Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli
El interrogante que plantea el nuevo enfoque de Ciudadanos tiene un contenido que va mucho más allá del eventual beneficio electoral
Un tema de discusión favorito de analistas y comentaristas políticos es el de la estrategia de los distintos partidos para alcanzar sus fines. Páginas y páginas en periódicos de papel o en digitales, horas y horas de televisión e incluso libros profusamente documentados son dedicados a aquilatar los pros y los contras de mensajes, propuestas, candidaturas y nombramientos, valorando su acierto o su inconveniencia en términos estratégicos. Esta estrategia es brillante, tal otra está equivocada, la de más allá revela sutileza y la de más acá denota torpeza, y así se suceden las valoraciones, las recomendaciones y las críticas porque nadie conoce mejor que los periodistas o los politólogos lo que los estados mayores de las distintas formaciones parlamentarias deben hacer para conseguir la victoria. Los líderes de las distintas opciones electorales y sus asesores aúlicos se las ven y se las desean para seguir el aluvión de consejos, recriminaciones y sugerencias que les inundan continuamente. No pocos de los numerosos expertos que saben indefectiblemente lo que los responsables públicos deben hacer se indignan cuando sus recomendaciones son ignoradas y no faltan tampoco los especialistas en análisis post facto, cuyo grado de acierto es invariablemente del 100%.
Dentro de este deporte nacional jugado sobre todo en tertulias de plató ha sido objeto de acalorado debate el cambio dado por la actual dirección de Ciudadanos al tipo de relación que venía manteniendo con el PSOE durante la etapa final de Albert Rivera como su presidente. Una posición de negativa absoluta a cualquier tipo de colaboración ha sido sustituida por otra de acuerdos condicionados sobre puntos concretos y esta reorientación ha sido vista por unos como el último estertor de una organización en irreversible declive y por otros como una maniobra inteligente que dará buenos réditos en las urnas en el futuro. Esta discusión es sin duda más interesante que la monótona y recurrente duda del Partido Popular entre centrismo moderado basado en la gestión eficiente y dureza combativa impulsada por la firmeza ideológica, que aburre ya incluso a sus propios militantes.
Estos son dilemas muy antiguos que se encuentran ya en la tragedia griega, en el teatro de la Inglaterra isabelina o de la España del Siglo de Oro o en las reflexiones de Maquiavelo, Mazarino o nuestro Gracián
El interrogante que plantea el nuevo enfoque de Ciudadanos tiene un contenido que va mucho más allá del eventual beneficio electoral que reporte y es bastante probable que sus mismos protagonistas no sean conscientes de ello. Por una parte, lo que los naranja han puesto sobre la mesa es si una fuerza política, enfrentada a una crisis existencial de su país, en la que la estabilidad de un Gobierno ortopédico y parlamentariamente frágil depende de grupos que aspiran a liquidar la unidad nacional y que pretenden reemplazar la economía de libre empresa por un sistema colectivista, en otras palabras, acabar con la democracia liberal para instaurar un totalitarismo liberticida, ha de hacer todo lo necesario para que tal catástrofe no se produzca, llegando si fuese necesario al sacrificio de sus propios intereses parciales y de la carrera política de los integrantes de su cúpula. Y, por otra, si es posible que un partido tenga como motivación clave y guía de su acción el interés superior del Estado y no la consecución del poder. Estos son dilemas muy antiguos que se encuentran ya en la tragedia griega, en el teatro de la Inglaterra isabelina o de la España del Siglo de Oro o en las reflexiones de Maquiavelo, Mazarino o nuestro Gracián.
Estrategia, sin duda, pero ¿para qué? El elemento determinante es, desde esta perspectiva, el telos, que a su vez y paradójicamente transporta consigo el ethos. La aparición perturbadora, suceso nunca acaecido desde la Transición, de una mayoría aberrante, mezcla de socialistas, comunistas, separatistas y filoterroristas, que pone en riesgo no sólo la existencia misma de España, sino la pervivencia de la civilización occidental en nuestro territorio, está obligando a la silenciada parte del PSOE que aún no ha perdido del todo la decencia y a los restantes partidos constitucionalistas a situarse ante un dilema que nunca hasta hoy se habían visto obligados a resolver.
Una verdadera estrategia
Sun-Tzu dejó escrito hace dos mil quinientos años que la estrategia sin táctica es el lento camino a la victoria y que la táctica sin estrategia es el barullo que anuncia la derrota. Una clase política liberal-conservadora acostumbrada a desenvolverse en la pura táctica o a recrearse en la indolencia, se ve ahora compelida, cuando todo su mundo se encuentra en serio peligro, a diseñar una verdadera estrategia y a realizar esta tarea al servicio de un propósito que trasciende sus preocupaciones cotidianas.
Lutero definió la voluntad como un caballo que puede ser montado por Dios o por el Diablo. Según cuál sea el jinete, el equino se dirigirá hacia el Bien o hacia el Averno. Pedro Sánchez es pura voluntad y ha demostrado abundantemente que acepta gustoso el jinete que mejor colme su ego. Si éste es angélico a sulfúreo es, de acuerdo con su especial concepción de las prioridades, irrelevante. Un recipiente vacío se puede llenar con un elixir exquisito o con veneno letal. Quizá lo que en Ciudadanos están descubriendo, y el PP debiera tomar buena nota, es que es mejor estrategia intentar vaciar el ánfora de ácido corrosivo para introducir después un agua balsámica que empeñarse infructuosamente en romperla.