahora son independentistas y que han entregado la continuidad del proceso soberanista a la izquierda catalana que, además de sobrepasarles, les marginará más aún de lo que ya lo están. Eran los actuales representantes del partido —refundado con muchos menos afiliados del que enterraron— que llevan décadas gobernando Cataluña.
Homs habló de “juicio político”, de cómo el Constitucional y el Supremo están al servicio del PP y de cómo la sentencia contra él ya está dictada
La estética de la marcha hacia el Supremo desde la sede de la Generalitat en Madrid resultaba el trasunto de un fracaso que el propio Homs —y Artur Mas— se encargó de agudizar con un lenguaje que no mejoraría, seguramente, ni el propio Arnaldo Otegi, al que una parte del Parlamento catalán recibió en su momento como al “Mandela vasco”. Homs habló de “juicio político”, de cómo el Constitucional (al que acude la Generalitat con regularidad para formular sus reclamaciones) y el Supremo (al que él se acoge con su aforamiento) están al servicio del PP y de cómo la sentencia contra él ya está dictada. Tras la descalificación, el discurso patriótico: hicimos lo que nos instruyó el Parlament de Cataluña y lo volveríamos a hacer.
La verdad es algo más prosaica: Homs, Mas, Rigau y Ortega están sometidos a un procedimiento penal no porque el 9 de noviembre de 2014 sacaran las urnas a la calle en lo que denominaron un “proceso participativo”, eufemismo de referéndum, sino porque desafiaron al Tribunal Constitucional, que prohibió esa iniciativa. Ese es el matiz sustancial: se enjuician posibles delitos de desobediencia y de prevaricación posteriores a la resolución del Constitucional que los ayer marchantes en el benigno septiembre madrileño desconocieron dolosamente. Ninguno de ellos, sin embargo, tendrá la oportunidad para mayores victimismos: no irán a la cárcel. Si son condenados —lo que está por ver, por mucho que se adelante Homs al veredicto—, les sancionarán con unas inhabilitaciones que no harán mella en un proceso soberanista que su torpeza ha entregado a Junqueras y Colau y al colectivo de diputados de la CUP.
Se enjuician posibles delitos de desobediencia y de prevaricación posteriores a la resolución del TC que los ayer marchantes desconocieron dolosamente
Es comprensible que los dirigentes del PDC —las cenizas del esplendor de CDC— traten de estirar la épica de su iniciativa (la independencia), que para ellos es ya causa perdida, que gestionarán sus adversarios. Pero no sería demasiado pedirles que no incurran en actitudes colectivas tan poco airosas, de composición tan venial e impostada, como la de ayer en Madrid. No les va, no les encaja, no resultan creíbles… en definitiva, hacen el ridículo, que es lo que prometió Artur Mas que nunca harían.
Las formas hay que guardarlas especialmente en la adversidad y no perderlas, desmintiendo así hasta la identidad personal y colectiva e imitando comportamientos grupales que evocan una épica tan doméstica como increíble. La mayoría de los marchantes ayer en Madrid —quizá no los que iban en la tercera o cuarta fila— han sido educados en la compostura. Se salen de ella y resultan irreconocibles. O a mí me lo parecieron. Quizá porque la consideración auténtica a los catalanes —independentistas o no— y a Cataluña merece un poco más de sofisticación política y estética cuando de los exconvergentes se trata.