Eduardo Uriarte-Editores

Lo que podía pasar, yacer con el apagón en una imagen tercermundista, poseía sintomáticos precedentes, alguno de ellos muy significativos. Todo empezó con los frecuentes incidentes ferroviarios. Un sistema ferroviario otrora, incluso con la derecha, modélico. Y es que, si un ministro tiene como principal tarea la agitación y acoso contra la derecha desatiende el servicio público al que debiera dedicarse. Y es que, no puede todo el Gobierno y organismos colonizados, Fiscalía General, Tribunal Constitucional, Presidencia del Congreso, etc., ser la oposición de la oposición, dedicarse enajenadamente a resistir en el poder, defenderlo cual en  un búnquer, y esperar a que el país funcione. Nunca sabremos de las causas y responsabilidades del fatídico accidente, en todo caso tendrá que ver con la derecha o sus amigos empresarios. Es decir, los enemigos del llamado progresismo.

Que se atienda la buena gestión de lo público debiera ser una de las primeras preocupaciones de la ciudadanía antes de ir a votar, evitando las instintivas, sentimentales, ideológicas, doctrinarias a la postre, motivaciones de las que se está dejando llevar en muchas latitudes votando a imbéciles peligrosos. Hay que pensarlo antes que, en nuestro caso, nos convirtamos en Cuba. Aquella revolución que tanto amé en mi juventud, marchitada tras un paulatino distanciamiento y totalmente apartada de su idealización por una postal de un ser querido: “Desde Santa Clara, tumba de Che Guevara, te escribo: Aita, no vengas nunca”. Ante tales desengaños les ruego que tengan precaución con los relatos seductores, arrebatadores, enajenantes, que solo sirven para mantener en el poder a la nomenclatura mientras la gente se hunde, cada vez más, en la miseria y desesperación.

Así pues, antes de recibir la vuelta del fluido eléctrico con un ji ja ja, y una birra un poco recalentada, en plan verbenero y en la calle, pensemos en dónde estamos cayendo. Que no porque no nos gobierne la derecha vale la pena asumir los desastres que padecemos ante la ausencia de previsión, programación, planes de emergencia, transparencia, deliberación, funcionamiento de las instituciones y, a la postre, caos en los servicios. Que no porque gobierne el que lo hace ahora este es un mundo cuajado de buenismo y feliz. Cuidado cuando quieren vender tal mundo feliz, echa un vistazo a Huxley u Orwell.

Fijémonos que una democracia sin presupuestos no es una democracia. Esto no es una democracia, o muy pronto va dejar de serlo, pues hace tiempo estamos pasando de la mutación constitucional a su alteración. Y un estado sin presupuestos es un estado cojo, caótico, arbitrario, tendente a formularse políticamente como autocracia (pues el origen del parlamentarismo estuvo motivado por el control de los recursos del rey), y aunque éste sea un vacío en el aspecto institucional no deja de tener relación con el sumatorio de desastres que vamos padeciendo.

No tenemos un Gobierno que gobierne ni un parlamento que funcione. Y esas tremendas taras acaban provocando la cleptocracia de los líderes, el empobrecimiento de la gente, la carestía de la vivienda, el incremento de la inseguridad, mentiras sistemáticas como ese falso presupuesto de incremento para la defensa sin objetivos ni programa, ni debate que lo acompañe. Es desde el techo de la política de donde surgen los problemas serios que padecemos, nuestros decaimientos en el temor ante las desgracias, momento en el que puntualmente acude Sánchez para manipular con sus discursos buenistas y de mundo feliz, para exclusivamente aprovechar la perturbación social en pro de la pervivencia suya en el poder. Lo único que le importa.

Jamás ha habido tan esclarecedora imagen de la oscura situación que padecemos como la manifestada por este extraordinario y terrorífico apagón