Gabriel Sanz-Vozpópuli
- El durísimo enfrentamiento, este lunes, entre Pedro Sánchez y el ‘viejo PSOE’ que le defenestró en 2016 deja un partido roto con un futuro impredecible; “no nos soportamos”, reconoce un dirigente
“Tienen mi teléfono”, soltó el presidente del Gobierno en la tormentosa reunión de la Ejecutiva Federal del PSOE este lunes, en medio de una dura diatriba contra la nueva “deslealtad” de los barones -solo estaba presente vía Zoom el extremeño Guillermo Fernández Vara- tras haber criticado estos en público el acuerdo presupuestario con Bildu… Leamos la frase lentamente, detengámonos a analizar su significado, el alejamiento emocional que denota; “si quieren algo, que me llamen”, le faltó añadir. Y reflexionemos sobre el anómalo funcionamiento que revela: el líder no debe explicaciones previas a un partido históricamente acostumbrado a ellas, solo espera acatamiento.
Pedro Sánchez sabe que la organización que dirige es muy diversa en su composición y muy diferente a ese PP acostumbradamente vertical en sus decisiones desde tiempos de Manuel Fraga; no digamos las de su sucesor, José María Aznar, alias franquito para aquellos detractores internos renovados al amanecer y para quienes sobrevivieron incluso en sus gobiernos al precio de temerle toda su vida política.
El PSOE siempre se presentó y representó a sí mismo otra cosa que el PP, una resultante de agotadores -y agrios- debates internos típicos de la izquierda orgánica culo di ferro; a cara de perro, con matices a veces inextricables hasta para sus propios dirigentes, que cuando salían a fumar con los periodistas durante las reuniones del Comité Federal y volvían a bajar al sótano de Ferraz, a la Sala Ramón Rubial, descubrían que habían perdido el hilo.
Alfredo Pérez Rubalcaba lo clavó: “Si contrapones dos legitimidades, la del líder elegido por las bases y la de los órganos intermedios, van a chocar y se impondrá el líder”
“Sin la bronca no seríamos el PSOE”, reconocería con sorna muchos años después el fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba, perejil de todas aquellas salsas en los 80 y los 90. En el crepúsculo de su mandato me auguró con gesto sombrío que el cesarismo acabaría sucediéndole: “Si contrapones dos legitimidades, la del líder elegido por las bases y la de los órganos intermedios, van a chocar y se impondrá siempre el líder”, dijo y ya no me va a desmentir. Lo clavó.
Queda haber sido testigo privilegiado de cómo funcionaba eso que los periodistas llamábamos pomposamente “el máximo órgano entre congresos” cuando no queríamos repetirnos entre frases crónica tras crónica.
Entonces tenía todo el sentido, porque durante tres o cuatro fines de semana al año Felipe González, luego José Luis Rodríguez Zapatero, participaban de la ficción de ceder todo el poder a La PSOE y su Comité Federal. Y, cada tres años, a la parafernalia de las madrugadas congresuales de sábado pendientes de teletipos de agencia a cuentagotas; que si sale fulanito de la Ejecutiva, entra zutanito, que si ganaba él guerrismo o el felipismo –que para la vieja Iglesia socialista nunca dejaron de ser uno y trino, tal que Dios, Jesucristo y el Espíritu Santo-; más tarde pendientes de si Pepe Blanco sería finalmente vicesecretario general o sorprendidos por el ascenso de Leire Pajín a la Secretaría de Organización.
Por descontado, todo controlado entre bambalinas por fontaneros -Sánchez lo fue de Blanco- que iban y venían de los despachos para llevar el agua al molino de unos señoritos siempre atentos a la importancia de la performance: horas y horas de reuniones en Ferraz -con sus comidas, cenas, conciliábulos e intrigas previas- para que cada presidente de Diputación, diputado autonómico, barón, alcalde o concejal, llegado a Madrid se sintiera Reina por un día… y lo hacían, insisto, unos inquilinos de La Moncloa revestidos de sucesivas mayorías absolutas (Glez) o no (ZP); infinitamente más poderosos que un Pedro Sánchez.
