Isabel San Sebastian, ABC, 24/5/12
A base de esquivar roces y evitar conflictos hemos ido cediendo terreno los demócratas hasta quedar arrinconados
LO peor de todo el esperpento orquestado en torno a la final de la Copa del Rey por quienes utilizan cualquier medio para impulsar su proyecto excluyente no es que ellos, los de siempre, lleven semanas planificando y jaleando a través de las redes sociales y los medios de comunicación la comisión de un acto ilegal como es el ultraje a los símbolos de la Nación española, con total impunidad. Tampoco que en muchos casos lo hagan empleando para ello dinero público recibido en forma de subvenciones del Gobierno central y los autonómicos. Ni siquiera el hecho en sí, por humillante que resulte para quienes sentimos el himno y la bandera de España como algo valioso que merece ser tratado con el máximo respeto. Lo más grave es la cobardía democrática que demuestra tener nuestra clase política ante este agravio anunciado.Cobardía democrática, sí, como suena, porque únicamente apelando al miedo como sentimiento incontrolable puede entenderse que ni un solo ministro del ejecutivo popular o representante de la oposición socialista haya salido al paso de las amenazas separatistas. Tal vez no miedo físico, pero sí temor a ser tildado de «facha», de «ultra» o de miembro de la «derechona» por atreverse a defender la dignidad de lo que la Constitución define como «patria común de todos los españoles». Miedo entendido como falta de coraje o de convicción democrática suficientes como para exigir que se cumplan las leyes que nos hemos dado todos desde la más absoluta libertad. Únicamente Esperanza Aguirre ha demostrado ese valor, al poner su voz a un sentimiento de hartazgo compartido por una gran mayoría de los ciudadanos de este país, e inmediatamente ha sido víctima de una lapidación en toda regla.Que los órganos de expresión del nacionalismo desacrediten a la presidenta de la Comunidad de Madrid se comprende. No en vano es, hoy por hoy, la única líder del PP cuyo discurso supone un obstáculo para el avance de sus proyectos soberanistas. Lo mismo cabe decir del socialismo, cuya deriva «discutida y discutible» en lo que atañe a la consideración de España le ha llevado a cosechar los peores resultados electorales de su historia. Pero que se ceben con ella, o la ignoren en actitud displicente, sus propios compañeros de partido, es algo que carece de justificación y hasta de lógica.
¿A dónde nos conduce este pensamiento blando, esta rendición a los dictados de lo «políticamente correcto» impuestos por gentes de corazón apátrida? A la derrota incondicional frente a quienes sí creen en lo que consideran «sus» naciones y están dispuestos a llegar a donde haga falta en su afán por construirlas desde la nada.
Habrá quien argumente que el mejor desprecio es no hacer aprecio y que la indiferencia es la mejor reacción posible a la provocación. ¡Error! Precisamente a base de esquivar roces y evitar conflictos hemos ido cediendo terreno los demócratas hasta quedar arrinconados en un espacio que no da más de sí: de las instituciones y de la enseñanza pública catalana ha desaparecido el castellano, porque «por la paz un padre nuestro». Idéntica razón ha sido invocada para legalizar al partido etarra y dejarle gobernar Guipúzcoa, imponiendo su férula implacable a millares de vasco-españoles abandonados por su Estado. Hemos reculado y reculado en los últimos treinta años ante el avance imparable del nacionalismo, sin lograr otra cosa que acrecentar su apetito insaciable, hasta el extremo de mirar hacia otro lado cuando ofenden a nuestros símbolos. Pero «por la paz, un padre nuestro» es mejor hacer como que no pasa nada. Aunque pase. ¡Y ya lo creo que pasa!
Isabel San Sebastian, ABC, 24/5/12