- Lo importante es que, desde la crisis de los misiles de Cuba, los EE.UU. han explotado con rotundo éxito, una y otra vez, el mismo juego del gallina
Me parece fascinante que los EE.UU. sigan jugando con éxito al gallina (también conocido como juego del loco o funambulismo estratégico). Se atienen a reglas resultantes de modelizar matemáticamente los conflictos de intereses. Es la teoría de juegos, ampliamente conocida, enseñada en escuelas y universidades, y que sigue funcionando a la perfección gracias a la cortedad de sus enemigos. No es este el espacio para explicar en qué consiste el gallina, cómo se juega y por qué. Puede buscarlo el lector en la red. Eso sí, use fuentes fiables. Porque lo cierto y sorprendente es que la teoría de juegos, pese a contar ya con varios premios Nobel, siguen sin entenderla muchos de los autores que se refieren a ella.
Fíjense que el juego más conocido, el dilema del prisionero, una mera tabla facilísima de explicar, la tergiversa por sistema una tropa de psicólogos y pedagogos por culpa de la historia que ilustra el modelo. Deploran que la mejor salida del jugador (que juega una sola vez) sea «no cooperar». No tenemos tiempo para esto. Lo importante es que, desde la crisis de los misiles de Cuba, los EE.UU. han explotado con rotundo éxito, una y otra vez, el mismo juego del gallina. En él se basó la estrategia nuclear de la Guerra Fría y su doctrina de la Destrucción Mutua Asegurada. Con él reculó el comunismo ante la SDI de Reagan. Como sabrá el lector, para jugar bien al gallina conviene que el otro jugador te considere imprevisible, ya sea por loco, por estúpido, por desequilibrado, por drogadicto, o por no ser plenamente dueño de tus actos al estar atado a alguna pasión, como el sexo.
Los faroles de Kennedy colaron porque el presidente encajaba en el último y penúltimo casos: medicación analgésica severa con efectos sobre la capacidad de tomar decisiones por culpa de un dolor de espalda crónico e insoportable, y adicción al sexo (aunque entonces no se la llamara así). Bush hijo habría sido un tonto de capirote que ni siquiera sabía, cuando tenía un libro delante, si estaba al revés. A Ronald Reagan, presidente que hoy pone todo el mundo como ejemplo para (y contraste de) Donald Trump, se le tenía por débil mental, un payaso, un mal actor que se habría encaramado a la presidencia usando los registros del espectáculo —impropios de la política— y los chistes. Despreciable. A los jóvenes lectores les sorprenderá lo anterior, pero así fue, y no hay más que acudir a la hemeroteca para comprobarlo: la recepción de Reagan y de Trump por parte de la izquierda mundial son muy similares.
Con el gallina sucede algo interesante: sigue funcionando aunque lo sepas y aunque se haya usado mil veces. Toda la izquierda occidental, más tres cuartas partes de esos socialdemócratas tirando a woke que conforman la vieja derecha, creen de verdad que estamos ante un garrulo, ante un merluzo, ante un tipejo inconsistente, ante el macho alfa de una manada de gorilas. Van a ser unos años muy divertidos.