Arcadi Espada.El Mundo

Mi liberada:

Durante la semana pasada protagonicé por tu barrio una acción de guerrilla urbana, localizada concretamente en el número 80 de la calle Doctor Roux. Allí se alza un edificio de la consejería de Agricultura de la Generalidad de Cataluña. Hace unos días, en medio del paseo, vi que colgaban lazos amarillos de la considerable fachada de ladrillo y hierro. Hice unas fotos y las envié a los gestores actuales de las dependencias, o sea, al Ministerio de Agricultura. Me extrañaba que la ministra García Tejerina hiciera propaganda en favor de la libertad de unos presuntos delincuentes acusados de graves delitos contra el Estado democrático. La ministra debió de actuar porque a las pocas horas la policía retiró los lazos de la fachada. Luego se volvieron a poner, se volvieron a retirar, se han vuelto a poner, y a ver lo que ocurre mañana; pero dejemos esta instructiva y significativa historia porque no es de la aplicación dulce del 155 –esta que alcanza a retirar lazos pero no hace lo mismo con las personas que promueven la colocación de lazos– sobre lo que ahora quiero escribirte. Esta carta va sobre el derecho de los gestores de un muro a exhibir en él o no lo que crean conveniente.

El pasado miércoles la Feria de Madrid, donde se aloja Arco, ordenó que se retirase la obra de un Santiago Sierra titulada Presos políticos en la España contemporánea: un panel de retratos fotográficos de 24 personas acusadas de delitos, obviamente políticos, contra la democracia. Entre ellas, el exvicepresidente del gobierno catalán Oriol Junqueras. Los retratos se muestran pixelados y llevan un texto al pie. La Feria de Madrid no explicitó las razones por las que pidió a la galerista Helga de Alvear la retirada del panel, que la galerista aceptó sin mayor resistencia ni aparente problema. Sin embargo, el ambiente cultural y político vinculó la retirada a la presencia de los retratos de Junqueras y de otros encarcelados independentistas. Y el ambiente añadió a coro que se trataba de un intolerable caso de censura. Entre los argumentos expuestos me llamó la atención el de la vencedora en las últimas elecciones catalanas, Inés Arrimadas: «El arte es libre». Son cuatro palabras, pero decisivas, y hay que agradecerle a la señora Arrimadas su capacidad de síntesis, porque en ellas está todo lo que el ambiente ha querido decir.

La primera cuestión relevante es la palabra arte. Escribe Peter Osborne en El arte más allá de la estética: «Esto es un retrato de Iris Clert si yo digo que lo es», decía el famoso telegrama que Robert Rauschenberg envió a su galerista, Iris Clert, en 1961 como contribución a una exposición sobre retratos (…) ‘Si alguien lo llama arte, es arte’, declaró Donald Judd en 1965, de forma bastante más directa, como si le aburriera lo evidente». No solo de forma más directa, sino bastante más precisa. La voluntad del enunciador no basta. Enrique Badosa, lo decía hace algún tiempo: «Poeta es que te lo digan». Siempre hace falta otra persona y Sierra la ha encontrado en Arrimadas: Presos políticos es arte. Es útil haber sentado este principio, porque legitima un consiguiente caudal de opiniones. Por ejemplo la mía: «Presos políticos es una mierda». Mierda, que es una palabra que me afecta mucho, es aquí obligatoria, porque define el grado de dificultad de la obra de Sierra, su ocurrencia misma y su ejecución. Se entenderá mejor lo que digo si, de hipotético paseo por el barrio con la señora Arrimadas, ella se parara de pronto frente a la fachada de Doctor Roux 80 y extasiada dijera: «El arte es libre». Yo le diría: «Sí, Inés, y Fachada amarilla es una mierda».

Ya te he dicho que desconozco las razones por las que el presidente de Ifema, Clemente González, mandó descolgar Presos políticos. Pero aventuro, dada su experiencia en Arco y el hecho constatable de que es la primera vez que hace uso de sus derechos, que es improbable que la razón fuera lo mierda que es. Sospecho que la razón está vinculada más bien a su carácter de propaganda. No debió de gustarle al señor González que de las paredes colgara propaganda contra la democracia y el Estado de Derecho español. Padecerá el mismo mal que García Tejerina. Esvásticas, hoces, martillos, lazos amarillos: no las quieren en sus casas. Es una opinión muy seguida. Aquí, justamente, es donde entra en liza el predicado de Arrimadas: «Es libre». El arte es libre. Se trata de un apotegma convencional, que provoca de inmediato muchas preguntas convencionales. Y la principal es por qué el arte iba a estar libre de las restricciones de cualquier otra forma de declamación. Veámoslo a propósito de la obra que estamos siguiendo con una atención tan desproporcionada. La obra incluye unos pies de foto y este es el que sostiene con seco estiércol a Junqueras: «Tras los acontecimientos en torno al referéndum de Cataluña del día 1 de octubre de 2017, y tras la decisión de aplicar el artículo 155 de la Constitución española, la Audiencia Nacional condenó a prisión incondicional y sin fianza al vicepresidente catalán junto a ocho exconsejeros de la Generalidad. Solo uno de ellos pudo eludir la condena con una fianza de 50.000 euros. Ingresaron en las cárceles de Estremera y Alcalá Meco». Casi todas estas palabras, excepto las imperiales de Estremera y Alcalá Meco, están afectadas de alguna forma de mentira. Pero maîtresse Arrimadas, expresión del ambiente, razona que el arte es libre. Sería peliagudo preguntarle ahora si porque cree que el arte escapa a la dialéctica entre verdad y mentira, es decir, porque todo arte es ficción, o si porque el arte, simplemente, es libre incluso de mentir.

Mi opinión te sobrará, pero aquí te tengo encadenada cada domingo a escucharla: ni escapa a la dialéctica ni goza de bula alguna. Es más, y sobre esto último: no solo el arte no goza de privilegios, sino que su carácter valeroso, inspirador y necesario es, muchas veces, la posibilidad de que atente contra el Código Penal. O sea: no que se proponga como habitante de una región celeste donde no rijan los límites a la expresión que afectan al resto de ciudadanos sino que, por el contrario, sea el primero en querer forzarlos y en asumir las incómodas consecuencias de sus hechos. El arte vale una cárcel como París vale una misa, entre otras razones porque los códigos penales del futuro estarán fundados también sobre las violaciones de los códigos del presente. Lo que sublima el amaneramiento del equilibrista solo es la caída, y para saberlo basta ver el efecto que causaría poner la cuerda a un metro del suelo.

Pero, en fin, libe, seguramente afectados por el olor nos hemos ido demasiado lejos. Solo debo añadirte que la obra del artista Sierra la ha comprado el productor Tatxo Benet por 80.000 euros y se dispone a exhibirla en los museos diocesanos catalanes. Ahí tienes a estos dos hombres tan dispares: Clemente González y Tatxo Benet. Y una feliz constatación de la sociedad libre: que cada mierdecilla pueda encontrar su público.

Pero tú sigue ciega tu camino

A.