ETA no quiere hacer ninguna tregua unilateral. El grupo terrorista tiene un guión claro y no se ha aportado de ese esquema en el que se plantean importantes exigencias. ETA pide un diálogo con el Gobierno como paso previo en el que éste, además de comprometerse a una futura negociación política con los partidos, debe adoptar más compromisos (tolerancia o legalización de Batasuna, no detenciones, liberación de presos, etcétera) que los que hicieron posible la tregua del 2006.
Rodolfo Ares, el consejero vasco de Interior, cree que el contenido de las declaraciones de ETA de las últimas semanas es insuficiente, pero se consuela diciendo que «es mejor que hagan comunicados a que cometan atentados». Y por falta de comunicados no será: tres en apenas veinte días después de haber permanecido cinco meses en silencio.
Los primeros días de septiembre fueron días de nervios entre los dirigentes de Batasuna. Sabían que la BBC iba a emitir una declaración de ETA, pero no sabían su contenido. Sólo existía un precedente, de 1998, en el que la banda adelantó a la televisión británica el inicio de una tregua, así que, por si acaso, decidieron adelantarse cuarenta y ocho horas y filtrar que estaban preparando un documento en el que pedían a la banda una tregua permanente y verificable. Si el comunicado iba en ese sentido se apuntarían el tanto y aparecerían como los conseguidores del alto el fuego etarra. Lo malo es que ETA, en su comunicado del día 5, no dijo eso y el mensaje que quedó es que la banda hacía caso omiso a los requerimientos de Batasuna.
La situación se volvió a repetir el último fin de semana. Batasuna, EA y Aralar convocaron un acto solemne en Gernika para el día 25 a fin de hacer público el documento filtrado veinte días antes. Ese mismo día, se conocía el adelanto de una entrevista a los dirigentes de ETA que iba a publicar Gara horas más tarde. Las opiniones de la banda difuminaron el acto de Gernika que pasó a un segundo plano informativo.
Estos episodios reflejan las tensiones existentes entre ETA y su entorno para mostrar quién tiene la última palabra. La banda, que no consigue controlar a Batasuna, quiere demostrar que este partido no le marca la línea, hasta el punto de haber reconocido en la entrevista de Gara sus discrepancias con su brazo político y de haber aclarado que no se siente vinculado por el pacto soberanista con EA.
En septiembre ETA ha efectuado un número inusual de declaraciones para responder a las presiones que estaba recibiendo de dos flancos sensibles: el ámbito internacional, representado por los firmantes de la Declaración de Bruselas del mes de marzo, y la propia Batasuna, que necesita el cese de la actividad de ETA para poder presentarse a las próximas elecciones.
La banda terrorista ha hecho florituras para no declarar ninguna tregua tratando, al mismo tiempo, de no provocar ningún conflicto abierto con Batasuna ni ganarse la animadversión de las personalidades de Bruselas.
Los juegos malabares de ETA no han impedido que quedara claro el rechazo de la banda a todas las peticiones. ETA no quiere hacer ninguna tregua unilateral. El grupo terrorista tiene un guión claro y no se ha aportado de ese esquema en el que se plantean importantes exigencias. ETA pide un diálogo con el Gobierno como paso previo en el que éste, además de comprometerse a una futura negociación política con los partidos, debe adoptar más compromisos (tolerancia o legalización de Batasuna, no detenciones, liberación de presos, etcétera) que los que hicieron posible la tregua del 2006.
ETA ha tratado de presentar como una decisión de buena voluntad el parón técnico que inició en marzo forzada por la presión policial. Las fuerzas de seguridad, sin embargo, no conceden ninguna tregua a la banda: una semana después del comunicado de la BBC eran detenidos nueve dirigentes de Ekin; cuarenta y ocho horas después de la entrevista a Gara se desarticulaba la cúpula de Askapena y, además, se capturaba en Guipúzcoa un comando legal con su armamento.
El mensaje que queda es que los juegos florales de ETA no van a servirle para que se aligere la presión policial ni la política.
Florencio Domínguez, LA VANGUARDIA, 3/10/2010