EL CONFIDENCIAL 20/12/16
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· Ha regresado en cierto modo «el comunismo», pero con una «significación trascendente, poética o filosófica», es decir, sin connotaciones a la URSS ni a la militancia en el PC, explica José Luis Pardo
El catedrático de filosofía Manuel Cruz presentó ayer en la Biblioteca Nacional ‘Estudios del malestar’, de su colega José Luis Pardo, premio de ensayo Anagrama 2016. Se trata de un libro tan necesario como inquietante. Como me dice Cruz, Pardo —uno de nuestros filósofos de más recorrido— “dibuja el nuevo mapa de las ideas que emerge tras un conjunto de transformaciones en el mundo real que necesitan ser pensadas de nuevo”. Y cuando le pregunto a Pardo sobre si su propósito ha sido deconstruir Podemos y otros populismos, afirma que, efectivamente, trata de “investigar los ingredientes que animan a un movimiento tan poco intelectual en el fondo”. Su inmediatez con la universidad ha alentado al filósofo a adentrarse en el análisis de los elementos de la estructura conceptual de este movimiento que creemos nuevo y que resulta añoso.
La obra de José Luis Pardo es muy densa, pero si se hace una inmersión en ella, se logran lúcidas conclusiones y razonables explicaciones a la significación ideológica y a la praxis política de Podemos (en España) y, en general, de los populismos. Ha regresado en cierto modo «el comunismo” pero con una “significación trascendente, poética o filosófica” —es decir, sin connotaciones a la URSS ni a la militancia en el PC—, explica el autor, que nos va conduciendo a la estrecha vinculación entre esa sublimación del comunismo y las teorías que dieron sostén a la impugnación de la democracia liberal y parlamentaria de Carl Schmitt, bastidor intelectual del fascismo y aún del nazismo (página 151), que con la ideación de la política como una acción bélica estableció, según Pardo, “que no hay más esencia de la política que la guerra, único ámbito en donde la relación amigo/enemigo tiene un sentido serio y suprapersonal”.
Laclau —el teórico de Podemos junto con su viuda, Chantal Mouffe— engarza casi directamente sus teorías sobre la política como una dinámica constante e irreductiblemente hostil con las del intelectual de cabecera de los fascismos de entreguerras en el siglo pasado. Que, como relató en un ensayo (‘La popularidad de Carl Schmitt en América Latina’) el profesor argentino-boliviano H.C.F. Mansilla (Cuadernos de Faes de diciembre de 2015), prendieron en el subcontinente americano generando la emocionalidad en la política, la democracia directa, el plebiscito, la movilización de masas y “su corolario inevitable, la vigencia de los caudillos”. Ahí está la relación irreductible entre Podemos y los regímenes bolivarianos, cuyos referentes no pueden ser negados sin negar sus propias teorías emparentadas con las del siempre preocupante Carl Schmitt.
Le inquiero a Pardo si el populismo implica un retorno al nazismo. “Significa en todo caso —me dice— que la expresión `totalitarismo´ no es como se decía en el siglo pasado una invención de la CIA para desprestigiar a la URSS, sino una buena medida de lo que el fascismo y el comunismo tenían en común. Que el totalitarismo —sigue el ensayista— que hoy ‘retorna’ es un totalitarismo líquido y no sólido como en el siglo pasado (…) los populistas no pretenden combatir la democracia liberal ‘desde fuera’, contraponiéndole otro ‘régimen’, sino ‘desde dentro”. Cuando le manifiesto a Manuel Cruz lo inquietante de esta constatación, participa de ella (“me genera la misma inquietud”), especialmente, dice, “por lo que tienen [los populismos] de reivindicación de un antagonismo en crudo que postula una ontología fundacional (…) ajena a cualquier justificación política, ni, mucho menos aún, ética: uno se pone del lado de sus amigos simplemente porque lo son… igual que se enfrenta a sus enemigos por lo mismo”. Y añade: “Es este irracionalismo… el que coloca a los nuevos populismos que se declaran de izquierda en una posición preocupante”.
· Los populistas no pretenden combatir la democracia liberal ‘desde fuera’, contraponiéndole otro ‘régimen’, sino ‘desde dentro’
El ensayo de Jose Luis Pardo no es susceptible, sin banalizar su obra, de un resumen de solapa. La invitación es a leerlo y aprehenderlo, lo cual no es fácil pero sí instructivo, porque a medida que avanza va aterrizando las teorizaciones en las realidades, como cuando establece los tres componentes de la fórmula populista: 1) Si quieres hacer política, alíñate un buen enemigo [advierte de que “el malestar es algo que debe ser creado”], sea el “régimen”, “los grupos dominantes”, “el poder”…” “no conviene precisar demasiado”. 2) Si quieres hacer política, haz muchos amigos, lo cual implica localizar un “sujeto colectivo” con todas “las demandas insatisfechas… y encontrar un denominador común entre ellas… hay que conseguir que los intereses (particulares) de los nuestros aparezcan imaginariamente como los intereses (públicos) de todos, hay que tomar al asalto no su conciencia sino su inconsciente”. 3) Si quieres hacer política, no dejes que la verdad te estropee la hegemonía. El resultado, resumiendo, es el totalitarismo líquido.
No me resisto a transcribir un párrafo iluminador de la penúltima página del ensayo: “En Europa, y sobre todo en España por su vínculo hispanoamericano, los excomunistas aceptaron de mejor o peor gana la etiqueta de ‘populistas’… junto con su estrategia de acceso al poder, pero, para mantener la supremacía europea frente a la connotación ‘canalla’ del populismo latinoamericano que Laclau había intentado blanquear, lo ‘mejoraron’ y ennoblecieron con una buena capa de republicanismo europeo de la mejor tradición liberal, para que ya no se tratase solo de Perón, Adhemar Pereira de Barros o Mussolini, sino, como decíamos, de Tocqueville, Rousseau, Kant y Hannah Arendt, unos ‘populistas’ (¡!) mucho más presentables para los estudiantes europeos de filosofía”.
La deconstrucción de Podemos y de los demás populismos —también el de Trump y el de Putin, simétricos— es uno de los corolarios de este ensayo filosófico tan reconocido porque sirve, entre otras cosas, para entender el riesgo de siniestralidad para la democracia liberal y parlamentaria que encierra el decisionismo de los morados, que beben en fuentes teóricas totalitarias y emotivas, instalan la dialéctica amigo/enemigo y encumbran al pueblo soberano para someterlo al caudillaje de una nueva casta oligárquica que no por ser nueva deja de ser casta y oligárquica. Pardo, en su reflexión, ha cumplido en términos auténticos con el ‘compromiso’ del intelectual.