ABC 27/05/17
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· Jaime Mayor diagnostica un mal llamado mentira que infecta la vida pública hasta el descrédito
LA democracia occidental, tal como la conocemos los de mi generación, está llegando a su fin. Los partidos tradicionales sucumben en las urnas ante el avance del extremismo y la aparición de fuerzas «renovadoras» cuyo máximo capital político, por el momento, es la virginidad derivada de la ausencia de oportunidad para robar al contribuyente o traicionar lo prometido, toda vez que su gestión está aún por contrastar. Europa amenaza ruina como proyecto común compartido y muestra una primera amputación dolorosa con la salida del Reino Unido, cuyo repliegue en sí mismo es un fracaso colectivo; de quienes se marchan, sin duda, pero también de una Unión cada vez menos atractiva a fuer de burocratizada. La corrupción, especialmente obscena en los países ribereños del Mediterráneo como el nuestro, causa estragos en la confianza de los electores, que castigan a sus responsables echándose a menudo en brazos del populismo suicida. La amenaza yihadista, unida a las dificultades económicas y a una inmigración descontrolada de difícil o imposible integración, enciende por doquier hogueras ultranacionalistas que proponen levantar fronteras y volver a un proteccionismo estéril, incompatible con el progreso. Estamos viviendo un final de época extraordinariamente inquietante si pensamos en nuestros hijos. El paso del mundo conocido, seguro, nacido a escala global de la Segunda Guerra Mundial y en la España de la Transición, a una nueva realidad cuyos perfiles se nos escapan. Las invasiones bárbaras en versión tercer milenio.
Ante la magnitud de semejante desafío, nuestras miserias locales podrían merecer poco más que notas a pie de página si no fuera porque responden a un mismo problema de fondo. Una grave enfermedad individual y social diagnosticada con precisión de cirujano por Jaime Mayor Oreja, el martes, en el ciclo de conferencias que organizan las fundaciones Villacisneros y Valores y Sociedad en torno al necesario fortalecimiento de España: Un mal llamado mentira, que infecta la vida pública hasta lo más hondo del descrédito e impregna la «verdad» publicada con resultados parecidos.
El ex ministro popular, hoy alejado de cualquier militancia por decisión propia, desgranó un decálogo de falsedades comúnmente aceptadas en el marco de esta crisis de valores caracterizada por la entronización del dinero como único referente claro y el simultáneo abandono de cualquier principio duradero, empezando por la verdad, «incluso como aspiración». Falsedades referidas, por ejemplo, a la presunta derrota de ETA, hoy legitimada como alternativa al PNV merced a una negociación entablada ente el Estado y los terroristas con los asesinatos como moneda de cambio, o a la versión oficial del 11-M, considerado un atentado islamista más, cuando en realidad fue meticulosamente planificado y ejecutado con el objetivo, ampliamente cumplido, de cambiar el rumbo de la política española. Falsedades como que la crisis que nos aflige es de naturaleza económica, cuando en realidad se trata de algo mucho más profundo, más letal, arraigado en el corazón de todos y cada uno.
«Estamos en el descanso del partido que enfrenta al extremismo con el relativismo» –apuntó Mayor Oreja– y ningún resultado es bueno, apostillo yo. Me sumo a su llamamiento a comparecer en la batalla por la defensa de nuestros principios, por la recuperación de alguna idea más sólida que la destacada en la última encuesta de intención de voto, aún sabiendo que esa lucha conduce a la soledad, el sufrimiento y las represalias de quienes, en ambos bandos, abominan de la verdad y solo buscan palmeros dispuestos a jalearles.
Esto se acaba para todos, aunque algunos tarden en enterarse. Ahora toca decidir si queremos acabar en pie, o de forma vergonzante.