Fernando Savater-El País
Creo que las peores amenazas contra el sistema democrático son autóctonas
La vicepresidencia de la Comisión Europea llamada por Von der Leyen “Protegiendo nuestro estilo de vida europeo” ha despertado recelos y cierta polémica, cosa que en sí misma no tiene por qué ser mala. Bienvenido sea el debate siempre que sirva para precisar los valores que nuestra alianza está más decidida a defender que a definir. Más que un “estilo de vida”, los europeos compartimos un sistema político, la democracia representativa. Precisamente lo mejor de este sistema es que permite estilos de vida diferentes. Una vez establecida por los representantes de todos la ley común, a nadie se le pide más que cumplirla: el resto de su estilo vital depende de sus gustos, de sus intereses, de su filosofía o religión. El planteamiento clásico es el que esboza Pericles en la Oración fúnebre que recoge Tucídides: su sentido, la igualdad legal y libertad personal de todos los ciudadanos. Si hay que añadir un par de rasgos históricos sobrevenidos, que sean la distinción radical entre pecado y delito (solo este concierne a la comunidad, el otro es asunto de la conciencia de cada cual) y la plena equivalencia legal entre hombres y mujeres.
Pero… ¿por qué mezclar la inmigración con este asunto? Está claro que quienes vienen de fuera a vivir entre nosotros están obligados a cumplir las leyes, como los demás: en cuanto a las costumbres, es cuestión de prudencia que adopten las de aquí o que nos enseñen algunas de las suyas. Pero creo que las peores amenazas contra el sistema democrático son autóctonas: los que ligan las leyes a diferencias étnicas o territoriales, los que reinventan normas distintas para juzgar a uno u otro sexo, los que someten los derechos sociales a privilegios económicos, los adversarios de la educación pública…