José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- La derecha radical sustituirá a la tradicional del PP porque sus electores se están pasando a caño abierto a Vox. El desastre es descomunal
En Francia, Le Pen, primero, y su hija Marine, después, lograron crear un llamado «frente nacional» que sustituyó a la tradicional derecha republicana y gaullista partido de Estado desde 1945. En abril próximo, será esa derecha radical la que se enfrente a Emmanuel Macron en las presidenciales y supere en la primera vuelta a lo que queda del partido de Giscard y Chirac y al resto de la izquierda. Estamos en los prolegómenos de la VI República.
En el Reino Unido, el partido conservador se ha transformado en una organización nacionalista con rasgos populistas bajo el mandato de Boris Johnson. En Italia, la derecha tradicional —también la izquierda— representada por la poderosa democracia cristiana, ha desaparecido por completo salvo ese vestigio honroso de Sergio Mattarella que, con 81 años, sigue al frente de la República acompañado por un tecnócrata en el Ejecutivo, Mario Draghi.
En Polonia y Hungría, gobiernan las derechas radicales; en Austria, están normalizadas como partido de Gobierno, y, tanto en los Países Bajos como en los nórdicos, las derechas están en fase de radicalización. Y avanzan. En Estados Unidos, Donald Trump tuvo en 2020 hasta 70 millones de votos en las presidenciales.
En España, la emergencia de Vox fue reactiva a partir de 2018 y hasta el presente. Pero, desde hace 72 horas, el partido de Abascal ofrece estímulos proactivos para que una parte importante del electorado del PP le vote en unas próximas elecciones generales, cuando se celebren, y, desde luego, en las ya agendadas autonómicas y municipales.
Si la reactividad que favoreció a Vox era un propósito conseguido por Pedro Sánchez, aliado con el desconcierto del PP en el modo de relación con esa organización, ahora el panorama es completamente distinto. El PP ha entrado en un proceso irreversible de autodestrucción bajo el mandato de unos dirigentes ineptos, distanciados de las bases, sin capacidad estratégica y sin escrúpulos éticos para anteponer sus intereses personales y de poder sobre los propios del partido.
Las próximas elecciones se dirimirán entre el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, y el presidente de Vox, Santiago Abascal
En la pelea insomne entre Díaz Ayuso y los suyos contra Pablo Casado y los suyos, y a la inversa, no se da un enfrentamiento de ideas, modelos o proyectos. Es un combate visceral y decadente en el que una u otro perderá, pero el que gane también morirá en la pelea, porque la hemorragia de apoyos populares ya ha comenzado a fluir —a caño abierto— hacia Vox.
Entre las bases electorales del PP no hay porosidad con el PSOE de Sánchez y sí, quizás, alguna con Ciudadanos, que puede comportarse como una opción refugio cuando su papel parecía periclitado. Pero la frontera sin fielatos y ya con las barreras abiertas de par en par se sitúa entre el PP y Vox.
Las próximas elecciones —que, dadas las circunstancias, el presidente del Gobierno podría enclavar en un calendario diferente al supuesto en función de la implosión del PP— se dirimirán entre el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, y el presidente de Vox, Santiago Abascal, cuyo partido está sabiendo jugar sus cartas en el desastre popular: observar el espectáculo, abonarse al silencio, esperar y abrir la puerta a los espantados militantes y electores conservadores que huyen despavoridos de la explosión nuclear en Génova y en la Puerta del Sol.
Si Fernández Mañueco pretende gobernar en Castilla y León, tendrá que hacerlo con Vox. Así lo desean seis de cada 10 votantes del PP según la encuesta de Metroscopia cerrada este jueves. Ya no existe posibilidad de que los de Abascal se conformen con un pacto de legislatura. Ahora más que hace tres días, su propósito es entrar en el Gobierno para disponer de la vitola institucional y aumentar su potencia en la operación de sobrepasar al PP electoralmente.
Mientras, Juan Manuel Moreno, lejos de adelantar las elecciones en Andalucía, las debe alejar de este incendio voraz en su partido e irse al límite de la legislatura en el mes de diciembre. Convocar en junio resultaría temerario. Y ya no es seguro que sus expectativas sean las de hace una semana. Son, de hecho, notablemente peores.
El planteamiento por la dirección nacional del PP de su estrategia de derribo a Ayuso y los flancos débiles que presenta la presidenta de la Comunidad de Madrid auguran una crisis larga porque se va a judicializar. Si este episodio no queda en manos de la Fiscalía y se resuelve en la instancia jurisdiccional competente, todo quedará en sospechas que provocarán la metástasis del cáncer que ya padece la organización.
Si Génova tiene pruebas de corrupción, el único camino es el de la denuncia o la querella; de lo contrario, habrá convertido la acusación a Ayuso en una insidia y el destrozo, ya irreparable, exigiría una refundación del partido, pero ya como fuerza subordinada a Vox.
Lo que queda de legislatura contemplará la agonía del PP y la conversión de Abascal en el interlocutor de Sánchez
Sánchez va a triturar al PP. Sus dirigentes no tienen discurso verosímil ni en el Congreso, ni en los medios, ni con sus cuadros y militantes. Se han neutralizado a sí mismos. El presidente del Gobierno no va a ser clemente; tampoco Santiago Abascal, aunque Vox tiene una capacidad estratégica llamativa: no arremeterá más allá de lo imprescindible contra los dirigentes populares para que sus votantes no se sientan más heridos y abochornados de lo que ya están. Así, el paso del PP a Vox se producirá sin traumatismo. A fin de cuentas, Abascal fue “uno de los nuestros”, es decir, “uno de los suyos” que se largó del PP por unas razones que muchos ciudadanos están dispuestos ahora a comprender después de haberse mantenido disciplinadamente en la ortodoxia conservadora.
Esa actitud colectiva de los cinco millones de votantes populares también ha saltado por los aires. De modo que lo que queda de legislatura contemplará la agonía del PP —con estertores incluidos— y la conversión de Abascal en el interlocutor de Sánchez con 52 diputados en el Congreso, pactos con los populares en territorios estratégicos —por ejemplo, el Ayuntamiento de Madrid, en donde el alcalde Martínez-Almeida se ha desentendido de Génova— y, muy pronto, una vicepresidencia y al menos tres consejerías en el Gobierno de Castilla y León. El desastre es de proporciones descomunales.