PELLO SALABURU, EL CORREO 03/04/14
· Maixabel Lasa, Jaime Arrese y Txema Urkijo han tenido un protagonismo especial – por eficaz y discreto– con las víctimas. No queda ya ninguno de los tres en el Gobierno vasco.
Durante años, un equipo ha ido tejiendo de forma silenciosa pero muy eficaz una red de relaciones entre las víctimas, el Gobierno vasco y la propia sociedad. Al frente de ese equipo, que ha funcionado con gobiernos de distinto signo, ha estado Maixabel Lasa, cuyo marido, Juan Mari Jauregi, fue asesinado por un comando de ETA. Al lado de Maixabel han trabajado Jaime Arrese, cuyo padre fue liquidado por los Comandos Autónomos Anticapitalistas, y Txema Urkijo. No queda ya ninguno de los tres en el Gobierno: Lasa decidió dejarlo antes del nombramiento del nuevo Ejecutivo, a Arrese no se le renovó el nombramiento, y Urkijo ha sido despedido.
Las víctimas fueron primero abandonadas, para ser más tarde olvidadas. Luego fueron utilizadas por ideologías, siempre de derechas. En un contexto personal de extrema dificultad, eran terreno abonado en donde se podían sembrar con tranquilidad ideas de discordia. Por eso, algunos colectivos de víctimas acabaron siendo traspasados por planteamientos políticos extremos, no compartidos por otras muchas víctimas, que han utilizado como justificación para defender sus propios e innegables intereses como víctimas. Una mezcla letal.
Las cosas se fueron complicando cuando algunos de los asesinos abjuraron de su pasado, reconocieron su equivocación en público, y se marcharon de ETA. Después de marcharse, en una pirueta dialéctica que coincide con la que mantiene la Iglesia con quien quiera marcharse de ella, fueron expulsados. Y el panorama se complicó aún más cuando aparecieron otro tipo de víctimas que tuvieron que luchar para ser reconocidas como tales. Tuvieron que luchar contra la ideología social dominante, en primer lugar, y en no pocas ocasiones contra otros colectivos de víctimas, que reclamaban un trato diferente para viudas o hijos huérfanos dependiendo de la ideología de quien hubiera apretado el gatillo.
Lasa, Arrese y Urkijo fueron deshaciendo malentendidos a base de horas de conversaciones y paciencia, limaron asperezas, abrieron puertas, y tuvieron un protagonismo especial, especial por eficaz y por discreto, en todo ese enorme trabajo. Sirvió para abrir ojos, tender puentes y consolar a familias olvidadas en pueblos perdidos de Castilla que habían tenido que enterrar a su joven hijo guardia civil de madrugada y de espaldas a sus vecinos. Todo esto precisa de sensibilidad, un ponerse en la piel de la otra persona, acercar sentimientos y cimentar la convivencia social sobre parámetros muy diferentes a los que sostienen la, vamos a llamarlo así, política oficial. Eso fue posible porque los representantes de la oficina de víctimas tenían una legitimación moral imprescindible en aquellos momentos para abordar una tarea de esas características. Varias de ellas eran también víctimas. Partían con un grado de credibilidad elevado.
Luego han pasado más cosas. Por un lado, ETA tuvo que jubilarse antes de lo pensado. La izquierda patriótica funciona a pleno gas en las instituciones, reclamando con orgullo su nefasto pasado. Por otro, las organizaciones de apoyo a los presos se empeñan en escribir recto con líneas torcidas, y se encuentran con un Gobierno parapetado en este tema como en Fort Apache. Han aparecido mediadores, intermediarios, negociadores avezados, agentes arbitrales, etc., curtidos todos ellos en el difícil arte de navegar sin viento y si es preciso también sin agua, que acarrean sobre la espalda el enorme mérito de pertenecer a otros países y la capacidad de haber convencido a parte de la población de que lo que dicen que hacen sirve para algo. Es un notable mérito, equiparable a lo que son capaces de hacer algunos artistas modernos.
Han engatusado a periodistas, encandilado a políticos y fascinado con su nunca bien ponderado encanto a comentaristas varios. Con lo único que no han podido es con ETA, pero igual eso es perdonable. Cuando se van, las cosas están como antes, aunque los periódicos han vendido más, se han hecho chistes en YouTube, y los intermediarios han vuelto a su pueblo con un fajo de billetes y otra muesca en la pistola de su curriculum pacificador. También han aparecido planes en estos años, planes que hablan de esto y de lo otro, con puntos, puntitos y apartados llenos de microacuerdos en ventanitas varias, ya que no podemos llegar adonde hay que llegar. Una frustración absoluta: se precisa de una guía para saber si estamos hablando de esta sociedad o estamos intentando más bien que Julio Iglesias y los Beatles hagan las paces. Esos papeles, tan profesionalizados y tan de poco fuste, pueden servir para todo. Iba a decir que incluso para lo que está pensando, pero mejor me callo.
Con la marcha de Urkijo se cierra una época, y tengo mis dudas de que se esté abriendo otra. Sirvan estas líneas para mostrar mi profundo agradecimiento a lo que esas tres personas –Lasa, Arrese y Urkijo– han hecho por nuestra convivencia y nuestro entendimiento. Actuaron con discreción, incluso en los encuentros restaurativos que a nadie se impusieron. Encuentros caricaturizados por algunas víctimas, que pasearon en los telediarios su entendible odio y no compartible actitud. Urkijo ha querido ser fiel a esa discreción. Le ha costado el puesto. Una pésima noticia.
PELLO SALABURU, EL CORREO 03/04/14