La ‘Iglesia’ verdadera
Fueron generosos hasta en el uso de la guadaña, que, bromeaban los clásicos, nunca corta por debajo de 1,60 “para que no le pillara” al bajito Paco Marugán, hoy Defensor del Pueblo en funciones y superviviente de todas las épocas. De hecho, él y Rubalcaba resistieron años en primera fila gracias a esa doctrina de los afectos: renovados al amanecer cuando toca, flotando inerte a la espera de mejores tiempos en la creencia de que estás en la única Iglesia verdadera.
Ese es el problema del PSOE de Sánchez; no los números de móvil, sino los afectos, las formas, los límites en el uso del poder y la actitud a la hora de emplear la guadaña. “Hablemos claro: esto no va de Bildu”, me dice un veterano ya retirado y desengañado. Arnaldo Otegi es solo la excusa formal para que los críticos reprochen al hoy secretario general: “Te estás pasando tres pueblos”; así, en gerundio, que no es presente.
Lo de Bildu ha supuesto un aldabonazo, sí, porque es un desafío moral aliarse con quien hasta hace una década respaldaba a quien te mataba o aplaudía que te mataran, pero eso no es lo que más preocupa al viejo PSOE; lo que le preocupa es la sensación de que están siendo llevados del ronzal por un ex miembro de ETA, por Gabriel Rufián (ERC) y, sobre todo, por el vicepresidente, Pablo Iglesias, a una “república plurinacional” que detestan quienes prometieron lealtad a la monarquía parlamentaria de la Constitución de 1978:
La disponibilidad de la EH Bildu para votar sí a los PGE es una buena noticia. Demuestra responsabilidad y compromiso para avanzar con políticas de izquierdas. El bloque de la investidura se refuerza y será de legislatura y de dirección de Estado
— Pablo Iglesias (@PabloIglesias) November 11, 2020
A raíz de este tuit que colgó el líder de Unidas Podemos el pasado jueves, alguien con asiento en ese Comité Federal que desde hace años prácticamente no emite, resalta lo siguiente: “Lo asombroso de la situación es que mientras Iglesias no se oculta, Sánchez el lunes nos afeaba que no nos alegráramos de los éxitos del PSOE… ¿De qué éxito habla? ¿Del voto de Bildu? ¡Pero si no lo necesitábamos!”.
“No nos soportamos”, diagnostica una persona de la actual dirección, “eso es lo que nos pasa, y se empieza a notar mucho”. La pax alcanzada tras la vuelta de Sánchez a la Secretaría General después de su defenestración en aquel trágico para los socialistas Comité Federal del uno de octubre de 2016 ha sido una ficción.
«No nos fiamos unos de otros y ese es un virus letal para cualquier organización”. Y no solo eso. En las redes sociales los partidarios más acérrimos del líder del PSOE no se cortan a la hora de pedir que se expulse a Guillermo Fernández Vara, Emiliano García-Page y Javier Lambán por osar contradecir a Sánchez… Sí, han leído bien: echar a quienes son la cara visible del PSOE en sus territorios, dos de ellos hegemónicos con sus mayorías absolutas. “Un disparate. Todo lo que no puede ni debe ser un partido”, resume un exdiputado muy preocupado por la podemización de la militancia en las redes sociales.
La ‘podemización’ del PSOE
”Antes había discrepancias muy duras, pero nadie ponía en duda que eras tan socialista como aquel con el que discrepabas. Ahora parece que solo eres socialista si sigues ciegamente a Sánchez; es un club de fans”, señala una exdiputada del sector más feminista del PSOE que ha sufrido en Twitter las iras del sanchismo a raíz de su oposición a la Ley que garantizará la “autodeterminación sexual”, promovida por Podemos.
Alguien hoy distanciado del líder, pero perteneciente a su primer equipo contra los barones, cree que el presidente del Gobierno “no debe engañarse”: “Ambas partes se necesitan aunque se detesten”; más Pedro Sánchez, si cabe, porque tiene solo un 28% del voto mientras que Vara o Page son hegemónicos en sus feudos con mayoría absoluta. Una ruptura abrupta, una escisión, y el PP gobernará Extremadura y Castilla-La Mancha durante años.
El líder socialista dispondrá de tres años de legislatura por delante cuando saque los Presupuestos, a partir de diciembre, pero, si el partido sigue siendo “arrinconado” por Podemos en el “radicalismo” -Page dixit– de una estrategia y un discurso al que ahora se van a sumar Bildu y ERC, la cosa puede acabar como augura un dirigente de los primeros gobiernos de González: “Mal para España y muy mal para el PSOE”.