El Gobierno vasco procedió ayer a una primera entrega de los cuadernos de memoria y reconocimiento a los deudos de personas asesinadas por ETA. Una iniciativa responsable y sentida hacia los familiares y allegados de quienes murieron a manos del terror sin que mediante sentencia se haya establecido una verdad judicial sobre lo ocurrido, partiendo de la identificación de sus autores materiales e instigadores como culpables en firme. La falta de esclarecimiento sobre crímenes que segaron la vida de más de trescientos conciudadanos no podía consignarse como mera constatación de los límites operativos del Estado de Derecho frente a la ‘omertá’ en que se basa la ejecutoria etarra. Secreto ritual que se mantiene tras el desarme y la desaparición formal de la banda como si fuera lo más natural. Pero era necesario «restituir la dignidad» en lo posible mediante el reconocimiento de la personalidad del asesinado, rescatándolo no solo del anonimato de cifras y listados que perpetúa la cosificación buscada por los terroristas. Subrayando además el significado de su paso por la vida sin obviar la significación que los asesinos, quienes redactaron la nota reivindicativa del horror y sus adláteres quisieron dar a su muerte. Aunque ni siquiera así puedan tan doloridos herederos sentirse verdaderamente acompañados por el Gobierno vasco.
El duelo por el fallecimiento del ser querido a causa de la acción de un prójimo se pierde o se refugia en ocasiones en la presunción de que la víctima lo fue de manera fortuita, accidental. El victimario se guarece tras esa violencia sin autor con nombre y apellidos y sin más propósito concreto que el de dar con alguien que sirva de expiatorio. Las familias que ayer acudieron a la Biblioteca de la Universidad de Deusto para recibir el álbum que añadirán a todos sus demás recuerdos demostraron una valentía extraordinaria al dar por supuesto que vascos organizados bajo las siglas ETA quisieron matar deliberadamente a quien desde entonces se convirtió en el más inolvidable de sus seres queridos.
Los cuadernos de memoria forman parte del instrumental empleado para mantener y estimular la capacidad cognitiva en las personas afectadas de desmemoria por deterioros neurológicos irreversibles. La consejera Beatriz Artolazabal entregó cuadernos de memoria a los deudos de Argimiro García, Epifanio Benito Vidal y Jesús María Colomo entre otros. Pero en el fondo los remitió a toda la sociedad vasca, incluida la Euskadi institucional. Porque el olvido colectivo es la suma de un sinfín de demencias individuales. De una desmemoria patológica que debió estremecerse cuando el ministro Grande-Marlaska recordó anteayer en Bilbao que nada menos que 112 agentes de la Policía Nacional fueron asesinados en atentados de ETA. De una desmemoria patológica que debemos sacudirnos a base de verdades incontrovertibles.